Corea sufre los bandazos de Trump

Jorge Tamames
 |  19 de julio de 2017

Una de las ideas-fuerza de Donald Trump era la promesa electoral, relativamente popular en Estados Unidos, de que gestionaría el gobierno americano “como una empresa”. Y no cualquier empresa. El magnate inmobiliario y estrella televisiva llevaba décadas cultivando una reputación de duro: un tipo que negocia a cara de perro con tal de hacer dinero donde otros fracasan. Ganar, ganar y ganar.

Esta mentalidad puede ser útil en el mercado inmobiliario neoyorquino, pero difícilmente puede trasladarse a la política exterior. Así lo considera Richard N. Hass, presidente del influyente Consejo de Relaciones Exteriores y asesor de varias administraciones republicanas. “En un terreno como el del mercado inmobiliario, uno tiene el lujo de aproximarse a cada problema de forma aislada”, señala Hass. “Se puede elegir no volver a trabajar con el mismo promotor o cliente. En cambio, un presidente tiene que trabajar con congresistas y líderes extranjeros repetidamente durante varios años. Gobernar trata más sobre relaciones que sobre transacciones”.

 

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Pocas regiones muestran el naufragio de la cosmovisión –si así se le pude llamar– de Trump como la península coreana. La alianza entre Seúl y Washington, en pie desde la guerra coreana (1950-1953) se resiente porque el presiente estadounidense insiste en racanear el precio de un sistema antimisiles instalado recientemente en Corea del Sur. Mil millones de dólares que Washington se había comprometido a cubrir. El THAAD, como se le conoce por sus siglas en inglés, está destinado a interceptar misiles norcoreanos, pero ha generado alarma en Pekín debido a la potencia de sus radares, que podrían emplearse para espiar instalaciones chinas (el sistema de defensa lo opera el ejército estadounidense).

La complejidad del problema coreano parece sobrepasar la capacidad del inquilino del Despacho Oval. Corea del Sur es un aliado militar de EEUU, pero su principal socio económico es China. La elección del liberal Moon Jae-in el 10 de mayo podría inaugurar un periodo de distensión entre las dos mitades de la península. Aunque Moon no ha prometido calcar la política de cooperación con el norte de su predecesor liberal, Kim Dae-jung, en un reciente discurso en Berlín se ha mostrado a favor de un acercamiento ambicioso entre Seúl y Pyongyang. El 17 de julio, Seúl anunció su deseo de relanzar negociaciones directas entre ambos países –las primeras desde diciembre de 2015– para limitar las tensiones militares. China ve este proceso con buenos ojos, siempre que una posible reunificación coreana no haga del conjunto de la península un aliado americano.

 

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Washington ha reaccionado con frialdad. Desde que el dictador norcoreano Kim Jong-un iniciase una serie de pruebas nucleares en febrero, los roces entre los dos países no han hecho más que aumentar. El secretario de Estado, Rex Tillerson, anunció en marzo que “todas las opciones estaban sobre la mesa” a la hora de hacer frente al programa nuclear norcoreano. El lanzamiento de un misil intercontinental el 4 de julio ha aumentado esta espiral de tensión.

La posición americana se ve socavada por los continuos virajes del presidente. Trump, que llegó a la Casa Blanca prometiendo una política de mano dura con China, hizo amago de apretar las tuercas a Pekín, único aliado norcoreano y sostén del régimen de Kim. Bastó con una visita oficial de Xi Jinping y una conversación de diez minutos sobre la historia coreana para que Trump quedase embelesado por el savoir faire de su homólogo chino. EEUU relajó sus amenazas de emprender una guerra comercial y decidió delegar en Pekín la resolución del problema norcoreano. Ante la última prueba de misiles, Trump parece haber vuelto a su línea original, sentenciando que China ha sido incapaz de encauzar la crisis.

 

 

Hasta ahora, la estrategia coreana de Trump –o, mejor dicho, su ausencia de estrategia– se ha basado en una combinación de bravuconería y bandazos. Bravuconería para intentar intimidar a sus rivales, socios o aliados; bandazos cuando la intimidación no funciona. De Kim, al que ha amenazado reiteradamente, también ha dicho que es “un tipo listo” y que se reuniría para hablar con él, rompiendo con seis décadas de diplomacia estadounidense.

Entretanto, EEUU en ningún momento ha sido capaz de desplegar un liderazgo contundente. En la reciente cumbre del G-20, Trump, aislado, no fue capaz de pactar una declaración común sobre las pruebas nucleares norcoreanas.

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