Tras su liberación el 11 de febrero de 1990, Nelson Mandela fue el artífice de la reconciliación nacional surafricana. Devolvió la esperanza a una sociedad desangrada por las luchas étnicas en los guetos y la violencia de grupos paramilitares opuestos a un cambio de régimen. Su labor junto a la del entonces presidente de Suráfrica, Frederik De Klerk, les valió a ambos el premio Nobel de la Paz en 1993.
Cuando el pequeño Rolihlahla Mandela fue a la escuela en el Transkei (en la actual provincia de El Cabo Oriental), los maestros misioneros tenían dificultad para pronunciar su nombre. La tradición de dar a sus alumnos nombres de héroes británicos le dio el apelativo de Nelson, que su madre “africanizó” como Nelisile.
Se traslada a Johannesburgo, donde completa sus estudios. En Soweto aprende que el coraje es el triunfo sobre el miedo. En 1942, Mandela se une al Congreso Nacional Africano (CNA), organización fundada en 1912. Comienza un estrecho vínculo con Walter Sisulu, quien presentándolo a un bufete de abogados le facilita una salida profesional. En los años siguientes, Mandela, Sisulu, Oliver Tambo y otros militantes trabajan por la transformación del CNA en un movimiento de masas. En 1944 crean la Liga de la Juventud del CNA, de la que Mandela será elegido secretario. En 1949, un año después de la victoria electoral del Partido Nacional y del inicio formal del apartheid, el Comité Ejecutivo Nacional del ANC acepta un Programa de Acción.
Se casó en 1946 y tuvo cuatro hijos. Pronto se muda a la misma calle de Soweto un joven cura llamado Desmond Tutu. Con el tiempo, Vilakazi Street se convertiría en la única calle del mundo con dos premios Nobel de la Paz: el corazón y la conciencia de Suráfrica.
Mandela, al frente del primer bufete de abogados negros del país, se dedica cada vez más de lleno a la política y se divorcia de su primera mujer. Más tarde viviría en esa casa de Vilakazi con Winnie Mandela, con quien tuvo dos hijas. Soñó a Winnie desde la cárcel. Pero tras la libertad una fría separación acabó con treinta y ocho años juntos.
¿Cómo pudo soportar 27 años en prisión? Quizá la respuesta sea que él y sus compañeros no se sentían culpables de nada. Eso fue la clave para sobrevivir. Para ellos la prisión fue una universidad. En una ocasión, un amigo le preguntó a Mandela cómo había hecho para dejar de ser el machista redomado que era de joven y convertirse en defensor de los derechos de la mujer. Respondió que en la cárcel había tenido tiempo para leer y pensar.
Mandela en Johannesburgo, en 1953, cuando ejercía de abogado. Foto de Ahmed Kathrada/Herbert Shore.
Mandela, terrorista
En la masacre de Sharpeville, el 21 de marzo de 1960, la represión blanca contra una marcha no violenta por la abolición de los passes causó 69 muertos y centenares de heridos. La acción no violenta había fallado una vez más. Ya antes, en 1955, en unas palabras que le traerían durísimas consecuencias, Mandela había declarado que el tiempo de la resistencia pasiva había terminado ante una minoría blanca decidida a conservar el poder a toda costa.
En ese año de 1960, el duodécimo aniversario del apartheid, pasan a la clandestinidad para prepararar el Umkontho we Sizwe, la “Lanza de la Nación”. El propio Mandela había inventado la expresión, que se convertirá en el nombre en clave del nuevo brazo armado del CNA, encargado de ejecutar operaciones violentas de la resistencia negra.
El MK, como era conocido, fue un grupo terrorista o, para ser más exactos, un movimiento revolucionario dispuesto a usar tácticas terroristas. Lo que determina la actitud de la población sobre la legitimidad de violencia terrorista es su manera de sentir sobre el específico contexto político en el que es utilizada. Y la mayoría de los surafricanos no blancos aprobaron los ataques del MK.
Fue enviado a Argelia para su entrenamiento en un comando armado. Es difícil ahora imaginarlo como terrorista. Pensar que tuvo un arma y estuvo dispuesto a disparar no encaja con la imagen que tenemos de él. Mandela nunca mató a nadie. Pasó los 27 años siguientes en la cárcel –18 de ellos en la prisión de Robben Island en condiciones muy precarias– y salió de ella anciano para negociar la transición de Suráfrica a la democracia con el mismo régimen que lo había encarcelado.
El contexto y los ojos del observador determinan quién es un terrorista. Conviene recordar que el presidente de Estados Unidos Ronald Reagan declaró al CNA un grupo terrorista poco antes de que Mandela ganara el Nobel de la Paz. Al mismo tiempo calificó a Jonas Savimbi –un terrorista para la mayoría– como el Abraham Lincoln de Angola. Y Dick Cheney, vicepresidente con George W. Bush, votó contra una resolución que pedía la liberación de Mandela de la prisión. Todavía en el año 2000, Cheney defendía aquel voto afirmando que el CNA era entonces percibido como una organización terrorista.
La inimaginable transición surafricana que Mandela hizo posible nos muestra que los líderes y sus palabras importan. El gigantesco baño de sangre que parecía inevitable y muchos blancos temían nunca llegó. Sin embargo, 20.000 surafricanos negros murieron a causa de la violencia partidista en la década que precedió a la transición hacia el gobierno mayoritario de 1994, y que persistió hasta varios años después, en particular en la actual provincia de KwaZulu-Natal.
