¿Cómo ven España los habitantes de otros países? A lo largo de los últimos años se han hecho numerosas encuestas y estudios para responder a esa pregunta, cuyos resultados son inequívocos: en general, España es vista como un país mal organizado y con mucha corrupción, pero con gente simpática y acogedora. La pregunta, sin embargo, que se plantea menos pero que es igual de interesante –si no más– es: ¿cómo ven España los españoles que viven en el extranjero? Habiendo vivido más de ocho años (la mitad de mi no muy larga vida) en Alemania, en este artículo explicaré un par de aspectos que llaman la atención cuando uno ve España viviendo en una sociedad tan distinta, en algunas cosas, como es la alemana.
Lo primero que llama la atención es ver lo polarizada que aparenta estar la sociedad española en muchos aspectos (polarización que, según Cáritas, se radicalizará en los próximos años como consecuencia de la crisis). En España todo parece estar dividido en dos bloques. O se es de izquierdas o se es de derechas. Del Madrid o del Barça. O católico o ateo. Y así se podría seguir durante un buen rato, enumerando divisiones tan absurdas como irreales. Es posible que estas sean un legado de las “dos Españas”, o el resultado (e incluso el deseo) de tertulias televisivas de dudosa calidad intelectual, que enseñan a debatir con malas formas y cuyo objetivo parece ser subir vídeos con ese contenido a las redes sociales, pero son inexistentes en países como Alemania y otros que han sabido construir, pese a su turbio pasado, una historia común. Esto ha llevado a una sociedad mucho más dialogante, en la que en muchos casos es más importante encontrar puntos comunes y llegar a acuerdos que “derrotar” al otro (como demuestra que el gobierno nacional y 15 de 16 Länder alemanes estén gobernados por coaliciones de hasta tres partidos, cosa que en España solo se ha empezado a ver en mayo de este año).
Esto no quiere decir, ni mucho menos, que España sea un país horrible. Alemania es, en general, una sociedad fría. Es posible que se deba al tiempo, que tiene a la población encerrada en sus casas durante meses y convierte el tan español “salir a tomar una caña” en una utopía y un titánico duelo contra los elementos. Sin embargo, no ocurre solo con amigos. El concepto alemán de la familia sería inimaginable para cualquier ciudadano mediterráneo: la muy alemana frase de “primero mi coche, luego mi trabajo y después mi mujer” se podría reemplazar por “primero mi coche, luego mi trabajo y después mi familia”. Los familiares cercanos (primos, por ejemplo) no son vistos como gente muy importante con la que hay que convivir todo lo posible, sino como unos amigos más a los que ver de vez en cuando.
De lo que no cabe duda es que los españoles son mucho más cálidos. Las últimas veces que recuerdo haber hablado con desconocidos en Múnich, ciudad en la que vivo, el agradable tema de conversación fue el hecho de que yo fuera extranjero: al parecer, no entendían por qué me había ido de mi país, y me pedían “amablemente” que me volviese. Es difícil comparar esto con el equivalente en España: conversaciones muy agradables con perfectos desconocidos en el metro y en el autobús.
Hay muchas cosas que se ven mejor desde la distancia, dando un paso atrás y parándose a pensar. Ver el propio país así tiene ventajas a la hora de analizar sus puntos débiles, pero también ayuda a apreciar los aspectos positivos. España es un país muy bueno. Pese a lo mal que lo ha pasado la gente en los últimos años, sigue siendo (en general) simpática, comprensiva y solidaria, convirtiendo el país en uno muy acogedor. Como he dicho en el primer párrafo, no dejemos que un puñado de divisiones absurdas lo estropeen.