Al ordenar la entrada de sus fuerzas armadas en Ucrania, el presidente ruso, Vladímir Putin, ha cometido posiblemente el mayor error de sus 22 años de gobierno. Putin parece haber subestimado no solo la capacidad de Ucrania para resistir la invasión, sino también la determinación de Estados Unidos y sus socios para oponerse a ella. Si este es el caso, como todo parece indicar, la mayor sorpresa para el presidente de Rusia debe de haber venido de la Unión Europea.
La unidad reencontrada
La suposición de que la UE no respondería con fuerza a una escalada en Ucrania no era del todo descabellada. La Unión ha apoyado las aspiraciones europeas de Kiev y ha mantenido las sanciones a Rusia por su anexión de Crimea en 2014 y por la desestabilización del Donbás. Sin embargo, el apoyo ha sido tibio y las restricciones, limitadas.
En realidad, varios Estados miembros, sobre todo en Europa occidental, apostaron por congelar el conflicto no resuelto del Donbás para preservar cierta estabilidad en Europa y seguir cooperando con una Rusia cada vez más intratable en otros frentes. Es muy posible que Putin pensase que esos países se atendrían a dicha línea política.
Sin duda, el presidente ruso y sus asesores deben de haber previsto que la UE reaccionaría a una escalada con medidas más duras que las adoptadas en 2014. Sin embargo, Putin también debe de haber pensado que, ante un fait accompli por parte de Rusia, la cohesión de la UE acabaría derritiéndose.
«La (trágica) ironía es que, si Putin se hubiera limitado a reconocer las autodenominadas repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk, la UE habría tenido dificultades para llegar a un acuerdo sobre sanciones de gran alcance»
El cálculo de Putin se basaba en la suposición de que las sanciones habrían infligido un coste significativo también a los Estados europeos, que tienen interés en estabilizar los mercados, así como los precios de la energía y las materias primas, sacudidos por la intervención rusa. Los flujos masivos de refugiados procedentes de Ucrania habrían aumentado aún más la presión sobre la UE, que en los últimos años ha chocado más por la migración que por cualquier otra cosa. Y si todo esto no hubiera funcionado, Putin estaba dispuesto a recurrir a la intimidación e incluso a las amenazas de escalada nuclear.
La (trágica) ironía es que, si Putin se hubiera limitado a reconocer las autodenominadas repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk, la UE habría tenido dificultades para llegar a un acuerdo sobre sanciones de gran alcance y otras medidas restrictivas. Pero una guerra a gran escala cuyo objetivo ostensible es la destrucción de Ucrania como nación independiente ha dejado de lado cualquier duda que pudieran tener los países de la UE. Así, la Unión ha descubierto que puede ser un actor geopolítico.
La arremetida contra Rusia
La Unión no se ha limitado a condenar la agresión de Rusia a Ucrania como una gigantesca violación del Derecho Internacional. También ha interpretado el choque con Moscú en términos normativos, como una colisión entre valores: el Estado de Derecho y las libertades, por un lado, y el poderío y el autoritarismo, por otro. Muchos en la UE han enmarcado su apoyo a la adhesión de Ucrania como una forma de asegurar el futuro democrático del país.
Se ha disipado cualquier aspiración que aún persistiera de forjar un espacio de seguridad europeo compartido con la Rusia de Putin. La proximidad a Rusia, ya sea por afinidad ideológica –como en el caso del primer ministro iliberal de Hungría, Viktor Orbán–, por oportunismo financiero –Chipre– o por el pragmatismo que subyace en la Ostpolitik alemana e italiana ya no es sostenible. En la UE, a Rusia ya no le quedan amigos ni socios.
La UE ha demostrado que puede infligir un daño masivo a Rusia. Ha congelado o confiscado los bienes y propiedades de prácticamente todos los oligarcas cercanos a Putin, de los miembros más destacados de su gabinete y del propio presidente. Ha desconectado a la mayoría de los bancos rusos del sistema de mensajería interbancaria gestionado por Swift, aunque ha hecho excepciones para realizar pagos por importaciones de energía –que continúan, por ahora–. Ha restringido de manera severa el acceso de las empresas y los bancos rusos a los mercados financieros de la UE, e incluso ha establecido un límite máximo de 100.000 euros a los depósitos de los ciudadanos rusos en los bancos de la UE. Y lo que es más dramático, la UE ha limitado la capacidad del país para absorber los costes de las sanciones bloqueando el acceso del Banco Central de Rusia a sus reservas de divisas denominadas en euros, que representan alrededor de un tercio –aproximadamente 200.000 millones– del total.
«En la UE, a Rusia ya no le quedan amigos ni socios»
La Unión no se ha detenido ahí. Ha restringido de manera drástica –y a veces bloqueado por completo– el comercio con empresas rusas clave en sectores como la defensa, la extracción y exportación de hidrocarburos, la industria aeroespacial, la construcción naval, el transporte marítimo y terrestre, así como los seguros y reaseguros. Se han impuesto severos límites al suministro a Rusia de tecnologías de doble uso y semiconductores, el material clave para que funcionen dispositivos electrónicos como smartphones y ordenadores. Por último, la UE ha cerrado su espacio aéreo a las aerolíneas rusas y ha prohibido a sus propias compañías sobrevolar el espacio aéreo ruso.
La oleada de sanciones –las medidas de la UE han complementado restricciones similares de EEUU, Reino Unido, Japón y Australia, entre otros– ha seguido aumentando. Las organizaciones culturales y deportivas han prohibido la participación de Rusia. Y lo que es más importante, las sanciones han generado una desvinculación empresarial espontánea de proporciones colosales, con empresas de Europa y de otros lugares abandonando Rusia en masa. En resumen, la UE ha contribuido a excluir a Rusia de los beneficios de la globalización: mercados financieros abiertos, inversiones, comercio, viajes, entretenimiento y servicios de pago e información con tecnología.
