Tras una reunión de líderes financieros en el Fondo Monetario Internacional (FMI) el pasado octubre en Washington, menciones a una guerra cambiaria internacional empezaron a dejarse oír. ¿Es inminente una guerra de tipos de cambio? ¿Cuál es la implicación de las economías latinoamericanas en el debate sobre la política cambiaria global? ¿Cuáles son los riesgos y las oportunidades de la situación cambiaria actual para estas economías? ¿Qué países podrían beneficiarse más y qué países sufrirían más si los escenarios cambiarios aventurados finalmente llegaran a producirse? ¿Y por qué?
Eduardo Levy-Yeyati, investigador del programa de economía global y desarrollo de la Brookings Institution y profesor de economía de la Universidad Di Tella en Buenos Aires: “La guerra cambiaria está ya en sus primeras etapas, como muestra la escalada verbal y las intervenciones en muchas economías emergentes enfrentadas a una política cambiaria china imperturbable, y en particular, como indica el inminente regreso de EE UU a la política de ajuste cuantitativo, que parece una versión enmascarada de las políticas de empobrecimiento del vecino. Las economías de América Latina han jugado el papel de espectadores inocentes preocupados por la liquidez del dólar, presionando para lograr una mayor apreciación del mismo. Los riesgos asociados a una guerra cambiaria son tres. Primero, está la pérdida de competitividad derivada del mal holandés. Segundo, está el miedo a las burbujas: el ajuste cuantitativo, al exacerbar el flujo de liquidez hacia los mercados emergentes relativamente pequeños, propicia las mismas condiciones para una inflación de los activos como la que se produjo antes de la crisis global. Y por último, pero no por ello menos importante, está la cuestión cronológica: ¿qué sucederá cuando EE UU revoque su ajuste cuantitativo y comience a subir sus tasas de interés? ¿Asistiremos a retiradas de capital masivas y a movimientos abruptos en los tipos de cambio? Si tenemos en cuenta que está posibilidad es real, el mal holandés representa una amenaza seria para la estructura productiva de unas pujantes economías latinoamericanas. Mientras que una coordinación multilateral sería la mejor respuesta, lo más probable es que veamos respuestas nacionales descoordinadas (intervenciones y control de capitales) que deriven en una espiral de represalias, incluso en enfrentamientos comerciales. En esta región, las economías abiertas mal equipadas para sobreponerse a estas caídas cíclicas serán las grandes perdedoras a largo plazo”.
Alberto Pfeifer, miembro del grupo asesor para América Latina en la escuela de derecho y diplomacia de Fletcher, universidad de Tufts: “En efecto, una guerra cambiaria podría producirse. Pero en un mundo como este tan interdependiente e intervenido (con mercados y sistema financieros unificados) la política de empobrecer a tu vecino supone al final hacerse daño a uno mismo. Muchos gobiernos están reaccionando ante las presiones internas con medidas proteccionistas y restringiendo el capital, aunque la mayoría de esas medidas están aun sin desarrollar. La guerra cambiaria actual todavía no ha comenzado, pero el campo de batalla está ya repleto de víctimas: el fantasma de la deflación anclado en el horizonte, elevados niveles de desempleo y deuda pública en EE UU y Europa, un Japón estancado y las exportaciones chinas aumentando la presión para adoptar medidas restrictivas por parte del resto del mundo. Los exportadores de materias primas están contentos con el ritmo del aumento de los precios gracias a la demanda china y a la búsqueda por parte de inversores de activos reales, pero deberíamos mostrarnos precavidos ante los riesgos a largo plazo que implica este modelo: dependencia tecnológica y vulnerabilidad económica. Además, ¿qué hacemos con las reservas crecientes de dólares americanos, que rinden tan bajo? Un escenario con un dólar depreciado supone vía libre internacional para buscar rendimientos reales. Mercados de capital solventes como Brasil, Chile, Colombia México y, en menor grado, Perú y Argentina, serán terreno de caza para los especuladores. Al mismo tiempo, estos países se beneficiarán de la subida de precios de las materias primas, de una demanda interna creciente y de la inversión directa china. Así, la región puede experimentar un crecimiento económico, pero en la dirección equivocada: sin raíces en la innovación o la productividad, simplemente gracias a los elevados precios de las materias primas. Al final del día, este juego de suma cero generará un cambio en la distribución de poder regional en América Latina: menos EE UU, Europa y México, y más China y Brasil, con un toque de India y países exportadores de petróleo árabes”.
Pablo Heidrich, investigador del The North-South Institute: “Más que inminente, la guerra cambiaria está ya en marcha globalmente, a medida que el gobierno de EE UU imprime dólares por encima de su capacidad de absorción, curando así los excesos en el extranjero mediante flujos financieros a corto plazo. Estos flujos financieros se dirigen principalmente a países en desarrollo, pues las oportunidades de inversión y el diferencial de sus tipos de interés los hace más atractivos. Las economías de América Latina están así implicadas en estos flujos financieros a corto plazo, que se han doblado desde 2008 (la comparación con el año crítico de 2009 no es muy recomendable). El resultado es la apreciación de las monedas nacionales en Brasil, México, Colombia, Chile y muchos otros países latinoamericanos, a pesar de las medidas defensivas que muchos de ellos han empezado ya a adoptar. Las exenciones fiscales para inversiones extranjeras han sido revocadas y pequeños impuestos son aplicados a estos mismos flujos financieros, así como incrementos en la permanencia mínima del capital. Sin embargo, la mayoría de estas medidas son demasiado tímidas o, peor aún, inadecuadas para luchar contra la creciente inflación en las importaciones y la pérdida de competitividad de sus todavía verdes exportaciones manufactureras. A corto plazo, las oportunidades que ofrece esta guerra cambiaria son superficiales para América Latina: por ejemplo, la acumulación de reservas para así no depender del FMI y su condicionalidad en el caso de futuras crisis; o la abundancia en la que nadan actualmente los mercados financieros locales, con créditos baratos para los consumidores de clase media y gobiernos poco rigurosos en cuestiones fiscales. A largo plazo, los desafíos son preocupantes: la apertura financiera de muchos países en América Latina provocará una retirada inmediata y brutal de flujos de capital; la fragilidad fiscal (en la actualidad disimulada) hará más difícil la capacidad de apoyar la demanda interna en un escenario tan dramático; y más importante, el sector privado habrá perdido empleos y capacidades durante el período de apreciación monetaria. Desde un punto de vista latinoamericano, la guerra cambiaria actual se asemeja a aquella crisis del dólar estadounidenses de 1980-1982, que tuvo consecuencias tan desastrosas para esta región, desatando una crisis de deuda y, posteriormente, abocándola a una década perdida. Pronto sabremos si hemos aprendido la lección”.
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Reproducido con el permiso de Latin America Advisor, boletín digital diario publicado por Inter-American Dialogue.