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Del Tercer Mundo al mundo de los terceros

Está surgiendo un mundo complejo de terceras potencias que ganan peso e importancia y que diversifican sus relaciones exteriores. No se dejan atrapar en la tensión entre China/Rusia y Occidente, mientras amplían su influencia y margen de maniobra. Es un reto para Occidente, para Europa, y dentro de ella España, que deben replantearse su relación con este nuevo entorno que abre otras posibilidades.
Andrés Ortega
 |  7 de febrero de 2023

En medio de una creciente confrontación entre grandes potencias, crece no ya el Sur Global, en un tiempo llamado Tercer Mundo, sino el mundo de los terceros: países que han cobrado mayor importancia y que no se dejan llevar por la tensión reinante entre el Occidente plus, ampliado hacia el Indo-Pacífico (esencialmente con Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda) y una China que ha despertado hasta convertirse en la segunda potencia del mundo, además de una Rusia agresiva. Estos terceros han visto crecer en los últimos años su peso, poder e influencia, en especial con la guerra entre Rusia y Ucrania/Occidente. No es como en la guerra fría, en la que debían elegir un campo, o situarse con los no alineados, un movimiento liderado en tiempos por India, pero que no está reviviendo. Esto es algo diferente.

Estas potencias han aumentado su margen de maniobra, conformando unas relaciones exteriores multidireccionales, triangulares o más, multinodales, en un mundo que se vuelve así más difícil de entender y de gestionar que en los tiempos de la guerra fría. De los tres mundos de antaño, en el que China reemplaza en parte a la Unión Soviética y su imperio, hemos pasado a una eclosión de poderes –entre los que cuentan también algunas enormes empresas– que se relacionan entre sí y con los demás de forma compleja.

Empecemos con el que es, o será, el más importante de los terceros y quizá, por sus posiciones y posibilidades, uno de los países más interesantes del mundo: India. Los servicios de la ONU prevén que se convierta este año en el país más poblado del planeta, por encima de una China cuya población mengua y envejece. También está deviniendo en una potencia científica y tecnológica, ya mayor, por ejemplo, que Reino Unido; militar, con armas nucleares; y energética, con sus cuantiosas inversiones en renovables (como Marruecos y otros, China en primer lugar, por cierto). Esta India, democrática, aunque con el actual primer ministro, Narendra Modi, más nacionalista y autoritaria, ve en China su mayor rival y se acerca a Estados Unidos y a Occidente en general, que la corteja para compensar el poderío chino. La delegación india fue la más nutrida en el reciente Foro Económico Mundial en Davos.

 

«India pretende erigirse en un líder principal del Sur Global y proyectar su visión, importancia y valores en el G20 que preside este año»

 

India, a la vez que sigue comprando gas, petróleo –que aún necesita, y que en parte luego reexporta como diésel y otros derivados a Europa y EEUU, entre otros– y armamento a Rusia, participa en algunas iniciativas con EEUU –como el QUAD, el Diálogo Cuadrilateral Indo-Pacífico– y en otras con China –es desde 2017 miembro de la Organización de Cooperación de Shanghái–, mientras se distancia de la invasión rusa de Ucrania y la consiguiente guerra. Nueva Delhi pretende erigirse en un líder principal del Sur Global y proyectar su visión, importancia y valores en el G20 que preside este año. Modi propugna la creación de un nuevo orden mundial que garantice el bienestar de los ciudadanos de los países en desarrollo, y considera que la próxima fase del crecimiento mundial vendrá de los países del Sur. Como señala el analista Raja Mohan, que visitó Madrid recientemente, India se presenta como puente entre el Sur Global y los países desarrollados.

Segundo ejemplo: la Arabia Saudí de Mohamed bin Salmán (MBS). En el reciente viaje del presidente chino, Xi Jinping, a Riad –su tercera salida desde el estallido de la pandemia de Covid-19–, los saudíes llegaron a un acuerdo por valor de 29.000 millones de dólares. Y aunque no formalizaron que una parte del petróleo vendido a China –el país que más crudo compra del mundo, siendo Arabia Saudí su primer proveedor– se pagara en yuanes (renminbis), sí aceptaron, como otros del Consejo de Cooperación del Golfo, abrir esta vía, que cuestionaría, de plasmarse, la centralidad del dólar, una perspectiva que se refuerza con varios países comerciando en otras divisas. Los saudíes, que compran ingentes cantidades de armamento estadounidense para contrarrestar a Irán –otro tercero que gana importancia–, se han percatado de que ni por el petróleo ni por su peso en Oriente Próximo importan ya tanto a Washington, pese a la visita de Joe Biden a Riad. Amplían así su margen de maniobra, diversifican su política exterior. La “diversificación”, que se aplica a escala general en el caso de estas potencias terceras, ha entrado de lleno en el vocabulario diplomático saudí.

