Guillermo Pérez Flórez.
Pese a que la segunda vuelta había perdido toda expectativa de sorpresa en razón de los resultados de la primera, los colombianos cumplieron con la liturgia democrática y eligieron a su nuevo presidente: Juan Manuel Santos, ex ministro de Defensa de Álvaro Uribe, quien ha gobernado a Colombia desde agosto de 2002. El resultado ha sido contundente y nítido, y así lo ha reconocido el otro candidato, Antanas Mockus, del naciente Partido Verde, que a pesar de la derrota se convierte en la segunda fuerza política del país, si se prescinde de mirar su representación parlamentaria (sólo cinco senadores). Al final, la abstención no fue tan elevada como se esperaba, aunque sigue siendo uno de los principales lunares de la democracia colombiana, más del 52 por cien.
Más de media Colombia no encontró razones suficientes para acudir a las urnas. Pero este hecho pasará totalmente inadvertido debido a la votación obtenida por Santos, más de nueve millones de votos. La más alta de la historia desde el punto de vista numérico (aunque no porcentual), algo que el propio Santos ha reivindicado en el discurso de la victoria. Una votación que se considera histórica y que supera las obtenidas por Uribe, tanto en 2002 como en 2006. Esto, sin duda, le confiere un amplio margen de maniobra frente al aún presidente Uribe.
En términos prácticos, la segunda vuelta sirvió a Santos para aglutinar en torno suyo un conjunto de fuerzas políticas que controlará el Senado y la Cámara de Representantes, con un 85 por cien de los escaños. La oposición ha quedado borrada. En el Senado, por ejemplo, ésta será ejercida únicamente por los ocho senadores del Polo Democrático Alternativo (PDA), pues los verdes, a través de Mockus, se han cuidado de mencionar la palabra oposición, prefieren hablar de independencia y deliberación para describir las relaciones que tendrán con Santos, quien, además, los ha invitado a entrar al gobierno, lo cual se considera factible. Así, al PDA, una coalición de partidos y movimientos de izquierda, le corresponderá la poco agradable tarea de ejercer la oposición, que en Colombia se mira siempre con malos ojos, como lo confirmó el presidente Uribe en su alocución tras conocer los resultados y ponderar el discurso de Mockus y su decisión de no anunciar oposición. El PDA y dos o tres senadores liberales, entre ellos Piedad Córdoba, serán los encargados de ejercer control político.
En el discurso de celebración, Santos ha reiterado su convocatoria a la unidad nacional, a superar las divisiones y la polarización política que durante la era Uribe se han vivido con amargura. Esta convocatoria ubica a Uribe en el pasado. Ha sido una forma sutil de marcar una distancia prudente con su antiguo jefe. Y es que Santos no es Uribe. El nuevo presidente tiene un talante diametralmente opuesto. No es un hombre de confrontaciones, es más amigo de buscar acuerdos, algo que se compadece con su tradición familiar y su manera de ser. Se ha comprometido a restablecer la armonía y la colaboración con la rama judicial, con la que Uribe ha mantenido una relación tormentosa, por decir lo menos. Consecuencia de ello, Colombia completó 11 meses con un fiscal general en interinidad, pues la Corte Suprema de Justicia no se ha puesto de acuerdo para elegir al nuevo fiscal, de una terna confeccionada por Uribe. Sus invocaciones a la unidad nacional, los llamados al «café para todos», son una muestra de que Santos ya ha comenzado a mirar a 2014, cuando seguramente buscará su reelección, y que desea que los colombianos pasen página lo más pronto posible.
Todavía se espera la reacción de los gobiernos vecinos, especialmente Ecuador y Venezuela, que durante la campaña no ocultaron su disgusto por un hipotético gobierno de Santos. Ni Rafael Correa ni Hugo Chávez tienen buenas relaciones políticas y personales con éste. Como ministro de Defensa, Santos ordenó el bombardeo a un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en suelo ecuatoriano, hecho por el cual tiene abierta una causa judicial en Ecuador. Chávez, por su parte, había anunciado que esperaría a conocer el resultado electoral para definir si restablece o no las relaciones diplomáticas y comerciales con Colombia, rotas tras la decisión de Bogotá de permitir a Washington el uso de siete bases militares (gestada por Santos), acuerdo considerado por varios gobiernos latinoamericanos como una amenaza.
Santos recibe un país con indiscutibles mejorías en cuanto a seguridad política. Las FARC y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), endémicas guerrillas marxistas, atraviesan los peores momentos de su historia, es decir de los últimos 40 años. Están lejos de ser lo que eran antes de agosto de 2002, cuando Uribe asumió el poder. Sin embargo, la situación social colombiana es realmente difícil. Un 60 por cien de la población ocupada es informal (casi el doble que la de Chile); un 55 por cien de los trabajadores ocupados gana menos de un salario mínimo mensual (220 euros); 12 millones de trabajadores no tienen protección social; el 5,7 por cien de la población vive con un euro diario y el 11,9 por cien con menos de dos. Colombia, según la Comisión para América Latina y el Caribe (Cepal), es de los países con mayores índices de pobreza de América Latina, y según las Naciones Unidas su coeficiente de Gini (58,5) sólo es superado por Haití. El país exhibe, además, una de las más altas tasas de desempleo de toda la región.
Santos se ha comprometido a sacar de la pobreza a siete millones de colombianos, y de la indigencia a cuatro, y a que en cada hogar si quiera uno de sus miembros tenga empleo formal y estable.
Los colombianos han recibido alborozados las primeras declaraciones de Santos. El interés se centra en conocer quiénes integrarán el gabinete ministerial, y también cuál será el destino de Uribe, quien sin duda partió en dos la historia contemporánea de Colombia. Pero el santismo ahora es más que el uribismo. Santos tendrá mayor gobernabilidad que la que tuvo Uribe. Su antiguo partido, el Liberal, se ha rendido a sus pies, con el ex presidente César Gaviria a la cabeza, de quien Santos fuera ministro y designado (la figura anterior a la de vicepresidente) y los Verdes podrían incorporarse a su gobierno. Comienza una nueva era en Colombia.
(Guillermo Pérez Flórez es periodista y consultor en asuntos de riesgo político en América Latina)
Para más información:
Guillermo Pérez, «Adiós al ‘sheriff’. Colombia sin Álvaro Uribe». Política Exterior 135, mayo-junio 2010.
(En inglés, «Farewell to the sheriff: Colombia after Álvaro Uribe»)
Bna publicacion, creo personalmente q chavez correa y las farc hicieron ganar a Santos, al cotrario de lo q demuestra la democracia en colombia no estaba deacuerdo con ninguno de los cadidatos y como ambientalista creo q el medio ambiente perdio y creo q hay un poder detras del trono y estan en las multinacionales, esperemos el presidente colombiano de empleo y cuide el medio ambiente. gracias por la atencion.