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Botas y cascos pertenecientes al ejército ucraniano abandonados en el entorno de una fábrica de pan bombardeada por los rusos el 19 de abril de 2022 en Makariv, Ucrania. ALEXEY FURMAN. GETTY

Después de Bucha, Occidente debe revisar sus supuestos

Los responsables políticos occidentales deberían aumentar su apoyo a Ucrania y reevaluar la naturaleza del conflicto. ¿Y si el verdadero objetivo de Putin es la consolidación en Rusia, mediante la guerra, de un régimen totalitario duradero?
Kateryna Pishchikova
 |  21 de abril de 2022

Mientras Occidente trata de recuperarse de la conmoción al ver las pruebas de las atrocidades masivas cometidas en las zonas liberadas al noroeste de Kiev, tiene el imperativo moral de someter sus ideas sobre la guerra en Ucrania a un nuevo escrutinio.

La primera reacción a la aterradora evidencia de Bucha y otras ciudades debería ser redoblar el apoyo a Ucrania. Esto es muy importante hoy, cuando el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, advierte de que Rusia ha comenzado una nueva ofensiva en la región de Donbás. Para resistir, Ucrania necesita un aumento cualitativo y cuantitativo de la ayuda militar.

Las últimas noticias están poniendo a prueba los análisis sobre cuál puede ser la estrategia del Kremlin en Ucrania. A Occidente le pesa la responsabilidad porque las suposiciones erróneas conducen a consejos políticos equivocados, y lo que está en juego no podría ser más importante. Es hora de dar un paso atrás y reevaluar los objetivos del Kremlin.

Antes de que estallara la guerra el 24 de febrero, a pesar de la diversidad de opiniones, parecía haber un consenso en la comunidad de expertos de que una guerra total con Ucrania pondría fin a Rusia tal y como la conocemos. Y así fue. El problema es que Occidente llegó a la conclusión, al comienzo de la guerra, de que esto no podía ser sino un error de cálculo del presidente ruso, Vladímir Putin, y de sus asesores más cercanos.

 

«¿Y si la destrucción de Rusia tal y como la conocíamos es el nuevo objetivo estratégico de Putin?»

 

En las últimas semanas, los consejos políticos basados en esta asunción han tenido dos vertientes. En primer lugar, se entiende la necesidad de forzar los cálculos de Putin aumentando los costes de la guerra mediante sanciones económicas. En segundo lugar, existe un acuerdo sobre la necesidad de apoyar a Ucrania en su resistencia para que esté en condiciones de negociar un compromiso con Rusia, sin renunciar a su soberanía.

Estas medidas siguen siendo cruciales. Sin embargo, es necesario revisar el pensamiento que subyace al análisis inicial de Occidente.

La idea de que el Kremlin calculó mal al iniciar esta guerra supone que Putin está realizando maniobras tácticas, no aplicando una estrategia coherente. Pero se necesitan más esfuerzos para entender su cálculo estratégico más amplio.

¿Y si la destrucción de Rusia tal y como la conocíamos es el nuevo objetivo estratégico de Putin? ¿Y si su verdadero objetivo es la consolidación, mediante la guerra, de un régimen totalitario duradero? ¿Cómo cambiaría esto sus objetivos en Ucrania y qué debería hacer Occidente al respecto?

En primer lugar, implicaría que en Rusia no están interesados en terminar la guerra rápidamente. Es cierto que militarmente no ha sido una campaña brillante. Sin embargo, el ejército ruso no está al borde del colapso. Hay un amplio margen para alargar la guerra, destruir la infraestructura civil y militar ucraniana y conseguir nuevas ganancias territoriales en el este y el sur.

Cada día de guerra se cobra un precio enorme en Ucrania, que puede acabar rindiéndose por agotamiento. Resistiendo hasta el final, corre el riesgo de convertirse en un páramo. Cualquiera de estos escenarios representa una victoria tangible para Putin.

 

«Rusia tiene un amplio margen para alargar la guerra, destruir la infraestructura civil y militar ucraniana y conseguir nuevas ganancias territoriales en el este y el sur»

 

En segundo lugar, es probable que una guerra prolongada contribuya a consolidar aún más el naciente régimen totalitario en Rusia.

En poco menos de dos meses, la sociedad rusa ha sufrido una transformación descomunal. La clase media liberal está siendo expulsada del país de manera sistemática. La represión interna masiva está eliminando sin piedad cualquier pensamiento independiente, sumiendo al país en una repetición de la era estalinista.

Personas que antes eran políticamente apáticas se han movilizado ante la omnipresente narrativa oficial de amenaza existencial a la patria. Las sanciones han reforzado aún más el efecto de congregación en torno a la bandera. A ojos de Putin, los beneficios para la consolidación del régimen en su país aumentan los incentivos para continuar la guerra.

Por último, hay implicaciones para Occidente.

A largo plazo, un enfoque erróneo debilitará la posición de Occidente con respecto a Rusia. A menos que formen parte de un esfuerzo más amplio, las sanciones no harán milagros por sí solas. Desplegarlas a tal escala significaría entablar una guerra económica, pero la mayoría de los países de Occidente rehúyen admitir que están en guerra con Rusia, ni declarar que ganar dicha guerra es su objetivo estratégico.

 

«El riesgo de despliegue de armas nucleares es real, aunque posiblemente mucho menor de lo que Putin quiere hacernos creer»

 

Esta ambigüedad podría acabar siendo contraproducente, ya que cada vez será más difícil justificar los costes de las sanciones. También dejará espacio para fuerzas centrífugas y divisiones internas que inmovilizarán a Occidente e inhibirán la acción colectiva. No abordar la cuestión más amplia de la seguridad europea dejará a todo el continente expuesto a la inestabilidad, cada vez más vulnerable a las amenazas externas.

La respuesta inicial ante Rusia ha ido acompañada por una justificada cautela al tratar con una potencia nuclear. El riesgo de despliegue de armas nucleares es real, aunque posiblemente mucho menor de lo que Putin quiere hacernos creer. También se basó en la suposición de que la feroz resistencia de Ucrania sería suficiente para cambiar los cálculos del Kremlin. Esta suposición debe ser cuestionada.

El hecho es que podemos estar asistiendo al surgimiento y consolidación de un régimen totalitario en el corazón de Europa, un régimen que tratará de someter a tantos pueblos de su vecindario como pueda, mientras se dedica al chantaje nuclear. Un régimen así no hará más que estabilizarse con el paso del tiempo, hasta llegar a un punto en el que las sanciones de Occidente habrán infligido un daño masivo a las economías occidentales sin que ello suponga una diferencia sustancial en Rusia o en Ucrania.

Occidente debe empezar a considerar este escenario como una posibilidad real, no como una pesadilla improbable. Y debe hacerlo ahora.

Artículo publicado originalmente en inglés en Carnegie Europe.

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