Al principio fue la incredulidad.
A medida que la crisis dejaba el apellido “financiera” para convertirse en una crisis tan real como total, los primeros datos sobre el impacto del desempleo, de los desahucios, de los recortes en las familias españolas y en sus miembros más débiles, los niños, resultaban difíciles de digerir. Los políticos, especialmente desde el gobierno, mostraban su desdén ante las primeras señales de alarma. Y así ha sido hasta ahora mismo: en octubre de este 2014, cuando la realidad ya era imposible de maquillar, las bancadas del Partido Popular en el Congreso aún recibían con abucheos y risotadas la intervención del líder socialista en el debate de los Presupuestos Generales del Estado, cuando hizo referencia a la pobreza infantil. Unos presupuestos que, por cierto, reducen un 90% la partida dedicada a la educación compensatoria, la que se dedica a reforzar aquellos alumnos que por su contexto socioeconómico tiene más dificultades para seguir el ritmo de las clases: un enorme mazazo en ese ascensor social que es la educación.
Y así la incredulidad dio paso a la ceguera deliberada.
Unicef, Save the Children, Cáritas, Ayuda en Acción, el Síndic de Greuges en Cataluña o el Observatorio de Asuntos Sociales de Euskadi, por citar los más relevantes, han publicado en los últimos años informes que varían ligeramente en la metodología y en las cifras, pero no dejan lugar a dudas sobre la gravedad de la conclusión: la pobreza y el riesgo de exclusión social de los menores avanza de manera insoportable en una sociedad desarrollada como la nuestra, y tres de cada diez niños viven en hogares pobres. Pero las perspectivas son más preocupantes aún, a medida que comprobamos cómo la leve recuperación del marco macroeconómico apenas se deja notar en la creación de empleo, y a medida que los padres y madres en situación de paro de larga duración pierden el derecho al subsidio. A ello hay que sumar los nuevos “pobres con trabajo”, aquellos con contratos tan precarios o sueldos tan raquíticos que ni siquiera les garantizan salir de la zona de exclusión social, tal y como denuncia la propia Comisión Europea.
Que esta plaga de pobreza siga siendo invisible para algunos es injustificable: los medios de comunicación han informado con profundidad y profusión sobre los indicadores que alertaban de lo que está pasando. Y aunque en este caso la buena praxis impide que los periodistas nos acerquemos a los protagonistas, sí hemos conocido a través de sus madres, padres, abuelos, profesores y asistentes sociales la angustia que supone no poder llenar la nevera, el agobio ante el cierre de los comedores escolares en verano, el desconcierto ante las ayudas sociales que desaparecen, las filigranas para reciclar libros de texto o material escolar y, en los casos más graves, la pérdida del hogar familiar.
Los medios han puesto rostro a las cifras, y rostro también a la solidaridad. La de los abuelos, que con su pensión o sus cuidados se han erigido en pilares de la familia; las múltiples asociaciones vecinales que se han movilizado para sumar fuerzas, y claro está, las ONG e instituciones que llevan tiempo desbordadas por la magnitud de problema.
No ha sido suficiente. De alguna manera, los medios somos corresponsables de un gran fracaso colectivo: la incapacidad de pergeñar un Pacto de Estado contra la Pobreza como el que reclama Unicef en su último informe. Si no ahora, ¿cuándo?
Por Montserrat Domínguez, periodista y directora de El Huffington Post. @MontseHuffPost
Con motivo de los 25 años de la Convención de los Derechos del Niño, politicaexterior.com, en colaboración con Unicef Comité Español, publica esta semana el especial “Un mundo donde crecer”. A lo largo de una serie de artículos, vídeos, reseñas e infografías se analizará la situación de la infancia. Puedes seguir el especial a través del hashtag #CDN25años y #RecuerdaTuInfancia, etiqueta con la que interpelamos a los usuarios de RRSS a que comparen su niñez con la que se vive hoy en día en las diversas partes del mundo.