Los desencuentros de socialdemócratas y conservadores durante el último gobierno en Austria abren la búsqueda de otras coaliciones. El Partido de la Libertad (FPÖ) se presenta como socio preferente.
El 15 de octubre 6,3 millones de electores están convocados a elegir los 183 diputados del Parlamento austriaco. La campaña ha estado dominada por la inmigración. Tras la llegada de unos 150.000 refugiados e inmigrantes de Oriente Próximo y África desde 2014, la república alpina siente su bienestar amenazado. Con un PIB per cápita de 39.970 euros en 2016 y un desempleo del 5,4%, Austria se cuenta entre los 20 países más ricos del mundo. A pesar de ello y de no haber sufrido hasta ahora ningún atentado islamista, los ataques en el resto de Europa han exacerbado ese temor.
En décadas recientes la escena política estuvo marcada por la gran coalición. La ruptura de esa alianza entre socialdemócratas y conservadores en mayo fue la causa del adelanto en un año de estas legislativas. Tras meses de disputas internas, los socios habían perdido la necesaria confianza mutua.
Seis partidos tienen representación en la cámara baja o Nationalrat: los socialdemócratas (SPÖ), del canciller Christian Kern; el Partido Popular Austriaco (ÖVP), con Sebastian Kurz, actual ministro de Asuntos Exteriores; la derecha populista del FPÖ, liderada por Heinz-Christian Strache (llamado HC por sus seguidores); los Verdes (Die Grünen), con Ulrike Lunacek; los otros dos son el neoliberal NEOS y el populista Team Stronach. Además se presentan entre otras formaciones: Lista Peter Pilz (izquierdista y ecologista, separada de Los Verdes), Partido Comunista de Austria (KPÖ), GILT (Lista Roland Düringer), Lista Karl Schnell (FLÖ, escindida del FPÖ).
El interés, sin embargo, se centra en los tres grandes: conservadores, socialdemócratas y ultraderecha. El resto de partidos obtendrían porcentajes demasiado bajos, entre el 5% y 7%, como para ser relevantes a la hora de formar gobierno.
Kern, de 51 años, podría llevar al SPÖ al peor resultado de su historia, a pesar de las claras mejoras de las cifras macroeconómicas del país. Los sondeos perfilan como probable ganador al ÖVP. No obstante, sería equivocado pensar que también en esta ocasión el resultado de los comicios se reduzca a un simple intercambio de posiciones entre los segundos y los primeros.
Por su juventud y aplomo, el conservador Kurz es el político más popular de Austria. Tomó las riendas del partido en mayo y lo reorientó hacia la derecha. El titular de Asuntos Exteriores ha defendido una política restrictiva de inmigración que demostró en la práctica al fomentar el cierre de la ruta de los Balcanes. Además aboga en el seno de la Unión Europea por cerrar la vía mediterránea, promete alivios fiscales a los “austríacos trabajadores”, lo que costearía en parte mediante una bajada de las ayudas a los asilados.
Esta postura de Kurz le acerca a Strache, de 48 años, quien ha llegado a acusarle de haberse apoderado de las “justas” demandas que su partido lleva defendiendo desde hace años. Su éxito ha sido tal que Strache se esfuerza ahora por mostrarse aún más radical que su contrincante.
Una “obsesión enfermiza” del FPÖ es relacionar cualquier asunto político y social con la inmigración. Strache incluso ha llegado a proponer la creación de un ministerio de Protección de la Patria y de la Cultura Dominante contra la supuesta islamización y la creación de “sociedades paralelas” en el país. Cree que conviene pertenecer al grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia) que se opone a la Comisión Europea en cuestiones como la inmigración, la delegación de soberanía y la visión del Estado de Derecho. Ha viajado varias veces a Israel, donde se ha reunido con políticos derechistas, mientras trata de ganarse la confianza de la comunidad judía local con un discurso duro frente al islamismo antisemita y anti-israelí. Al mismo tiempo, se presenta como un defensor de los valores cristianos, incluyendo los ortodoxos. Un claro guiño a la gran comunidad cristiano-ortodoxa, formada sobre todo por inmigrantes serbios.
Es por tanto preocupante observar de qué manera ambos grandes partidos ÖVP y SPÖ –pero también el resto de formaciones–, han incluido en sus programas ideas de la ultraderecha. En particular, Kurz ha sabido hacer un “populismo suave” o “versión descafeinada del FPÖ” en palabras de un analista. El programa del SPÖ promete reducir drásticamente la inmigración porque, argumenta, la capacidad de integración de Austria es limitada. La coalición ha impulsado el llamado “bono de empleo” que ofrece ventajas fiscales a empresas que contraten desempleados austríacos o extranjeros que ya se encuentran en el país. Se pretende responder así al malestar sindical por el denominado dumping laboral de trabajadores de Europa del Este y la llegada de nuevos inmigrantes de la UE. La polémica medida puede ser discriminatoria para otros ciudadanos comunitarios y una violación del mercado único.
En un debate dominado por la inmigración, la estrategia de Kurz se basa sobre todo en recortes de ayudas sociales para inmigrantes, frenar la llegada de solicitantes de asilo y endurecer las políticas de integración. Critica a las ONG que fletaron barcos para rescatar inmigrantes y refugiados en el Mediterráneo. Defiende que la UE no desembarcara a los rescatados en su territorio o los recluyera en islas.
El líder del ÖVP ha impulsado medidas como la prohibición del burka, que entró en vigor este mes y quiere prohibir las campañas públicas de proselitismo salafista, corriente ultraconservadora del islam, así como controlar de forma más estricta las asociaciones musulmanas.
En la disputada campaña ha irrumpido además un grave escándalo. El SPÖ se enfrenta a acusaciones de financiar webs difamatorias. Supuestamente creadas por un exasesor del canciller para difundir teorías conspiratorias desacreditando a Kurz, favorito en las encuestas. El propósito era promover historias falsas –supuestas intenciones de abrir las fronteras a los refugiados– con el objetivo de erosionar su imagen en el electorado radical. Además, se le acusaba de ser parte de la “sospechosa red política” del especulador financiero húngaro-estadounidense George Soros. Kern había contratado a Tal Silberstein, de origen israelí, por 400.000 euros para que planificara su campaña. Fue despedido el 14 de agosto tras ser investigado por supuesto lavado de dinero en Israel. Ahora se afirma que el equipo de Silberstein continuó operando las webs incluso después de que el partido rompiera relaciones con él.
Con casi el 33% en la intención de voto, los conservadores tienen ventaja respecto a los socialdemócratas (27%) y su otro contrincante, el FPÖ (25%). Si no se renueva la gran coalición, en el poder desde hace 10 años, una alianza con el FPÖ será casi inevitable. El jefe socialdemócrata Kern ha prometido que pasará a la oposición si no gana las elecciones. ¿Lo hará realmente? El FPÖ conocido por sus soflamas contra la inmigración y el islam, ha sido desplazado por el ÖVP del primer lugar de las preferencias. La ultraderecha aparece así como el aliado más probable en un futuro gobierno liderado por Kurz. No obstante, se espera que, con tal de impedir que suba al poder una extrema derecha xenófoba, euroescéptica y filonazi, el SPÖ acabará por acceder a la reedición de la “gran coalición” con el ÖVP.
Kurz puede convertirse a sus 31 años en el dirigente más joven de la UE. El interrogante es saber quién será su socio en el ejecutivo.