Corren tiempos de ajustes forzosos, también de ambiciosas reformas estructurales que penden del cielo sin terminar de bajar a la tierra. La pasada presidencia española del Consejo de la Unión Europea proclamaba que una de sus prioridades era impulsar una salida de la crisis que resultase en una economía más sostenible y equilibrada. El diagnóstico ofrecido en su programa no dejaba lugar a dudas: “Europa compite en un mundo de economías emergentes que cuentan con fuertes ventajas comparativas en costes. Nuestra ventaja comparativa debe basarse en la competitividad, la innovación y el conocimiento”. Para ello se propuso un nuevo impulso a la inversión en investigación, desarrollo e innovación que aumentase la investigación básica del sector público, la promoción del desarrollo de sectores tecnológicos emergentes y la implantación de las tecnologías de la información.
El concepto clave es innovación. Innovar significa mudar, alterar, introducir novedades, adaptarse empíricamente a las realidades del mercado, pero sin incorporar de manera significativa conocimiento nuevo. Investigar, por su parte, es trabajar para obtener ese conocimiento nuevo. Según Andreu Mas-Colell, secretario general del Consejo Europeo de Investigación (CEI), la solución a la crisis se haya en el cambio hacia estructuras económicas de alta productividad, ricas en generación de conocimiento e innovación. Así, la investigación se sitúa como uno de los fundamentos de dicha innovación.
“La ciencia y su generación, la investigación, es parte de la identidad europea. La inventamos nosotros”, afirma el profesor Mas-Colell. ¿Cuál es el panorama de la investigación en Europa? Si hacemos caso de las asignaciones de dinero para la investigación repartidas por el CEI, destacan los países con un modelo universitario muy semejante al estadounidense en determinados aspectos, como es el caso de la política de recursos humanos. No hay que olvidar que la distancia que separa Europa de EE UU en materia de investigación básica y aplicada es notable.
¿Y España? España se sitúa por detrás de Reino Unido, Francia, Alemania, Suiza e Italia en ayudas percibidas del CEI. En 2000, el gasto en investigación y desarrollo sobre el PIB era del 0,91%. En 2008, este ascendía al 1,35%. El ranking elaborado por Times Higher Education sitúa a dos universidades españolas (la universidad de Barcelona y Pompeu Fabra) entre las 200 primeras del mundo. Según el ranking elaborado por el Financial Times sobre los master en Gestión, entre las 10 primeras se sitúa la escuela de negocios española Esade.
Son datos que permiten aparcar por el momento, como expresa el profesor Mas-Colell, “el lamento secular y la exhibición de insuficiencias presentes” para ampliar nuestra perspectiva y ver qué se ha hecho bien en España en los últimos años. Sin olvidar, por supuesto, lo que se puede hacer mejor. Una sugerencia: en lugar de nuevas iniciativas, apostar por lo que ya funciona. Otra: cambiar el sistema de gobierno de las universidades. Las reformas deben, de una vez, comenzar su descenso a tierra.
Para más información:
Christopher Patten, «¿Tras los pasos de los eunucos?». Política Exterior núm. 115, enero-febrero de 2007.
Juan Carlos Izpisúa, «La política científica de España». Política Exterior núm. 115, enero-febrero de 2007.