Manifestación antifascista en Londres, Reino Unido, el 13 de octubre de 2018. GETTY

Dejad que nos llamen racistas

Pablo Colomer
 |  19 de octubre de 2018

En 2014, durante un seminario en el Vaticano, Steve Bannon sostuvo que Occidente está en las “fases iniciales de una guerra global contra el fascismo islámico”. Según Bannon, el islam no es una religión sino una ideología política intolerante abocada a la conquista del mundo, por lo que la prohibición de la entrada de musulmanes –en EEUU, en Europa– estaría justificada.

Hoy, este exasesor de Donald Trump en la Casa Blanca recorre Europa con un objetivo –construir un movimiento paneuropeo basado en dos pilares: el cierre de fronteras para impedir la inmigración y el repliegue de cada país para combatir la globalización–, un calendario –las elecciones europeas de mayo de 2019– y un modelo: George Soros. “Soros es brillante –confiesa Bannon a The Daily Beast–. Malvado, pero brillante”.

Con esa sensibilidad de la extrema derecha para el lenguaje ambiguo, inocuo, inclusivo, Bannon ha llamado a su producto The Movement y con él busca levantar una ola de populismo ultranacionalista que agite un panorama, el europeo, cada vez más revuelto. En EEUU, Bannon ayudó a Trump a llegar a lo más alto. ¿Qué conseguirá en mayo con Matteo Salvini, con Marine Le Pen?

Bannon considera que la historia (y los datos) están de su parte. Y no duda en quitarse la piel de cordero cuando hace falta, cuando se siente fuerte, como en este mitin del Frente Nacional en Francia, en marzo de este año. “Dejad que os llamen racistas. Dejad que os llamen xenófobos. Dejad que os llamen nativistas –dijo Bannon–. Que sea un motivo de orgullo”.

 

 

Según un estudio de Pew, debido a la mayor tasa de natalidad de los países de mayoría musulmana, en 2050 el islam será la religión del 30% de la población mundial, con lo que por primera vez en la historia habrá tantos cristianos (31%) como musulmanes. En Europa, los musulmanes pasarán del 5,9% en 2010 al 10,2% en 2050. ¿Qué nos dicen estas cifras? ¿Son muchos, pocos musulmanes? Poco importa. En cualquier caso, son alimento para la extrema derecha que pretende azuzar Bannon. Pero no solo.

En su día, Manuel Valls, hoy candidato a la alcaldía de Barcelona, entonces primer ministro de Francia, se negó a usar el término islamofobia. “Aquellos que usan esta palabra tratan de invalidar cualquier crítica a la ideología islamista –dijo–. La acusación de islamofobia se usa para silenciar a las personas”. Valls se hacía eco de intelectuales como Bernard Henri-Levi o Salman Rushdie, que habían calificado la islamofobia “como un concepto mezquino que confunde la crítica del islam como religión y la estigmatización de quienes creen en ella”.

Valls no negaba la existencia de un sentimiento anti-musulmán en Francia, de prejuicios construidos a base de miedo y odio, pero rechazaba darle un nombre, acotarlo, entrar en el juego de los “apologetas del islamismo”. Dicha prevención denotaba, denota una reserva, un tic racista, de un racismo suave, sí, apenas consciente, pero que está ahí.

En 2001, Naciones Unidas reconoció la islamofobia como una forma de prejuicio en su conferencia de Durban sobre el racismo. Antes, en 1997, la islamofobia había sido definida por primera por el think tank británico Runnymede Trust, a través de ocho rasgos o prejuicios que, hoy día, han calado tanto en las sociedades europeas que puede decirse que forman parte de su “sentido común” hegemónico, en palabras del profesor de la Universidad Complutense de Madrid Daniel Gil-Benumeya.

Runnymede Trust define la islamofobia como una “hostilidad infundada hacia los musulmanes y, por tanto, aversión, antipatía, rechazo de todos o de la mayoría de los musulmanes”. El periodista estadounidense Conor Friedersdorf lo define, a su vez, como el “miedo irracional ante el musulmán común”. Hoy, Runnymede Trust ha actualizado su definición, pasando del prejuicio a calificarla como una forma de racismo. Según Gil-Benumeya, la islamofobia manipula prejuicios raciales y religiosos explotando el miedo al yihadismo y el terrorismo. “A medida que se avanza hacia la derecha del arco político, son más insistentes y explícitas las alertas sobre el peligro que supone el islam para los ‘valores’ y ‘modos de vida’ europeos, hasta el punto de hacer de ello uno de los ejes del debate político y electoral”, explica el profesor de la Complutense.

En España, prueba de la ubicuidad del fenómeno la encontramos en el primer informe del Observatorio de la islamofobia en los medios, montado por la Fundación Al Fanar y el Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed). El Observatorio analizó a lo largo del 2017, de forma diaria, la información publicada por seis diarios de ámbito nacional y autonómico (La Vanguardia, El Mundo, La Razón, 20 minutos, El País y Diario.es) con el objetivo de identificar informaciones islamófobas. ¿Sus conclusiones? La mayoría de los artículos y noticias sobre el islam y los musulmanes (60%) eran islamófobos. En los artículos de opinión, la cifra subía al 72%.

Como malas prácticas detectadas, el Observatorio destaca el sensacionalismo de los titulares; el uso exagerado y no fundamentado de cifras; referencias al islam como una ideología militar, o negación de la existencia de la islamofobia, entre otras. Y recomienda, para paliar el mal, evitar el sensacionalismo y las generalizaciones, comprobar la información con fuentes fidedignas y equilibrar las fuentes, además de denunciar a los partidos o políticos que se alimentan de la islamofobia para arañar votos.

No lo tendrán fácil los medios, tampoco los políticos responsables. La extrema derecha, como hemos visto antes, no se arredra ante la realidad. La retuerce, la manipula, la impugna y, en último término, la descarta y opta por fantasías más o menos verosímiles, casi siempre truculentas. Ahí tenemos el ejemplo del profeta del apocalipsis musulmán en Francia, Éric Zemmourno, no es Michel Houellebecq–, quien acusa a los musulmanes del nuevo auge del antisemitismo en Francia. “El antisemitismo ha renacido en Francia con la llegada de las poblaciones de territorios musulmanes, donde el antisemitismo es, digamos, cultural”. De esto podemos deducir que en Europa –la vieja Europa blanca, secular, cristiana, ortodoxa, no importa– no ha habido “antisemitismo cultural”. O al menos, que hoy día ya no lo hay. ¿De verdad? ¿Y dónde dejamos entonces al fundador del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, condenado por negar el Holocausto y por incitar al odio contra los judíos, y a su caterva de seguidores? ¿Anecdótico? Qué más da, en el fondo. El afán distorsionador de la extrema derecha no tiene límites. Sigamos con el ejemplo de Zemmour, quien es capaz de ir más allá, tratando de blanquear no solo el presente, sino el pasado, y defender al régimen de Vichy. Según el escritor francés, el mariscal Pétain colaboró de mala gana con los nazis en la deportación de judíos, a los que en realidad trataba de salvar, al tiempo que trataba de salvar el país.

Lo dicho: a río revuelto, ganancia de pescadores.

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