Tercer caso, Turquía. Es miembro de la OTAN y tiene una base donde EEUU almacena armas nucleares. Está contra Rusia en Siria y en Libia. Quiere aviones F-16 estadounidenses, pero en 2019 compró a Moscú sistemas de defensa antiaérea. Es el único miembro de la Alianza Atlántica que se ha negado a adoptar sanciones contra Rusia, aunque ha bloqueado mientras dure la guerra en Ucrania el paso de buques de guerra rusos por los estratégicos estrechos que controla. Recep Tayyip Erdoğan, primer ministro entre 2003 y 2014 y desde entonces presidente, con tendencias autoritarias, también ha ampliado su margen de maniobra, como potencia regional, con cada vez más presencia en África, además. Turquía, como intermediario, logró un acuerdo para la salida de Ucrania y Rusia a través del mar Negro de 17 millones de toneladas de grano y fertilizantes, que algunos países en desarrollo ansiaban para evitar una hambruna.

 

«Como muchos otros países latinoamericanos, México ha sido comedido en su condena a Rusia y no ha aceptado adoptar sanción alguna, mientras empuja para que la ONU, India y El Vaticano lideren un comité para negociar una tregua de cinco años entre Rusia y Ucrania»

 

Cuarto ejemplo: México. El presidente Andrés Manuel López Obrador se había distanciado, políticamente, de EEUU, con Donald Trump y su muro. Alabó a Biden por no construir ni un metro más de valla en la frontera con su país, cuando lo recibió junto al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, en la Cumbre de Líderes de América del Norte. Pero, como muchos otros países latinoamericanos, ha sido comedido en su condena a Rusia y no ha aceptado adoptar sanción alguna. Ahora bien, México empuja para que la ONU, India y El Vaticano lideren un comité para negociar una tregua de cinco años entre Rusia y Ucrania.

Hay otras muchas potencias terceras en auge, desde Marruecos –que ha ampliado mucho su importancia regional–, Suráfrica, Kenia, Egipto o Nigeria, en África, y otros en el Golfo (Emiratos Árabes Unidos, Qatar), Asia o Latinoamérica. De hecho, ya lo anticipó, en otras condiciones, Parag Khanna en su libro The Second World, en el que en 2008 atisbaba el auge de estas potencias, que han crecido y se han crecido desde entonces. El Sur Global no se acaba en los países citados, sino que cuenta con muchos más. Sin unidad, pero con algunos importantes elementos comunes, como su frustración con las potencias occidentales que los colonizaron durante tiempo y que solo los atienden cuando les conviene y luego se olvidan de ellos. Ven cómo los occidentales meten miles de millones de dólares y euros públicos en sus economías, y la Unión Europea impone tasas ambientales a lo que les compran, mientras ellos sudan para crecer. Miran a China, sobre todo, con la que simpatizan, pero también a Rusia, que les aportan inversiones y otros elementos, sin condicionamientos, aunque con consecuencias geopolíticas. Influyen cada vez más en la ONU, no en su Consejo de Seguridad, bastante paralizado, pero sí en la Asamblea General y otros entornos.

Muchos de estos terceros han condenado la invasión y anexión rusa de una parte de Ucrania, pero no se han sumado a las sanciones contra Moscú, sino que las ven con malos ojos, al tiempo que consideran la guerra como una cuestión del Norte, de potencias imperiales, aunque les afecte y les preocupe su impacto en sus economías y en su seguridad alimentaria. Congelar los activos del Banco Central de Rusia –y otros privados– en Occidente ha creado un precedente que preocupa a estos países. La subida de los tipos de interés en EEUU les perjudica. En el Sur Global, los países desconfían cada vez más del dominio del dólar en el sistema financiero internacional, también del G7, descrito por la administración de Biden nada menos que como el “comité organizador del mundo libre”.

En todo caso, el mundo ha cambiado con el surgimiento de estas potencias terceras que buscan diversificación. Las diplomacias occidentales solo se han adaptado en parte a esta transformación en curso. Todas corren a África. Tendrán, también, que diversificar su acción exterior. Tendrán que reconectar con ese mundo tercero, de otra manera. China ya lo está haciendo. Rusia, también.

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