La fuerza de las iglesias cristianas evangélicas en la movilización de los votantes hacia el “NO” en el plebiscito por la paz de Colombia fue bastante subestimada por las encuestas y los analistas políticos. Lo que resulta entendible porque esta circunstancia es inédita para el país. Si bien es cierto que en la época de la violencia de mediados del siglo XX los párrocos de los pueblos se convirtieron en un verdadero catalizador del sectarismo partidista hacia la derecha, y que buena parte de la Teología de la Liberación había optado por la vía armada hacia la izquierda, fuera de esos dos polos, los guías espirituales colombianos habían mantenido frente al conflicto armado una posición más bien de actores de reconciliación y no de enfrentamiento social.
En un país de histórico predominio católico, la creciente influencia de base ejercida por los diversos templos cristianos nunca había sido tomada en serio como determinante de la voluntad general. Más allá de unas cuantas curules en los órganos de representación nacional y local obtenidas por variados partidos de ideario evangélico, hasta ahora su influencia efectiva en la política nacional no se percibía como decisiva. Sin embargo, en un escenario de abstención superior al 60% del censo electoral, la disciplinada movilización de los miembros de estas iglesias cristianas (más del 13% de la población colombiana total) se mostró determinante para el resultado del plebiscito.
Más que el discurso del uribismo, lo que aglutinó a estos templos en contra del Acuerdo de Paz fue la reacción a un proyecto de cartilla que el gobierno de Juan Manuel Santos encargó a las Naciones Unidas con el objeto de formar a los profesores en la no discriminación de los niños por razones de género en el ambiente escolar. A la indignación de los sectores religiosos más reaccionarios se sumó la difusión de viñetas de un cómic pornográfico como si pertenecieran a la famosa cartilla y se orquestó una fuerte campaña de desinformación en contra de lo que llamaron “Ideología de género”. Se convocaron manifestaciones y marchas que motivaron la desvinculación y posterior renuncia de la ministra de educación, Gina Parody, quien fue duramente atacada por su condición homosexual. Así, el voto por el “NO” fue publicitado como una cruzada moral en defensa de la familia y de la orientación sexual de los niños.
Contrario a la opinión de la comunidad internacional, que veía en el tratamiento a los temas de género del Acuerdo negociado en La Habana un ejemplo a seguir para futuros procesos de paz en todo el mundo, la prédica de los pastores cristianos colombianos lo promocionó como una apuesta por la desintegración moral de la sociedad y la puerta al infierno de una “dictadura castrochavista gay”. Paradójicamente, aquello que en Occidente es considerado una conquista a favor de la igualdad y la integración social de las minorías, en Colombia fue la principal razón para que los creyentes evangélicos cerraran filas contra la posibilidad de la paz con la guerrilla de las FARC-EP.
Aparte de lo absurdo que pueda parecer, el bulo de la “ideología de género” deja al descubierto profundas fracturas en el modelo ético de referencia para la sociedad colombiana que habían sido veladas por el aparente pluralismo que predica la Constitución de 1991. Tras el fracaso del plebiscito se pretende modificar la Carta magna, convocando a una Asamblea constituyente que integre al texto las negociaciones con el grupo insurgente. La cuestión es que las reformas constitucionales se sabe cómo comienzan pero no cómo terminan.
Dentro del enorme respeto que merecen las convicciones religiosas de los colombianos, es necesario llamar la atención sobre el hecho de que en el contexto actual del país se combinan la polarización moral, la desinformación, la radicalización y la instrumentalización política de la ignorancia, por lo que una eventual reforma de la Constitución podría poner en grave riesgo los derechos fundamentales de las minorías. Hay que tener en cuenta que éstos no son conquistas definitivas, sino que se encuentran en peligro permanente de regresión y que, precisamente, su carácter contramayoritario consiste en poner a cubierto a las “ovejas” en riesgo de exclusión para que no sean aplastadas por el grueso del “rebaño” que se mueve en estampida al grito del pastor.