“Cuando las ballenas luchan, el camarón tiene el lomo roto”, acostumbran a comentar los surcoreanos cuando se les pregunta por la evolución de su país. El proverbio hace referencia a los sufrimientos que ha padecido Corea del Sur a lo largo de la historia debido a las guerras que libraron los imperios de Rusia, China y Japón en su territorio, pero hoy día sigue en boca de la gente, conscientes de que el futuro del país no está solo en sus manos. Depende de un vecino incontrolable, como es Corea del Norte, y de dos superpotencias, como son China y Estados Unidos, que cortejan a Corea del Sur por su potencia tecnológica.
Los surcoreanos ciertamente no acostumbran a transmitir optimismo sobre la marcha de su país. La realidad, sin embargo, demuestra que la décima potencia económica del planeta ha salido mejor parada que otros de la pandemia del coronavirus y su evolución económica es mejor que la de muchos otros países. Hasta ahora, ha contabilizado 29.800 fallecidos por Covid, frente a los 115.000 muertos registrados en España, cuando ambos países tienen unas cifras de población muy similares, ya que los surcoreanos suman 51,7 millones y los españoles, 47,4 millones. Y las perspectivas económicas no son malas: el año pasado el PIB creció un 4% y para este año el FMI prevé que lo haga un 2,6%, a pesar de los efectos de la guerra en Ucrania y de la rígida política china de Covid cero, que altera la cadena de suministro globales.
La salud de la economía surcoreana, que lleva 20 meses seguidos generando empleo y cuenta con un paro del 2,4%, obedece a una suma de factores que han convertido al país en líder en tecnología, industria y educación. Una posición puntera alcanzada gracias a la estrecha colaboración entre el gobierno y los grandes grupos industriales privados. Cooperación que ha redundado en el fuerte desarrollo de tecnología punta, el registro de patentes y enormes inversiones en investigación, desarrollo e innovación, que suponen el 4,8% de su PIB, frente al 3,09% de Alemania o el 1,41% de España. Un esfuerzo que ha convertido a Corea del Sur en la décima economía mundial y la cuarta potencia regional, tras China, Japón e India, con una renta per cápita de 29.576 dólares.
Sin embargo, este “milagro del rio Han” –como definen los economistas locales la explosión económica surcoreana por la vitalidad que se refleja en torno al río que atraviesa Seúl, la ciudad que plasma la modernidad del país– no obedece solo a las inversiones realizadas por grandes grupos como Samsung, que representa el 20% del PIB del país. También lo atribuyen al espíritu de superación de los surcoreanos. “La educación, la capacidad organizativa y la jerarquización de su sociedad son fundamentales en el éxito del país”, sostiene un veterano diplomático español. Realidad que ha constatado el presidente español, Pedro Sánchez, en su visita a Seúl, el 17 de noviembre, para atraer inversiones en semiconductores.
Pero no todo marcha viento en popa en un país cuya tasa de fertilidad es la más baja del mundo, el salario mínimo interprofesional es de 1.422 euros y el sueldo medio, de unos 2.800 euros. El gobierno del conservador Yoon Suk-yeol se halla en horas bajas. Su popularidad ha caído hasta el 34% debido a una serie de errores, derivados de su inexperiencia política, tras ejercer los últimos 27 años como fiscal.
A Yoon se le acumulan los problemas y se le complica su agenda exterior. La muerte de 156 jóvenes en un bullicioso barrio de Seúl la noche de Halloween por una estampida y la lenta reacción de los equipos de rescate han generado una ola de indignación entre la población, que exige respuestas a su presidente. Una irritación que se suma al malestar social que provoca el aumento de la inflación, que en octubre fue del 5,7%, y la incertidumbre sobre el futuro de la industria de semiconductores, uno de los sectores punteros del país y cuya suerte está en el alero debido a las presiones de EEUU para que no venda a China sus productos más sofisticados.
Es precisamente en la agenda exterior donde Corea del Sur tiene los retos más complejos, con el agravante de que Corea del Norte ha apostado por endurecer su postura y lanzar misiles balísticos como no lo había hecho en los últimos tiempos. Yoon se había propuesto romper el sutil equilibrio que Seúl mantenía con las dos superpotencias y sumarse a la estrategia del Indo-Pacífico de EEUU, además de mejorar el diálogo con Japón. Pero el envite no es simple.
Su gran apuesta es de alto voltaje, dada la tensión que rodea las actuales relaciones entre China y EEUU y el protagonismo tecnológico surcoreano. Desde el primer día, Yoon se postuló como un halcón pro-Washington respecto a Pekín, pero la realidad lo está haciendo recapitular. El gigante asiático es el principal socio comercial de Corea del Sur y ya se lo ha hecho saber, al advertirle que habrá represalias si instala un segundo escudo antimisiles THAAD estadounidense para defenderse de los misiles norcoreanos.
Pero el verdadero problema para Yoon está en la batalla de los semiconductores. Washington presiona a Seúl para que se sume a la alianza “Chip 4”, una iniciativa de la Casa Blanca cuyo objetivo es asegurar la cooperación en la producción de semiconductores sofisticados entre EEUU, Japón, Taiwan y Corea del Sur, y frustrar la capacidad de la industria china para mejorar su competitividad. Washington ha dado una moratoria de un año a Seúl para que ponga fin a sus ventas a China, que en 2021 ascendieron 523.000 millones de dólares y suponen el 40% de las exportaciones de chips del país, con el consiguiente impacto económico. Una píldora difícil de tragar para los fabricantes surcoreanos, que dependen en gran medida de los componentes chinos y no están dispuestos a perder un mercado tan valioso.
Una vez más, el camarón surcoreano está en peligro ante la lucha entre ballenas.