Si el primer mes de Pedro Sánchez al frente del gobierno de España ha transcurrido entre gestos simbólicos relativamente bien recibidos, el Consejo Europeo, que se celebra entre el 28 y 29 en Bruselas, amenaza con ensombrecer el final de junio. La cumbre de los jefes de gobierno y Estado de la Unión Europea se produce en un contexto crispado, con choques difíciles de reconciliar en torno a las políticas de acogida de la UE. No se vislumbran soluciones de consenso a corto y medio plazo, mientras el conjunto de la Unión se encastilla en posiciones reaccionarias.
El primer y principal asunto en la agenda es el de la migración. Una prioridad que responde a la crisis forzada por el ministro de Interior italiano, Matteo Salvini, adición reciente a las filas de ultraderechistas que agitan la xenofobia desde diferentes gobiernos europeos. Italia es hoy el miembro más destacado, pero la acción conjunta del Grupo de Visegrado –Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia– ha sido especialmente eficaz forzando la agenda europea hacia posiciones cada vez más restrictivas en la acogida de refugiados e inmigrantes. También Sebastian Kurz, el canciller austríaco que gobierna en coalición con la extrema derecha, está exigiendo la creación de centros de internamiento para refugiados en países de tránsito –una medida que, con toda probabilidad, serviría para obstaculizar su llegada a la UE–.
El eje franco-alemán también parece escorarse hacia la derecha. La propuesta migratoria de Emmanuel Macron consiste en endurecer las condiciones de acogida y facilitar las deportaciones de inmigrantes, a cambio de gestos vagamente aperturistas con refugiados políticos. Horst Seehofer, ministro de Interior alemán y dirigente de la Unión Socialcristiana de Baviera (CSU), ha intentado forzar una crisis de gobierno como protesta contra la política de inmigración de Angela Merkel. Seehofer, que exige “mano dura” contra los inmigrantes, intenta ganar puntos de cara a las elecciones bávaras de octubre –donde el partido ultraderechista Alternativa por Alemania amenaza con debilitar al CSU–. Para ello emplea una retórica extremista y trumpiana.
Fuente: Consejo Europeo
La única baza de Merkel, presionada por gobiernos propios y ajenos, es que sus rivales no forman un frente unido. Salvini quisiera terminar con el sistema de acogida de Dublín, según el cual refugiados e inmigrantes son acogidos en el país que tramita su solicitud. Para Seehofer, no obstante, el problema es que las reglas de Dublin no se aplican con suficiente disciplina. La regulación Eurodac, que monitoriza a través de un sistema de huellas dactilares, no dispone de recursos como para asegurar que quienes llegan a la UE a través de la ruta central del Mediterráneo –desembarcando en Malta o Italia– no se muevan eventualmente a países más dinámicos, como Alemania.
Conviene recordar hasta qué punto la actual alarma frente a la llegada de refugiados e inmigrantes, expresada en un sinfín de metáforas fluviales –“oleadas”, «flujos», “mareas”, “avalanchas” y “riadas” de extranjeros que ahogan a Europa– se está sacando de contexto. La cantidad de refugiados llamando a las puertas de la UE es hoy exponencialmente menor que hace tres años, cuando el punto de entrada principal era a través del Mediterráneo este. Incluso entonces, cabía preguntarse por qué la entrada de un millón o dos de personas a una comunidad de 510 millones era presentada como una “crisis”.
Fuente: Consejo Europeo
Con todo, la presión actual ha hecho cambiar los términos del debate en Europa. Hace dos semanas, el gobierno español sacaba pecho ante su decisión de acoger al Aquarius. Se perfilaba así una imagen de europeísmo progresista frente al euroescepticismo retrógrado que representan políticos como Salvini. Pero hoy Merkel y Macron aspiran a cerrar acuerdos bilaterales modestos, no a reformular el conjunto de las políticas de acogida de la Unión. Sánchez, por su parte, se ha sumado a la iniciativa francesa de crear “centros cerrados” para inmigrantes en los puertos de llegada de Europa, una iniciativa reminiscente a la de los centros de internamiento de extranjeros que han sido extensamente criticados por organizaciones de derechos humanos. Al tiempo que acuerda con Merkel la contribución española para encauzar las migraciones del Mediterráneo, Sánchez ha rechazado acoger al Lifeline, barco de una ONG alemana a la deriva en el Mediterráneo central, con 230 inmigrantes a bordo.
Únicamente Portugal –cuyo gobierno considera necesaria la llegada al país de 75.000 nuevos migrantes– se presenta en el Consejo con una política de acogida nítida. Una decisión que apuntala a su gobierno como referente de la izquierda europea, pero que también responde a la necesidad del país de frenar el envejecimiento de su población. Un problema especialmente acuciante en Portugal, pero que el resto de la Unión comparte, y al que aparentemente no desea poner solución.