En pleno ruido y furia de la lucha contra el Estado Islámico, resulta fácil olvidar uno de los mayores logros de la política exterior de Barack Obama. Se trata del deshielo de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, que ha roto con medio siglo de hostilidad entre ambos países. Un año después del comienzo de la normalización de las relaciones, cuyo paso más patente ha sido la reapertura de sus respectivas embajadas, Cuba y EE UU han realizado un progreso considerable y muestran voluntad de seguir adelante con dicha normalización. Pero los obstáculos a salvar continúan siendo considerables. El deshielo avanzará a paso lento aunque seguro.
2015 ha finalizado con una batería de acuerdos entre Washington y La Habana. A mediados de noviembre, los dos países negociaron un acuerdo medioambiental. Un mes después, EE UU y Cuba han restablecido el servicio postal directo, hasta ahora operado a través de terceros que lo convertían en un sistema ineficaz y lento. Ambas partes esperan llegar a un acuerdo en torno a la aviación civil antes de que finalice el año. Entretanto, American Airlines ha lanzado un vuelo entre Los Ángeles y La Habana que, por primera vez, está orientado a turistas estadounidenses antes que a cubano-americanos. Aunque para visitar la isla aún es necesario realizar varios trámites, el número de turistas americanos en Cuba aumentó un 60% en 2015, superando los 105.000 visitantes.
La relación también progresa en ámbitos más controvertidos, como el pago de compensaciones. Desde EE UU, 6.000 demandantes, tanto individuos particulares como compañías, reclaman a Cuba 1.900 millones de dólares en propiedades expropiadas durante los años sesenta. Aplicando intereses, la cifra podría elevarse hasta los 8.000 o 9.000 millones: una cantidad que el gobierno cubano difícilmente podría pagar. Richard Feinberg, del Brookings Institution, sostiene que sería posible avanzar pagando a los damnificados individuales, que exigen un total de 230 millones. El resto de la suma, exigida por multinacionales como Coca Cola y Exxon Mobil, podría canjearse por acceso al mercado cubano. El gobierno cubano, por su parte, reclama 121.000 millones de dólares a EE UU como compensación por el embargo comercial al que ha sometido a la isla desde 1963.
El embargo es, precisamente, una de las grandes cuestiones pendientes de resolución. Aunque el sector más duro de la comunidad cubana en Miami ha logrado mantenerlo gracias a un peso político desproporcionado, las nuevas generaciones de cubano-americanos no están a favor de la medida. Pero es el Congreso, y no el presidente, quien tiene autorización para levantar la medida. Con el legislativo en manos del Partido Republicano, es muy posible que la medida se politice simplemente para dañar a Obama. A finales de octubre, la Asamblea General de la ONU condenó el embargo por vigésimo cuarta vez. Con 191 votos de 193 a favor, solo votaron en contra Israel y EE UU, que criticó la medida por no contribuir al deshielo.
Un segundo problema lo presentan los servicios de inteligencia estadounidenses. El caso de USAID y Zunzuneo, en el que la agencia oficial de cooperación americana creó una red social con el fin de desestabilizar al gobierno cubano, muestra hasta qué punto podría aprovecharse una mayor libertad de expresión como arma arrojadiza. Con un trasfondo como este, los Castro continuarán viendo en Internet y la libertad de expresión un enemigo en potencia. Otra cuestión espinosa es la base naval americana en Guantánamo, cedida por España tras la derrota de 1898 y reclamada por el gobierno cubano.
A pesar de estos obstáculos, el progreso logrado a lo largo de los últimos doce meses es notable. Obama aún dispone de un año para avanzar en el deshielo, de forma que su sucesor se lo encuentre como un hecho consumado y tenga que aceptarlo. Si la Casa Blanca termina en manos de un demócrata, la normalización llegará a buen puerto. Pero una victoria republicana podría obstaculizar el deshielo. Las primarias republicanas las está dominado Donald Trump, con un discurso xenófobo que pondría en peligro el trato preferencial que otorga EE UU a los inmigrantes cubanos. Tanto Ted Cruz y Marco Rubio, que ocupan el segundo y tercer puesto, tienen raíces cubanas. Pero ambos han criticado duramente la apertura de Obama, amenazando con un cambio de rumbo si acceden a la Casa Blanca.