Mandela salió de prisión y buscó la reconciliación, no la venganza. Posteriormente diría: “Siempre parece imposible hasta que se hace”.
En 1995, en el Mundial de Rugby, demostró cómo el deporte puede unir y cambiar el rumbo político y social de una nación. Mandela apoyó al equipo surafricano, lleno de jugadores de raza blanca. Tras él se unió esa gran mayoría que odiaba al equipo. Se consiguió la unión y a la postre la victoria.
Perteneciente al clan madiba de la etnia xhosa, Madiba es tanto el título honorífico como el apelativo con el que es conocido en Suráfrica. Tenía una memoria prodigiosa. Sabía usarla para complacer a su interlocutor. Era parte de su manera de hacer política.
Mandela visitó la prisión de Robben Island en 1994. Getty.
Del apartheid racial al apartheid social
Solemos olvidar que el primer gobierno posapartheid estaba sometido a una enorme presión internacional. El Banco de Desarrollo del África del Sur, una filial del Banco Mundial, y think tanks como la Urban Foundation, financiada por la Anglo American Corporation, defendían la aplicación de principios de economía de mercado incluso para sectores como construcción de viviendas, el abastecimiento de agua y electricidad o la educación y la sanidad.
Según un acuerdo de octubre de 1993, el gobierno de Mandela debía pagar 25.000 millones de deuda que dejaba el anterior régimen racista. Una cantidad que faltó luego al ANC para financiar las prometidas inversiones públicas.
Patrick Bond, su asesor personal durante la transición, fue uno de los autores del Programa de Reconstrucción y Desarrollo (RDP por sus siglas en inglés), el primer programa económico del ANC. A los dos años el RDP, que incluía un capítulo con promesas de bienestar de orientación socialista, fue sustituido. Ya durante las negociaciones antes de que Mandela se convirtiera en presidente, empezaron a hacerse inviables las propuestas de izquierdas y comenzaron una serie de “indicaciones” del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional para dirigir la transición. Según Bond, “todo el proceso fue un pacto entre elites, donde la clase dirigente negra obtenía el poder político a cambio de que la blanca mantuviera el económico”. Una transición del apartheid racial al apartheid social que desde el final de su presidencia ha desmoralizado cada vez más a la población, por lo que percibe como una traición del CNA a sus expectativas.
El partido ha faltado a muchas de sus promesas de crear viviendas y trabajo. Y debido a la corrupción imperante ha perdido su autoridad moral. Mandela fue lo bastante humilde como para admitirlo y trató de explicar el porqué de la lentitud en los avances. Mostró siempre las áreas de progreso y supo renovar las esperanzas en el futuro.
La herencia de una de las peores secuelas del apartheid, el desastre educativo, es el analfabetismo actual del 14% de los surafricanos y el acceso limitado de jóvenes negros a las universidades. En una conferencia sobre educación en 2001, a la que asistió el activista e intelectual palestino Edward Said, Mandela mostró el lamentable estado del país que “languidece en míseras condiciones materiales y sociales”. Era consciente de que la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo. Recordó a la audiencia que “nuestra lucha no ha terminado”. Una de las frases que cautivó la atención de Said fue su descripción de la campaña anti-apartheid como un “medio para que todos nosotros afirmemos nuestra humanidad común”. Esas palabras “todos nosotros” fueron concebidas para participar en una lucha cuyo objetivo final es la coexistencia, la tolerancia y la realización de los valores humanos.
Crepúsculo
Tras retirarse de la actividad pública en 2004, Mandela fue excepcionalmente sincero admitiendo que varios de sus parientes murieron de sida. En 2006 anunció que su hijo Makgatho, de 54 años, había muerto de sida. Este paso fue muy importante para la eliminación de un tabú que impide a muchos africanos hablar abiertamente del impacto de la enfermedad, a la vez que obstaculiza los esfuerzos de prevención y el tratamiento.
Creó un pequeño consejo de figuras políticas retiradas, Los Mayores. Entre otras cuestiones, sin atacar nunca la religión como tal, el consejo trató el papel de la manipulación religiosa en la opresión de las mujeres. En su día publicaron una declaración conjunta que animaba a los líderes religiosos a terminar con las prácticas discriminatorias en el seno de sus religiones y tradiciones.
En su 80 cumpleaños, el 18 de julio de 1998, Mandela contrajo matrimonio con Graça Machel, la viuda de Samora Machel, antiguo presidente de Mozambique y patrocinador del ANC, fallecido en 1986 en un accidente de avión. Ese mismo año fue galardonada con el premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, galardón que Mandela había recibido en 1992.
Madiba se fue lentamente. Graça reconocía a sus íntimos, poco antes de su muerte, que “cualquier persona que no fuera mi marido estaría ya muerta”. Los cuidados médicos y sobre todo el enorme cariño de Suráfrica y el mundo lo mantuvieron vivo.
67 años de lucha contra el racismo, 27 años en prisión y cinco años como jefe de Estado han convertido a Nelson Mandela en un admirado y respetado icono global. Su tenacidad, su compromiso con la justicia, su defensa de la democracia y la igualdad racial y su mensaje de reconciliación hacen de él uno de los personajes más relevantes de la historia contemporánea.
El 5 de diciembre de 2013 se apagó su vida. Su trayectoria y su ejemplo continúan brillando.