Siempre pareció que Colombia fue ajena al surgimiento de populismos en América Latina, pero la verdad es que su momento populista comenzó a finales del siglo XX. El establishment político supo matizar sus efectos y ha sabido sobrevivir a ello, pero sus desafíos democráticos se mantienen a futuro.
Quien mejor lo supo ver fue Álvaro Uribe, un populista de derechas de libro, a la manera de Collor de Melho, Fujimori, Erdogan, Duterte y Trump. Si bien sale del Partido Liberal rompe con él y en su primer gobierno propone la desaparición de los partidos, centraliza su enemigo en las FARC (todo contradictor era un aliado de ellos) y atiende “al pueblo” sobre cada pequeña cosa en cada consejo comunitario (como Chávez en sus Aló Presidente y Correa en sus sabatinas). El establishment entonces se acoge a él, porque en Colombia poco ha importado si los equilibrios se mantienen con balas o sin balas, y lo que importa es que se mantenga el flujo de recursos a los que distribuyen estos en las regiones. Ese sector político crea entonces la hegemonía política más importante de los últimos años en Colombia y Uribe gana la reelección con 62% de los votos en primera vuelta en 2006.
Pero tenían un caballo de Troya dentro del proyecto, Juan Manuel Santos, un oligarca capitalino, nieto de presidente y con aspiraciones a mejores formas, y que al reemplazar a Uribe comienza a tomar distancia de él. Esto hace que el establishment vuelva a virar a la estabilidad política, económica y social que tuvo el país con los ocho años de Santos.
Sin embargo, el descontento ciudadano seguía ahí y antes aumentó. Colombia tiene una desigualdad y unas deudas de inclusión social bastante altas. Por eso este descontento llegó a las elecciones de 2018 con dos posibles salidas y un centro que no logro contener la fuerza centrífuga.
Como primera salida, el uribismo, en declive ya por las graves denuncias de derechos humanos, la corrupción, los testigos muertos y los muchos del equipo de gobierno de Uribe en la cárcel o con procesos abiertos. Pero este uribismo, quizá por el mismo declive, se radicaliza en términos ideológicos y se agarra a cuestiones de libertades civiles como el aborto o los derechos LGBT porque sabe que son rentables entre los votantes religiosos, y acuña el término de castrochavismo para señalar a todos los que no están con él. La contradicción le permite generar un núcleo duro, aun en medio de ocho años sin recursos estatales, y sale en cabeza en los resultados de primera vuelta.
Como segunda salida, Gustavo Petro, que tiene todos los rasgos de los liderazgos populistas que en los países vecinos sucedieron, y que ha demostrado que le cuesta trabajar en equipo (su historia en el Polo Democrático Alternativo y su historia en la alcaldía de Bogotá lo ratifican). Pero Petro tiene igual capacidad para canalizar parte de ese descontento ciudadano, y para enfrentar con un discurso social y de inclusión las deudas que el establishment tiene para con el país.
En este escenario, el establishment tiene como opción regresar al uribismo para la segunda vuelta o saltar al proyecto de Petro. No es una decisión muy difícil, pues ya ha estado con él ocho años en los que no importaron los falsos positivos ni la corrupción, y sabe que esta opción permite cubrir errores y excesos neutralizando procesos como la Jurisdicción Especial de Paz y las investigaciones sobre Odebrecht y sus derivados en el país. Dijo Roberto Gerlein, senador de muchos períodos consecutivos, y alguien que conoce mejor que nadie cómo se ganan las elecciones en Colombia y cómo sobrevives a distintos presidentes y períodos, en este artículo: “Duque propone un establishment más ágil, más social, más incluyente, más popular, pero establishment. El anti-establishment es Petro. Y el establishment le tiene miedo a Petro”.
Por eso es que no creo que los resultados presenten un panorama más plural, sino que presentan uno más polarizado a futuro: con dos expresiones políticas que usan estrategias populistas, y un establishment que aunque se acoja a alguna de ellas no deja de ser la raíz del descontento ciudadano. Y si algo enseña la región y sus experiencias es que estos proyectos populistas aprenden y crean estrategias para mantenerse en el poder lo más posible. Me temo que los resultados del 24 de junio fueron rápidos y las elecciones calmas, pero que las garantías para que eso se mantenga en las siguientes comienzan a estar en suspenso.

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