Este martes el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente palestino, Mahmud Abbas, retoman las conversaciones directas de paz en Sharm el Sheik, un complejo turístico en el desierto del Sinaí (Egipto), acompañados por la secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton. La administración estadounidense, impulsora del proceso de paz, ha apostado fuerte por éste a pesar del pesimismo generalizado. A partir de ahora, cada 15 días las conversaciones de paz se retomarán en busca de una solución definitiva al conflicto de conflictos. El plazo establecido por EE UU para alcanzar un acuerdo final es de un año.
La estructura de estas conversaciones no está del todo definida, tampoco los lugares donde tendrán lugar. EE UU no ha querido desligar proceso y sustancia, continente y contenido, porque su opinión es que en este tipo de discusiones ambos factores están relacionados. Así, a medida que avancen las conversaciones, las partes irán definiendo tanto la estructura como la sustancia. Lo que sí se ha decidido es dividir el proceso en dos etapas. En un primer momento, las partes habrán de alcanzar un acuerdo marco en el que cada una establezca sus compromisos fundamentales; seguidamente, las partes deberán llegar a un acuerdo final que termine con el conflicto.
Se ha criticado que si conseguir un acuerdo entre las partes ya es difícil, lograr dos (un acuerdo marco primero y luego un acuerdo final) va a ser sumamente complicado. La idea de EE UU, en boca del enviado especial George Mitchell, “es que se resuelvan todos los temas clave en el plazo de un año”. “Las partes han acordado que la manera lógica de proceder es mediante un acuerdo marco en primer lugar”, explica Mitchell; “algo más que una declaración de principios, pero algo menos que un tratado con todas las de la ley”. Lo que se busca es escalonar el proceso para que pueda percibirse progreso en las negociaciones y así cambiar la dinámica negativa en la que nos hayamos inmersos.
Si la estructura no está del todo clara, los asuntos que dividen a israelíes y palestinos son de sobra conocidos. Más acá de lo que se erige como el objetivo común: dos Estados para dos naciones, los problemas surgen cuando se baja a los niveles inferiores. El asunto de los asentamientos (¿qué sucederá cuando llegue el final de la moratoria parcial para la construcción de más asentamientos, fijado para el 26 de septiembre?); el estatus de Jerusalén (¿una capital para dos Estados?); la cuestión de los refugiados (¿cómo podrá ejercerse el derecho de retorno, en términos prácticos?); la delimitación de las fronteras (¿cómo se conjuga el mantenimiento del valle del Jordán por parte de Israel con la solución de los dos Estados?); y otras cuestiones tan acuciantes como la seguridad, el agua, etcétera.
¿Por qué ahora sí podrían superarse estos obtáculos? A Mitchell le han preguntado qué ha cambiado, qué se está haciendo de manera diferente para pensar que el proceso actual pueda dar resultado. «Intentamos aprender de los errores del pasado, coger lo mejor y utilizarlo en el presente», ha dicho.
Para más información:
Alberto Ucelay, «Oriente Próximo: ¿una próxima negociación?». Política Exterior núm. 137, septiembre-octubre 2010.
Enrique Vázquez, «Jerusalén: el error de una anexión». Política Exterior núm. 137, septiembre-octubre 2010.
Marwan Muasher, «Hope for Direct Talks?». Carnegie Endowment for International Peace.