El tercer y último debate entre los dos candidatos presidenciales, Donald Trump y Hillary Clinton, no defraudó la enorme expectación con que fue esperado. Ambos salieron a la palestra con estilos inesperados. Durante la primera media hora, Trump se comportó con sorprendente contención. Sin embargo, si pretendía un aire «presidencial», perdía su característica superioridad en falsedades e insultos proferidos a gritos y gesticulaciones. La contención le hacía parecer un muñeco de madera, con un permanente rictus amargo de despecho y desprecio. Por su parte, Clinton pecaba de excesiva preparación, recitando su lección sin mayor convicción.
Poco después cambiaban las tornas. El moderador, Chris Wallace, supo disciplinar en cierto modo la volubilidad de los candidatos, incluso de Trump, y logró que se pronunciaran sobre asuntos concretos: la libertad de portar armas, el derecho al aborto, la interpretación de la Constitución por el Tribunal Supremo, la financiación de la seguridad social, Obamacare, la inmigración ilegal y los tratados de libre comercio. Ambos dieron las conocidas versiones liberal y conservadora de sus partidos.
Trump volvió a perder los estribos cuando Clinton o el moderador le recordaban su machismo, su extraña connivencia con Vladimir Putin y su recurso a denunciar supuestas trampas para justificar sus fracasos, que ha culminado en esa afirmación, sin precedentes, de que no reconocerá necesariamente su eventual pérdida electoral, por el supuesto fraude electoral y el “envenenamiento” de la opinión pública por los medios de comunicación.
Clinton, en cambio, no cayó en la trampa de exponer los detalles de su programa: estos debates favorecen las afirmaciones simplistas, aunque estén basadas en falsedades, y no favorecen el estudio complejo de las cuestiones suscitadas. En efecto, a la candidata demócrata le fue difícil superar las simplezas y fáciles denuncias de Trump respecto a la situación en Medio Próximo: la pérdida de Irak por la retirada de tropas, el vacío que llenaron los yihadistas, la debilidad frente a Bachar el Asad, el apoyo de iraníes y rusos, así como la manera en que han engañado y ganado la partida. Le salvó al final el cinismo de Trump respecto a la tragedia de Alepo.
Por lo demás, Clinton parecía haber aprendido los trucos de Trump: no se dejaba interrumpir y evadía sus puntos débiles cambiando de asunto. Cuando el candidato republicano denunció la colusión de intereses de Clinton como secretaria de Estado y la Fundación Clinton, la demócrata inmediatamente le acusó de aprovechar los correos electrónicos que los rusos han hurtado y pasado a Wikileaks para interferir en el sistema electoral americano, mofándose de Trump como el “títere” de Putin.
¿Ha ganado Hillary el debate? Los partidarios de ambos candidatos creen en la victoria de sus respectivos protagonistas. Todas las intervenciones de Trump han sido acogidas por sus partidarios como la más clara interpretación de sus sentimientos, incluso la denuncia del fraude electoral. Es posible que Clinton haya conseguido ampliar algo su base electoral, especialmente entre los independientes urbanos y suburbanos, pero Trump no ha perdido el grueso de sus partidarios.