Este cuatro de mayo se cumplen 100 años de uno de los momentos claves en la biografía revolucionaria de la China del siglo XX. Ese día de 1919, miles de universitarios de la Universidad de Pekín se manifestaron en Tiananmen y el resto de la ciudad ante un gobierno que consideraban débil y controlado por las potencias extranjeras. También corearon consignas a favor de la democracia y la ciencia, y en contra de la tradición y el confucianismo. Fue, posiblemente, la protesta que más definiría la China que vino después. Desde el Partido Comunista comandado por Mao hasta los manifestantes de Tiananmen en 1989, todos se han reivindicado como herederos de este mítico “4 de Mayo”. También el actual presidente chino Xi Jinping lo hizo hace pocos días. Se trata de una historia maleable que puede servir tanto al patriotismo del statu quo actual como a sus críticos.
¿Cómo empezó todo? En 1919, China acababa de dejar atrás el modelo imperial tradicional, pero no había conseguido implantar un régimen estable, unido y con suficiente poder para impedir ser manejado por las potencias externas, que colaboraban con señores de la guerra locales. El resentimiento ante estas élites, que eran incapaces de defender la soberanía del país, explotó ese famoso 4 de mayo, después de que el Tratado de Versalles asignase a Japón los territorios coloniales que Alemania había tenido en territorio chino, en vez de devolvérselos a Pekín. Se trataba de una estrategia occidental para frenar a la Unión Soviética desde su extremo oriental, cosa que un Japón imperial podría hacer de manera mucho más efectiva que una China débil y disgregada.
La noticia de ese acuerdo hizo que miles de estudiantes de la Universidad de Pekín se unieran en una gran manifestación hacia Tiananmen, que después recorrería varias partes de la ciudad. Diversos sectores industriales, intelectuales y burgueses apoyaron a los estudiantes. Las protestas se extendieron a otras grandes ciudades. En Shangai, por ejemplo, se produjeron diversas huelgas obreras que paralizaron la ciudad. El hilo conductor era la indignación ante una China desunida por señores de la guerra y encabezada por un gobierno débil, atado a los préstamos y a la voluntad de las potencias extranjeras.
Pero el pensamiento de los estudiantes no era solo nacionalista. Durante los años previos, muchas visiones e ideologías, especialmente las occidentales, habían llegado a estos jóvenes, que vieron en ellas una manera de escapar de un pasado tradicional, feudal y confuciano que asociaban con todos los males presentes. Durante las protestas del 4 de mayo –como explica Jonathan D. Spence en En busca de la China moderna– muchos de los manifestantes tenían en mente ideas de democracia, socialismo, darwinismo social, feminismo, vanguardismo, anarquismo, psicoanálisis o individualismo que les habían llegado a través de libros o charlas, o mediante su propia experiencia estudiando en el extranjero, ya fuera en Europa, Estados Unidos o Japón. El “4 de mayo” se convirtió, más allá de una importante protesta concreta, en un sentir y diagnóstico general de la situación china.
En parte, como apunta Jacques Gernet en El mundo chino, esta entrada masiva de cultura occidental estaba relacionada con un sentimiento de inferioridad y un derrotismo generalizado entre estas élites intelectuales –los universitarios, podríamos decir, habían sustituido a los letrados imperiales–, que abrazaban sistemáticamente todo aquello occidental y despreciaban su tradición, intentando de esta manera —un poco desesperada y acrítica— volver a hacer poderoso el país. Promovieron desde una “Nueva Cultura” alejada de la escritura y los cánones clásicos, hasta la adopción de ideologías foráneas como el marxismo, como solución a los problemas del país. Los sucesivos gobiernos fuertes de China, desde los nacionalistas del Kuomintang hasta los comunistas de Mao, beberían de esta cascada “moderna” nacida en 1919.
En los libros de texto de la China actual todavía se explica ese movimiento del “4 de mayo” como la semilla de la que germinó el Partido Comunista chino actualmente en el poder. Es innegable que el PCCh ha logrado dos de los grandes objetivos que coreaban los estudiantes: por un lado, devolver la soberanía al país e eliminar la injerencia extranjera y, por el otro, hacerlo entrar en la modernidad.
Quizás la gran disyuntiva fue qué camino adoptar para conseguir estos objetivos, y qué se entendía por soberanía nacional y nación moderna. La maleabilidad del discurso del “4 de mayo” y su poder simbólico hizo que, por ejemplo, los manifestantes de Tiananmen en 1989 realizaran una gran llamada ese mismo día –en medio de las protestas que se estaban llevando a cabo– reivindicándose como sus herederos. Para ellos, el “4 de mayo” incorporaba dentro de la soberanía nacional y de la modernidad unas libertades amplias que el Partido, como duramente se vio, no estaba dispuesto a permitir.
Este pasado mítico del “4 de mayo” a veces se presenta demasiado teñido de romanticismo. Si el Partido lo plantea como el inicio del resurgir nacional de China y algunos medios occidentales lo insinúan como el germen de una posible democracia liberal que nunca fue, también debemos entender qué efectos oscuros tuvo después. El simplismo seductor de “romper con el pasado” o de quebrar la tradición china que abanderaron los estudiantes de 1919 está conectado con esa confianza ciega en la modernidad “occidental” estalinista que fue el Gran Salto Adelante maoísta o con la ruptura con el “feudalismo” que supuso el horror de la Revolución Cultural. El abrazo efusivo de la modernidad acarreó sus propios monstruos.
En la China de 2019, la gran mayoría de los ciudadanos recuerdan ese “4 de mayo” de la misma manera que el gobierno, es decir, como un momento de explosión patriótica común. También hay, por otro lado, intelectuales liberales que rinden su pequeño homenaje a las libertades individuales que se reivindicaron entonces, escasísimos disidentes que, disgregados, recuerdan su propio “4 de mayo” de 1989 o jóvenes marxistas que critican la desigualdad actual mediante ese eco del pasado.
Por su parte, el Partido lo celebra y, a la vez, está vigilante ante cualquier protesta que pueda aparecer. Porque, como cualquier mito transversal, el “4 de mayo” es una potente arma de doble filo.