“Siempre hay un pez más grande”, instruye Qui-Gon Jinn a Obi-Wan Kenobi en La amenaza fantasma. Ustedes se preguntan a cuento de qué viene una frase insustancial de una película mediocre de una saga de valor cuestionable. La respuesta es que ilustra la evolución del mercado global de smartphones.
Siempre hay un pez más grande. Esto es, siempre hay un pez grande y un pez pequeño, y el pez pequeño crece hasta hacerse grande. El más grande. Así que se come al pez grande –es decir, al pez que ha dejado de ser tan grande. Después aparece otro pez pequeño, que resulta no ser pequeño porque se vuelve grande, el más grande, y se come al pez grande que comparativamente es pequeño. Y así.
El pez grande –es decir, el futuro pez pequeño– es Samsung. Los beneficios del gigante surcoreano se han desplomado un 49% en el tercer trimestre, y su cuota del mercado global de smartphones ha caído de un 35% a principios de 2014 a un 24.7% en octubre. La principal pérdida del mercado de Samsung ha tenido lugar en China, donde Huawei, Lenovo, Xiaomi, y docenas de compañías de menor tamaño han acabado con su dominio, ofreciendo smartphones sofisticados a precios competitivos.
De las tres compañías chinas, la última es la que ha logrado el crecimiento más espectacular a lo largo del año. Gracias al lanzamiento de su nueva gama de productos, Xiaomi ha aumentado su cuota del mercado global de un 3.9% en enero a un 5.6% en octubre, convirtiéndose en el tercer fabricante mundial. Con la demanda de smartphones china creciendo sustancialmente, Lei Jun, fundador y presidente de la compañía, pretende quintuplicar el volumen de ventas a lo largo de 2015, alcanzando los 100 millones de unidades. Samsung ha respondido volcándose en recapturar el mercado chino.
El declive de la marca surcoreana es, en primer lugar, el último capítulo en una saga de destrucción creativa. Fue Samsung quien arrancó el monopolio del mercado de smartphones a Apple, hoy reducido a un 12,3% del mercado global, y fue Apple quien destronó a Nokia tras diseñar unos smartphones que el fabricante de móviles finlandés jamás consiguió imitar. (En algún momento también cayó fulminada Blackberry, antaño compañera inseparable de todo ejecutivo de buen ver.)
Pero existe una segunda lectura, que no está reñida con la primera y resulta aún más irónica. Durante la última década, Pekín ha sabido subir en la cadena alimenticia de las exportaciones, pasando de fabricar ropa a manufacturar componentes electrónicos para ordenadores y IPhones y, finalmente, sus propios teléfonos. No lo ha hecho mediante planos quinquenales marxistas, sino calcando el modelo de desarrollo de Corea del Sur, que en su día llevó a cabo un proceso de modernización similar para terminar exportando productos con valor añadido. La clave radicaba en una cooperación estrecha entre el Estado coreano y los Chaebol, principales conglomerados industriales del país. El desarrollo de Corea del Sur, a su vez, estuvo profundamente influenciado por el modelo de Japón, descrito por Chalmers Johnson en su clásico The Developmental State. (Sony, fundada en los años de posguerra, se dio a conocer fabricando productos tan básicos como calentadores de arroz.)
En este caso, sin embargo, nos encontramos con un círculo virtuoso. Japón es uno de los principales beneficiados del auge de los smartphones chinos. Compañías japonesas como Murata y TDK fabrican el 50% del entramado de los teléfonos chinos, frente a un 33% de los de Samsung y menos aún para los de Apple. La demanda china está reactivando el sector y convirtiéndolo en un motor de crecimiento para el país, que acumula dos décadas de estancamiento económico. ¿La pescadilla que se muerde la cola?