«La decisión de Scholz de aumentar de manera significativa el gasto en defensa es un hito en sí mismo, pero también es probable que estimule a otros países a seguir su ejemplo»
Mientras tanto, la Unión ha abierto las puertas a cientos de miles de refugiados ucranianos, a los que se ha concedido libertad de circulación, residencia y trabajo en toda la UE. La Comisión Europea ha reafirmado su compromiso de asignar 1.200 millones de euros de ayuda macroeconómica a Kiev, sin contar las contribuciones de los distintos Estados miembros.
Por último, pero no por ello menos importante, la UE ha acordado por primera vez en la historia facilitar la transferencia de equipo militar a las fuerzas armadas de Ucrania. Una decisión está en consonancia con la orientación de la mayoría de los Estados miembros, incluidos los tradicionalmente reticentes a hacerlo, como Suecia y Alemania.
La decisión del canciller alemán, Olaf Scholz, de aumentar de manera significativa el gasto en defensa –que no es otra cosa que un rearme total de Alemania– es un hito en sí mismo, pero también es probable que estimule a otros países a seguir su ejemplo. Esto puede conducir a una política exterior y de defensa de la UE más fuerte, si no en términos de federalización de políticas, al menos en términos de una mayor integración de la base industrial de defensa y, potencialmente, de su capacidad de proyección de poder. La visión de la autonomía estratégica europea, defendida durante años por el presidente francés, Emmanuel Macron, podría adquirir pronto contornos más claros.
Los límites de la Europa geopolítica
La respuesta de la UE a la invasión rusa de Ucrania ha sido rápida y dura. La Unión ha contribuido a que la economía rusa sea tóxica: quien la toque lo hará por su cuenta y riesgo. Ha neutralizado (de momento) los flujos migratorios como potencial foco de problemas ofreciendo refugio a los ucranianos. Y ha apoyado la resistencia de Ucrania contra los ejércitos invasores. Sin embargo, su supuesta transformación en una potencia “geopolítica” tiene límites.
El primero es la propia guerra. Hay rumores de que el ejército de ocupación puede estar al borde del colapso, pero incluso esto no se traduciría automáticamente en el fin de la violencia. Por el momento, Putin no ha dado ninguna señal de que esté dispuesto a renunciar a su objetivo original de acabar con Ucrania. Si –o cuando– la guerra se vuelve más brutal, la UE, al igual que EEUU, se verá atrapada entre dos lógicas igualmente fuertes pero conflictivas: aumentar la presión –y la ayuda militar a Ucrania– o evitar una escalada entre Rusia y la OTAN.
Como todos, la UE no tiene realmente una estrategia que vaya más allá de la combinación de presión sobre Moscú y ayuda a Kiev. Cómo tratar con un gobierno ruso que ha dado una vuelta de tuerca autoritaria será más difícil ahora que la UE se ha envuelto en el manto ideológico de defensora de la democracia. Tender la mano a Moscú puede convertirse en una propuesta controvertida dentro de la Unión, ya que algunos estarían más interesados en acabar con la violencia, mientras que otros preferirían cortar cualquier vínculo con el Kremlin. No será menos fácil gestionar las expectativas de Ucrania de recibir más ayuda y acelerar su entrada en la UE.
El segundo límite se refiere a la sostenibilidad del régimen de sanciones, sobre todo si la UE optara por reducir sus importaciones de petróleo y gas de Rusia. Si la guerra se prolonga hasta el otoño, la Unión podría tener dificultades para asegurarse suministros energéticos alternativos.
«Si los republicanos ganaran el control del Congreso tras las elecciones de mitad de mandato de noviembre, el pilar transatlántico de la cohesión de la UE se debilitaría»
El tercer límite es la dependencia de la UE de EEUU. La cohesión europea, aunque ha adquirido vida propia, se ha originado en los continuos intercambios de información y en la coordinación con una administración estadounidense incondicionalmente atlantista. Sin embargo, la popularidad de Joe Biden lleva meses cayendo. Si los republicanos –muchos de ellos procedentes del bando trumpiano– ganaran el control del Congreso tras las elecciones de mitad de mandato de noviembre, el pilar transatlántico de la cohesión de la UE se debilitaría. Y ese pilar podría desmoronarse por completo si Donald Trump, que definió a Putin como un “genio” apenas dos días antes de la invasión y nunca ocultó su profundo desprecio por la UE, o alguien como él ganara la Casa Blanca en 2024.
Un cuarto límite, el más significativo, se refiere a la absoluta excepcionalidad de la guerra de Rusia contra Ucrania. Lo que está en juego es tan importante que los Estados miembros de la UE han tenido más incentivos para cerrar filas y apuntar alto que para hacer lo contrario. Pero esto no ha sido así en el pasado: lo más doloroso es el estridente contraste entre la generosa acogida de los refugiados ucranianos y las alambradas con las que se ha recibido a los inmigrantes de otras regiones en toda la UE. Es cualquier cosa menos seguro que la unidad de propósito mostrada en Ucrania pueda trasladarse a otros asuntos.
En conclusión, la UE ha demostrado un considerable poder “geopolítico”. Ese poder se basa en la unidad, pero no es seguro que la unidad pueda soportar una guerra prolongada en Ucrania o la pérdida del frente transatlántico. La verdadera prueba para la Unión puede estar en el futuro. Pero el precedente de esta última semana no puede ser ignorado.
Artículo publicado originalmente en inglés en la web del Istituto Affari Internazionali (IAI).