Las últimas cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la extensión del virus del ébola en África Occidental contaban 6.553 infectados y 3.093 muertos. Liberia, Guinea y Sierra Leona son los países más afectados. El virus parece tener una extensión más limitada en Senegal, República Democrática del Congo y Nigeria, donde el control de los infectados y la asistencia sanitaria ha sido más eficaz. Mientras la comunidad científica trata de darse prisa por esclarecer las dudas sobre la clasificación del virus −¿pertenece a la especie Ebolavirus Zaire?−, sondear la eficacia de los sueros probados hasta ahora, como el ZMapp, buscar la creación de una vacuna o mejores medidas para detectar y detener las infecciones, los tres primeros países, hogar de 22 millones de personas, están al borde del colapso. En todos los sentidos.
El International Crisis Group (ICG) alerta sobre los daños colaterales de la epidemia, que se ceba en tres Estados muy débiles con sistemas sanitarios en descomposición. Y no solo estos se descomponen, también las propias sociedades. El ECG advierte sobre la posibilidad de que los antiguos enfrentamientos locales y regionales resurjan con fuerza, alentados por la escasez de alimentos y la inflación, en un contexto de descontento popular generalizado por la pobre gestión gubernamental de la epidemia.
No hace tanto tiempo que Liberia, Guinea y Sierra Leona −y sus vecinos− sufrieron guerras civiles, y todavía quedan posos. En una crisis de esta magnitud, donde la población es presa del miedo y la desesperación, la violencia y los enfrentamientos dejan de ser cosa del pasado. El ICG advierte de posibles revueltas populares contra el gobierno en Liberia. Ya han tenido lugar enfrentamientos entre los habitantes de un barrio marginal de Monrovia, sometido a cuarentena, y las fuerzas de seguridad.
A esto hay que añadir una serie de ingredientes desestabilizadores. Como la falta de conocimiento sobre el virus entre la población. O personas infectadas que se niegan a ir a un hospital mal equipado a morir. El número creciente de niños huérfanos. La estigmatización de las víctimas y sus familias. La ausencia de bases de datos completas y fiables que permitan rastrear y cuantificar las víctimas. Etcétera. Que cunda el pánico entre la mayoría de ciudadanos es lo mínimo que cabía esperar.
La reacción de la comunidad internacional ha sido contundente, pero la respuesta no es tan rápida y masiva como el problema requeriría. Cada tres semanas, las víctimas se duplican. Científicos de la OMS calculan un número superior a 20.000 afectados para noviembre.
La resolución 2177 del 18 de septiembre contó con el apoyo de 133 países miembros de Naciones Unidas, el mayor respaldo de la historia de la organización a una resolución del Consejo de Seguridad. En ella se establece que la epidemia es una amenaza a la paz y seguridad internacionales, y urge a los Estados miembros a brindar apoyo financiero, político y sanitario para contener la epidemia. En suma, un gran gesto que, pese a todo, ha recibido críticas. La revista médica The Lancet ha publicado un comunicado donde 50 científicos europeos acusan de negligencia e inacción a los gobiernos de Europa y proponen medidas para facilitar el fin de la epidemia.
La propia ONU habla de descoordinación entre los principales planes de ayuda: Estados Unidos a Liberia, Reino Unido a Sierra Leona y Francia a Guinea. Los tres grandes donantes coinciden en las medidas: enviar personal sanitario, equipamiento médico y construir centros de asistencia sanitaria y hospitales. El problema es que las negociaciones han sido bilaterales, cada uno por su lado, a excepción de parte de la ayuda canalizada a través de los organismos de la ONU. En Foreign Policy, Siobhán O’Grady acusa a las tres potencias occidentales de trazar de nuevo el camino del colonialismo: la ayuda es más cuantiosa para la antigua colonia que para el resto.
Los expertos insisten en la necesidad de alianzas y cooperación en la región para que la lucha sea eficaz, más si se tiene en cuenta que las relaciones entre las poblaciones de los tres países más afectados no responden a patrones típicos. La porosidad de unas fronteras artificiales propias del colonialismo es elevada. La movilidad de las familias es, por tradición, alta. Y la escasez de alimentos incentiva, además, que los más pobres se trasladen a otras zonas, no necesariamente dentro de su Estado.
[…] de sus prioridades. Pero un panorama internacional desolador (África occidental desgarrada por el ébola, Oriente Próximo sumido en una guerra civil transfronteriza, Moscú y Bruselas enfrentados) exige […]