En diciembre de 2010, una serie de protestas en Túnez y posteriormente Egipto provocaron una ola democrática que se extendería al resto del mundo árabe. Pero casi cuatro años después de su comienzo, el legado de la primavera árabe en los países pioneros es mixto. Aunque la democratización en Túnez está teniendo lugar con éxito considerable, en Egipto el antiguo régimen ha consolidado su poder a través de la represión.
La caída de Hosni Mubarak, que gobernaba Egipto desde 1981, fue relativamente rápida. En febrero de 2011 el dictador renunciaba a su cargo; tras un año y medio convulso, los Hermanos Musulmanes de Mohamed Morsi, proscritos durante la dictadura, accedían democráticamente al poder. Pero el gobierno islamista apenas se mantuvo en el gobierno durante un año: en julio de 2013, un golpe de Estado promovido por el general Abdel Fatah al Sisi devolvía el poder político a las fuerzas armadas, que controlan Egipto desde tiempos de Gamal Abdel Nasser.
La situación, año y medio después, es desoladora: el partido de Morsi ilegalizado, 23.000 opositores encarcelados a lo largo de 2013, y tribunales afines al régimen decretando más de 1.000 condenas a muerte en juicios en masa. Tras unas elecciones amañadas en mayo, Sisi Emperador ha ampliado su campaña de represión. So pretexto de luchar contra la insurgencia en la península de Sinaí, la dictadura empleará tribunales militares para juzgar a los sospechosos de atacar “infraestructuras esenciales”, un delito tan poco definido que hace pensar que se aplicará con aleatoriedad. El 10 de noviembre entró en vigor una ley que obliga a las ONG a registrarse de forma oficial, adoptando estatutos que acabarían con su independencia. Organizaciones proderechos humanos como el Carter Center están abandonando el país. La cadena perpetua será aplicable para aquellos que reciban donaciones extranjeras con el fin de “alterar la paz social”. El Parlamento, cerrado hace dos años por decreto de los tribunales, continúa vacío. Se espera que unas elecciones cuya legimitidad sea probablemente puesta en duda lo repueblen a principios de 2015.
La golondrina levanta el vuelo
La caída de Zine El Abidine Ben Ali fue aún más fulminante que la de Mubarak (en enero de 2011, el dictador abandonaba su país) y la democratización en Túnez, golondrina de la primavera árabe, no ha estado exenta de tensión, como la que causaron los asesinatos de políticos destacados a lo largo de 2013. Analistas como Sami Naïr exigen cautela, apuntando que el éxito cosechado hasta la fecha es fácil de dilapidar. Pero la transición, a pesar de todo, está llegando a buen puerto. Bajo el gobierno de Ennahda, el partido islamista que ganó las elecciones de marzo de 2011, Túnez aprobó una Constitución progresista a principios de este año. En octubre se celebraron elecciones legislativas en las que el ganador fue Nida Tunis, un partido conservador y laico. Las elecciones presidenciales tendrán lugar el 23 de noviembre.
¿Cómo explicar la democratización de Túnez y el recrudecimiento de la represión en Egipto? Juan Cole destaca la importancia de los factores estructurales durante cualquier transición. La solidez de las instituciones tunecinas, una cultura relativamente laica (los extremistas islámicos solo suman 5.000 militantes), los altos niveles de educación y el apoyo de los sindicatos contribuyeron a la estabilidad del proceso. El pragmatismo de Ennahda, que evitó polarizar a la sociedad tunecina como hicieron los Hermanos Musulmanes en Egipto, también ha sido un factor clave en el éxito de la transición. Y no hay que olvidar que Túnez, con una población pequeña y homogénea, presentaba un proceso más fácil de gestionar que el de Egipto, con sus 90 millones de habitantes, un ejército acostumbrado a gozar de privilegios económicos y una política exterior volcada en el polvorín de Oriente Próximo.
Roula Khalaf, del Financial Times, considera este último aspecto clave. Túnez, sostiene, “no es lo suficientemente grande o rico como para ser importante, así que ningún extranjero se ha entrometido de forma significante para arruinar el país”. Tan pronto como Francia retiró su apoyo a Ben Ali, el camino a la democracia quedó despejado. El apoyo de Estados Unidos, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos a Sisi aseguró la viabilidad de su golpe. Los tres países consideran el extremismo islámico la principal amenaza de la región, y la democracia una cuestión secundaria, cuando no otro enemigo. Washington no ha tenido reparos en apoyar, armar y financiar al régimen egipcio durante los últimos 15 meses.
Salvo excepciones contadas, en una transición es esencial el pragmatismo y la moderación de las élites, pertenezcan al régimen o a la oposición. La última palabra, por desgracia, siempre la tiene la geopolítica.