El futuro de la crisis de Ucrania, y posiblemente de las relaciones entre Occidente y Rusia, se está jugando en una pequeña ciudad entre las regiones rebeldes de Lugansk y Donetsk. Fue en Debáltsevo donde la vulnerabilidad del ejército ucraniano, cercado por los secesionistas prorrusos, movilizó una ofensiva diplomática frenética por parte de Alemania y Francia. Es en Debáltsevo donde el continuo enfrentamiento entre el ejército ucraniano y los separatistas pone en peligro el frágil alto al fuego negociado por Angela Merkel, François Hollande, Vladimir Putin y Petró Poroschenko.
El acuerdo de Minsk es el segundo que se realiza en la capital bielorrusa. Un alto al fuego similar, negociado el pasado septiembre, colapsó tras una serie de avances prorrusos y la consiguiente escalada de tensiones entre Moscú, Bruselas y Washington. El clima en que el segundo pacto se ha fraguado es especialmente tenso, con Estados Unidos insistiendo en armar al gobierno ucraniano, Putin dispuesto a ampliar sus objetivos en Ucrania y Europa intentando encontrar tanto una voz común como una posición coherente frente a ambos extremos. Ya son legión los periodistas que echan mano de analogías históricas, como Münich en 1938 y agosto de 1914. Anne Applebaum, a la cabeza de los catastrofistas, considera que una segunda guerra fría es preferible a una Tercera Guerra mundial.
Minsk, al menos en teoría, representa un compromiso para evitar ambos desenlaces. Como señala Niall Ferguson en Financial Times, supone un varapalo para el gobierno ucraniano, en la medida en que permite a los secesionistas retener el terreno que han arrebatado al ejército desde septiembre. La importancia estratégica de estas áreas es considerable: en el norte de Lugansk se encuentra una planta eléctrica capaz de generar energía para gran parte de la región; en Avdiivka se encuentra la principal planta procesadora de coque del país, vital para la industria metalúrgica ucraniana; Mariupol, además de garantizar acceso al Mar Negro, cuenta con las tres mayores acererías de Ucrania; Debáltsevo, finalmente, es el principal nexo ferroviario de la región.
El avance prorruso sugiere que Moscú ya no se limita a ejercer presión militar sobre Ucrania, sino que pretende establecer un Estado sostenible –y de facto independiente– en la cuenca del Donétsk. Los precedentes de Osetia del Sur en Georgia y Transnistria en Moldavia avalan esta hipótesis.
Los prorrusos insistieron en que el alto al fuego, iniciado el 15 de febrero, no cubriría a Debáltsevo. Y a juzgar por la constancia de los combates en torno a la ciudad, han cumplido su advertencia. Según el ejército ucraniano, los separatistas han realizado 112 ataques, la mayoría de ellos en Debáltsevo, desde que el alto al fuego entró en vigor. Los separatistas acusan al ejército de bombardear el aeropuerto de Donetsk, actualmente reducido a escombros. También han ofrecido a los soldados ucranianos en Debáltsevo la posibilidad de retirarse sin ser capturados, siempre y cuando dejen sus armas detrás. Entretanto, la Unión Europea ha aprobado una nueva ronda de sanciones económicas, dirigidas específicamente contra dirigentes secesionistas.
El fin de la guerra en Ucrania depende de la moderación que ejerzan Poroshenko y Putin sobre ambos bandos. Tanto Merkel como Hollande han hecho ver al presidente ucraniano que la crisis de Ucrania carece de una solución militar. Rusia, por su parte, ha obtenido el acuerdo que buscaba en Minsk. Si los secesionistas continúan tensando la cuerda, Putin se arriesga a quedar definitivamente aislado de Occidente.