El Acuerdo de Libre Comercio Continental Africano (AfCFTA, por sus siglas en inglés) lanzado el 1 de enero de este año ha sido elogiado como un “punto de inflexión”. Al reunir a 55 países (que suman una población total de 1.300 millones de habitantes y un PIB de 3,4 billones de dólares) en un mercado único, muchos creen que el AfCFTA podría impulsar la recuperación del continente africano de la crisis del Covid-19, así como promover la transformación estructural e impulsar una rápida industrialización. El Banco Mundial estima que la integración comercial podría aumentar los ingresos de África en un 7% hasta 2035, sacando a 30 millones de personas de la pobreza extrema.
Son expectativas elevadas. Por desgracia, por sí sola la reducción de las barreras comerciales no hará que África pueda convertirlas en realidad.
El AfCFTA eliminará los aranceles aplicados al 90% de las mercancías y reducirá las barreras no arancelarias. La liberalización, según esta lógica, conducirá a un fuerte aumento del comercio continental, y la producción se elevará –sobre todo la de bienes manufacturados– con el propósito de satisfacer la creciente demanda de exportaciones. A su vez, el aumento de las exportaciones fomentará la industrialización a largo plazo, al propiciar las economías de escala y una asignación más eficiente de los recursos.
Sin embargo, existe un defecto fundamental en esta lógica. Los aranceles no son el principal impedimento para el comercio africano, una industrialización más rápida y la transformación estructural del continente. De hecho, los aranceles comerciales ya se encuentran en niveles bajos. De ahí que se ponga énfasis en abordar las barreras no arancelarias, en especial las deficiencias en infraestructura y los costes de transacción relacionados con las aduanas.
Las medidas vinculadas al AfCFTA para agilizar los procedimientos aduaneros y frenar la búsqueda de rentas en las fronteras contribuirán en cierta medida a aumentar la eficiencia. Pero lo que realmente se necesita es una inversión a gran escala en infraestructuras aduaneras físicas y en la modernización de los sistemas de tecnología de la información. El verdadero problema del continente es que su capacidad de producción se encuentra subdesarrollada.
«¿Por qué iría Ghana a realizar operaciones de compraventa de cacao con Costa de Marfil, si ninguno de los dos países puede procesarlo?»
La inversión fija, el participación de las manufacturas en el PIB y la productividad agrícola en África están por detrás de otras regiones en desarrollo, aunque con considerables variaciones entre países. Asimismo, la participación persistentemente baja del continente en las exportaciones mundiales exacerba las restricciones de la balanza de pagos a la transformación estructural, que depende del aumento de las importaciones, sobre todo de los bienes de capital necesarios para mejorar la agricultura y la industria.
Además, el disparidad entre lo que los países africanos exportan (sobre todo productos básicos y bienes semielaborados) y lo que importan (en general bienes de consumo y bienes de capital) impide, de manera considerable, el comercio continental. ¿Por qué iría Ghana a realizar operaciones de compraventa de cacao con Costa de Marfil, si ninguno de los dos países puede procesarlo? ¿Por qué exportaría Zambia su cobre a República Democrática del Congo, que también produce cobre pero no lo procesa?
Por tanto, las políticas macroeconómicas e industriales del AfCFTA que de manera explícita tienen por objeto acelerar la transformación estructural en la agricultura y las manufacturas africanas, así como las inversiones en infraestructura asociada, son al menos tan importantes como las disposiciones relacionadas con el comercio. Algunos expertos, entre ellos investigadores del Fondo Monetario Internacional, reconocen que se necesitan políticas industriales para aprovechar al máximo el AfCFTA. No obstante, estas medidas se consideran accesorias, en lugar de considerárselas como un requisito previo para el progreso. Un progreso que debe ir acompañado de una inversión más amplia en energía, agua, saneamiento e infraestructura de transporte (carreteras, ferrocarriles y puertos). Solo cuando esto ocurra podrá realmente despegar el comercio intrarregional. Sin embargo, el Banco Africano de Desarrollo estima que hoy la brecha anual de financiación en materia de infraestructuras en el continente se sitúa entre los 68.000 y los 108.000 millones de dólares.
Una base sobre la que construir el futuro
Una cosa debe quedar clara: África puede lograr la industrialización y la transformación estructural, a pesar de lo que afirman sus detractores. De hecho, desde 1990 la participación de las manufacturas en el empleo ha crecido en varios países africanos (si bien acompañada solo de un modesto crecimiento en el valor agregado). Los países africanos pueden construir sobre la base de su experiencia acumulada en manufacturas y aprovechar las oportunidades de producir para otros países del continente, así como para el resto del mundo.
Las industrias pesadas, como las que producen metales básicos, productos químicos y cemento, pueden beneficiarse de su proximidad a los mercados regionales. Existe un margen considerable para transformar la producción agrícola en productos alimenticios y de bebidas para la región y más allá. Los cambios y shocks mundiales crean oportunidades para que África amplíe su participación en las cadenas de valor, desde la confección de prendas de vestir hasta el montaje de automóviles y la elaboración de productos farmacéuticos.
La transformación estructural no se limita a las manufacturas. Como sostienen tres eminentes académicos africanos, el continente también debe revertir su relativo descuido de la producción agrícola y de las exportaciones, y debe cerrar la brecha de productividad agrícola con otras regiones. Esto es esencial para aumentar los ingresos en las zonas rurales (donde se concentra la pobreza extrema) y para impulsar las exportaciones agrícolas (con lo que se suavizan las restricciones de la balanza de pagos al crecimiento).
En concreto, la agricultura de alto valor, como por ejemplo la horticultura, es intensiva en mano de obra y ofrece posibilidades amplias para la obtención de los tipos de ganancias de productividad que tradicionalmente se asocian con las manufacturas. Etiopía y Kenia ya lo han demostrado con sus exportaciones de flores y verduras frescas, y Suráfrica ha hecho lo propio con los cítricos.
Sin embargo, para que todo esto funcione, los líderes africanos deben mirar más allá de los elementos relacionados con el comercio en el AfCFTA y deben implementar una estrategia más amplia que se base en el regionalismo del desarrollo, que tiene como meta explícita mejorar la capacidad productiva. Solo entonces África podrá lograr la transformación estructural que tanto necesita y, de paso, impulsar el comercio.
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