Las Cumbres de las Américas representan periódicamente la foto de familia del momento geopolítico que se vive en el continente americano. De este modo, las reuniones de jefes de Estado tuvieron un inicial momento álgido en Miami en diciembre de 1995 (I Cumbre de las Américas), donde Estados Unidos, en un contexto postguerra fría, intentaron lanzar el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Dicho proyecto económico fue precisamente rechazado y enterrado en la IV Cumbre de las Américas, en Mar de Plata (Argentina), en noviembre de 2005, donde se recuerda el histórico desplante de los presidentes de Venezuela, Hugo Chávez, y Argentina, Néstor Kirchner, al presidente George W. Bush.
Así pues, estas cumbres auspiciadas por la Organización de Estados Americanos (OEA) reflejan las cuestiones que priman en la agenda hemisférica, así como el sentir general de los 35 Estados americanos, si incluimos a la hasta ahora excluida Cuba, que en todo caso ha estado siempre presente en los debates. De hecho, la anterior Cumbre de Cartagena de Indias (Colombia) en abril de 2012, evidenció el consenso casi unánime de integrar a la isla caribeña en la dinámica de estas cumbres, a pesar de la oposición de EE UU y Canadá. Asimismo, el relativamente reciente giro en las relaciones entre La Habana y Washington (recuérdese como hito simbólico el saludo de Barack Obama y Raúl Castro en los funerales de Nelson Mandela en diciembre de 2013), ha conducido a las actuales rondas de negociaciones bilaterales para normalizar unas relaciones que han marcado la política de todo el continente durante medio siglo. Este contexto regional ha motivado la inédita presencia de Cuba en estas Cumbres y ha despertado el interés mediático por la confirmación del encuentro entre ambos mandatarios durante la reunión que empieza mañana en Panamá.
Por sí mismo, este hecho permitiría calificar como histórica esta VII Cumbre de las Américas (10 y 11 de abril), bajo el lema de “Prosperidad con Equidad”. Sin embargo, otros asuntos internacionales permiten avizorar un clima más escéptico respecto a los posibles resultados emanados de estos encuentros de alto nivel. El primer rompecabezas a resolver será el relativo a la creciente escalada retórica entre EE UU y Venezuela. Mientras para Caracas pudiera resultar funcional presentarse como víctima de la hegemonía de Washington, por el contrario los estadounidenses podrían haber dilapidado gran parte de su capital político negociador y legitimación en la Cumbre de Panamá al decretar sanciones a funcionarios de gobierno de Nicolás Maduro y, a tal fin, calificar a Venezuela como “amenaza” para su seguridad. En otras palabras, el éxito que pudiera atribuirse a Barack Obama por haber destensado las relaciones con Cuba son susceptibles de esfumarse por la marcada unilateralidad adoptada en el caso de Venezuela, tal y como acredita el rechazo de organismos como la Unasur o la CELAC a estas nuevas medidas.
Más allá del evidente interés internacional en la presencia cubana en la Cumbre de las Américas y el posible protagonismo de las agresiones dialécticas entre Venezuela y EE UU, otros asuntos tendrán cabida en la agenda aunque estén en un segundo plano a nivel mediático. Destaca la manifiesta debilidad de algunos mandatarios que otrora adoptaron un rol preponderante. Así, el Brasil de Dilma Rousseff camina por un precipicio de inestabilidad política, crisis económica y descontento social en lo que pareciera una tormenta perfecta en virtud de la cual el sueño brasileño se hubiera volatilizado. Argentina vive los últimos meses de un kirchnerismo que ha polarizado a la sociedad y ha marcado toda la agenda política albiceleste durante más de una década. En Colombia se trabaja ya sobre un escenario postconflicto, a pesar de que las negociaciones entre gobierno y guerrilla aún disten de estar finalizadas. En México, el capital político atesorado por Enrique Peña Nieto para sus múltiples reformas políticas se ha visto rápidamente dilapidado por escándalos internos como el de la muerte de los 43 estudiantes Iguala. El litigio marítimo de larga data entre Chile y Bolivia nuevamente hará acto de presencia en la Cumbre de Panamá mientras no sea definitivamente zanjado en la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
Al mismo tiempo que se desarrollan estos asuntos, toda la región latinoamericana se enfrenta a un escenario internacional en el que el fin del ciclo de bonanza en los precios de las commodities presenta un futuro complejo y obliga a cuestionarse por el modelo de reprimarización de las exportaciones, a la vez que aboca a otras fórmulas de inserción internacional, ya sea vía integración regional, megabloques regionales o estrechando lazos con nuevos socios estratégicos extraregionales, léase China.
Dicho todo lo anterior, esta VII Cumbre de las Américas se presenta apasionante, con altísimas expectativas que pueden acabar fomentando un fuerte sentimiento de frustración si los resultados (que en todo caso serán más simbólicos y retóricos, que materiales y constatables) no están a la altura de la cita hemisférica de 2015. En cualquier caso, el primer éxito de cualquiera de estas cumbres, el referente al poder de convocatoria e interés internacional, ya se ha visto satisfecho con creces, toda vez que han confirmado su asistencia la práctica totalidad de los 35 mandatarios convocados, con excepciones más que justificadas como la de la presidenta Michelle Bachelet debido a los recientes desastres naturales en el norte de Chile. Así pues, ahora solo queda seguir los derroteros de esta vorágine de encuentros al más alto nivel y extraer a posteriori las posibles valoraciones y análisis de esta Cumbre de las Américas… ¿histórica?