Brasil atraviesa una de las peores crisis de los últimos años: escándalos de corrupción, desaceleración económica y ajuste fiscal. No resulta extraño que solo el 9% de la población apruebe la gestión de la presidenta, Dilma Rousseff. Se trata del más alto rechazo a un gobierno brasileño que el Ibope haya registrado desde el retorno a la democracia en 1985. Rousseff es consciente de la situación que vive el país, quizá sepa mejor que nadie que uno de los riesgos de esta crisis podría ser la desaparición de la reciente clase media.
Por otro lado, Obama vive uno de los mejores momentos desde que asumiera como presidente: reanudación de las relaciones con Cuba, dirige una de las economías más dinámicas a nivel mundial (en fase de recuperación), goza de facultades especiales para negociar un acuerdo de libre comercio con Asia, logró que el Tribunal Supremo aprobara la Ley de Tratamiento Médico Asequible y legalizara el matrimonio igualitario. A finales de junio, la gestión de Obama obtuvo el 50% de aprobación.
Existen pocas dudas de que el acercamiento entre Planalto y la Casa Blanca haya sido provocado por la crisis brasileña. En septiembre de 2013, tras conocerse las operaciones de espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, en inglés) sobre el gobierno brasileño, reveladas por Edward Snowden, Rousseff canceló un viaje que tenía programa para reunirse con Obama. El distanciamiento entre ambos gobiernos fue de tal magnitud que la cancillería brasileña despidió al embajador estadunidense, Tom Shannon.
Para algunos medios de comunicación Shannon dejó Brasilia porque iba a asumir un nuevo cargo en Turquía, destino considerado más importante para la diplomacia estadunidense. Más allá de este episodio, el enfriamiento de las relaciones entre Rousseff y Obama se evidenció en San Petesburgo, en el marco de la Cumbre del G20. En su momento, Luiz Inácio Lula da Silva señaló que Estados Unidos no había sido nombrado para ser el sheriff del mundo. En aquellos años, el sector petrolífero brasileño atravesaba un momento de euforia y el país iniciaba los preparativos para la Copa Mundial de fútbol.
El acercamiento entre Rousseff y Obama ocurrió en abril de 2015, durante la Cumbre de las Américas de Panamá. Rousseff aprovechó el encuentro para agendar una visita a EE UU. A finales de junio, durante la visita de Rousseff, ambos mandatarios se comprometieron a trabajar juntos para lograr un acuerdo ambicioso y equillibrado sobre cambio climático para la Cumbre de París del próximo diciembre. Brasil prometió que para 2030 entre el 28% y el 33% de su matríz energética estará compuesta por fuentes renovables, al margen de la energía hidráulica. También se comprometió a reforestar 12 millones de hectáreas de bosques para ese mismo año.
La presidenta brasileña pretende atraer inversores estadunidenses al país. Por esa razón, en las diferentes apariciones públicas intentó proyectar buena sintonía con Obama y demostrar que la crisis bilateral se había superado. Sin embargo, a nivel interno existen diferentes percepciones entre la visión de la mandataria y el Partido de los Trabajadores (PT). “El discurso del PT es antiestadounidense. El de Dilma no. La política exterior del PT prioriza el Sur Global. La de Dilma no. Es un contraste entre ideología y pragmatismo. Mientras el PT alimenta una narrativa de conflicto, el gobierno está urgido de cooperación. Con un 65% de imagen negativa, la economía destrozada y un impeachment en puerta, Dilma necesita inversiones extranjeras y apoyo simbólico como el agua. Eso le ofreció Obama. Y el PT perdió toda capacidad de ofrecer algo mejor”, señala el profesor Andrés Malamud.
Para Rousseff la visita significaba el reinicio de la recuperación de confianza entre Brasil y EE UU, así como la creación de una nueva coyuntura política y comercial entre ambos países. Obama se jugaba menos que Rousseff en este encuentro. Sin embargo, EE UU es consciente de que sin la colaboración de Brasil, le resultaría más compleja su presencia en Latinoamérica. Basta recordar que hace una década debido a la oposición de Brasilia, Washington se vio obligado a suspender las negociaciones del tratado de libre comercio. Sin una pronta recuperación económica y estabilidad política en Brasil, sería difícil cerrar un acuerdo comercial a nivel hemisférico o cualquier otra forma de integración regional. Dicho de otra manera, aunque la relación entre Brasil y EE UU se caracteriza, como sostiene Peter Hakim, porque “están de acuerdo en el desacuerdo”, ambos países se necesitan recíprocamente.