Ironías de la historia reciente, parece que Estados Unidos podría ganarle la carrera a la Unión Europea por conquistar el corazón y el bolsillo de los cubanos. No deja de tener sentido: Cuba está a solo 145 kilómetros de Florida, la mitad de la distancia entre París y Bruselas. Sin embargo, la UE es el primer inversor extranjero en Cuba y el segundo socio comercial, después de Venezuela; EE UU es el quinto. De todos los turistas que visitan la isla, un tercio son europeos. Y desde hace décadas, los países de la Unión presionan a EE UU para que cese su política de sanciones, que aseguran solo habría servido para reforzar al régimen castrista.
El deshielo entre Washington y La Habana avanza sin prisa, pero sin pausa. Si el principal escollo en este caso es el embargo estadounidense, convertido en ley a través de la normativa Helms-Burton (1996) –que no puede abolirse sin la aprobación del Congreso–, en el caso europeo el obstáculo se llama posición común (también de 1996), que condiciona cualquier avance en las relaciones bilaterales al respeto de los derechos humanos y el desarrollo de las libertades democráticas en la isla. No parece casualidad que ambas políticas tengan la misma fecha de nacimiento. La llegada de un atlantista como José María Aznar (Partido Popular) al gobierno de España propició un endurecimiento de la política europea hacia Cuba, siguiendo la estela del gigante americano. Desde entonces, la UE debate consigo misma, de manera periódica, sobre la conveniencia de no tener una relaciones normalizadas con Cuba.
Desde hace más de un año, Bruselas y La Habana negocian un acuerdo de cooperación que, según señala Susanne Gratius, ha dejado de interesar a la contraparte cubana. “La perspectiva de una apertura con EE UU es mucho más prometedora que el engorroso diálogo con una UE que casi nunca se pone de acuerdo y, además, exige condiciones que el gobierno cubano se resiste a cumplir”, apunta Gratius.
Visitas oficiales, cumbres y otros fuegos de artificio
La alta representante de la UE, Federica Mogherini, está de visita en La Habana para apuntalar el diálogo entre las autoridades cubanas y europeas. En el último año cinco ministros de Asuntos Exteriores de Estados miembros (España, Italia, Holanda, Francia y Reino Unido) han visitado el país caribeño. En mayo lo hará el presidente francés, François Hollande, quien solo estará un día en la isla. Por el momento, la agenda de la visita se desconoce. ¿Sacará a colación, en un más que probable encuentro con Raúl Castro, la cuestión de los derechos humanos? Los Estados miembros más escépticos –Polonia, República Checa o Alemania– aprueban el diálogo con Cuba siempre y cuando se preste especial atención, en todo momento, a la llamada cláusula democrática.
España camina entre dos aguas. El último gobierno socialista, presidido por José Luis Rodríguez Zapatero, abogó por desterrar la posición común. El gobierno actual, presidido por el popular Mariano Rajoy, más pragmático que Aznar en esta cuestión, asume que dicha posición ha dejado de tener sentido, siempre y cuando la nueva política incorpore la cláusula democrática. Ni tanto como Zapatero, ni tampoco como Aznar.
El próximo Consejo de Asuntos Exteriores de la UE, en abril, estará dedicado a América Latina, y los ministros de la Unión abordarán tres asuntos principales: el proceso de paz de Colombia, el deterioro de la situación en Venezuela y el deshielo con Cuba. El consejo servirá para preparar la cumbre entre la UE y la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (Celac), que se celebra en Bruselas en junio de este año, y en la que no se espera a Raúl Castro. Sí se le espera, y por primera vez, en la VII Cumbre de las Américas, que tendrá lugar en Panamá en abril. Los fotógrafos estarán pendientes del histórico encuentro entre Castro y Barack Obama, quienes ya pudieron saludarse en el funeral de Nelson Mandela.
La carrera entre Estados Unidos y la Unión Europea por normalizar sus relaciones con Cuba, como se ve, está más viva que nunca. Sorprendentemente, o quizá no tanto, el Tío Sam marcha en cabeza.