“La verdad literaria es una y otra la verdad histórica. Pero, aunque esté repleta de mentiras –o, más bien, por ello mismo–, la literatura cuenta la historia que la historia que escriben los historiadores no sabe ni puede contar”. El nombre de Mario Vargas Llosa, autor de estas palabras, surgió varias veces durante la conversación que mantuvieron el 11 de junio en la antigua Casa de Fieras del parque del Retiro Berna González-Harbour, directora de Babelia (El País), y Fernando Rodríguez-Lafuente, director de ABC Cultural, en el marco de la Feria del Libro de Madrid.
Junto al del premio Nobel peruano surgieron otros nombres: Gabriel García Márquez, Joseph Roth, Franz Kafka, George Orwell, Dalton Trumbo, J. R. Tolkien, Jaroslav Hašek, Manuel Chaves Nogales… Todos ellos nos han ayudado, con sus obras de ficción, a entender mejor el mundo, desde el totalitarismo comunista (1984) hasta el absurdo de la Primera Guerra mundial (El buen soldado Švejk). También surgieron nombres como los de Orson Welles, Steven Spielberg y, sobre todo, Humphrey Bogart o, mejor dicho, Rick Blaine.
Casablanca y la Segunda Guerra mundial protagonizaron la charla. “Leemos sobre lo que nos cuesta comprender, para comprender lo incomprensible”, aclara González-Harbour. Y qué fenómeno más incomprensible que la mayor carnicería de la historia, aderezada con uno de los monstruos más oscuros producidos por la razón: el nazismo. Para la directora de Babelia, todas las novelas son hijas de sus circunstancias, de su contexto histórico, social. “Y aunque una novela quizá no cambie el mundo –apunta González-Harbour–, sí que puede cambiar a sus lectores”.
A veces, sin embargo, hay ficciones que logran influir de manera notable en la política del momento, explica Rodríguez-Lafuente. Como la de Casablanca, cuyo objetivo implícito (el explícito tal vez fuese legar al imaginario colectivo una memorable obra maestra) era influir en que Estados Unidos cambiase su política hacia el gobierno colaboracionista de Vichy. Los productores de la película, muchos de ellos judíos, querían aportar su grano de arena a través de la ficción. Por las lágrimas del presidente Franklin D. Roosevelt durante el pase de la película en la víspera del año nuevo de 1943, parece que lo consiguieron.
Allí donde no llegan los discursos, ensayos y panfletos, a veces sí accede la literatura. Rodríguez-Lafuente recurre a Honoré de Balzac para explicar que la novela es la historia privada de las naciones, “permite entrar en el mundo interior de los personajes, contar la verdad a través de la mentira”. Aquí volvemos a Vargas Llosa: “Las novelas mienten –no pueden hacer otra cosa– pero esa es solo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad, que solo puede expresarse encubierta, disfrazada de lo que no es”.