En los astilleros de Jiangyan, cerca de Shanghái, la Marina de China está construyendo la que será la joya de la corona de su flota: un portaaviones Tipo 003, de 318 metros de eslora, la mayor y más avanzada tecnológicamente de sus naves y el más grande construido fuera de Estados Unidos en muchas décadas. A finales de 2020, China tenía ya 360 barcos de guerra, frente a los 297 de la Marina de EEUU, que hasta pocos años dominaba indiscutida los océanos, desde Guantánamo a Okinawa.
El comando Indo-Pacífico del Pentágono estima que en 2025, China, ya el mayor armador naviero del mundo, tendrá cuatro portaviones y cinco en 2030, lo que le permitirá proyectar su poder naval desde el Pacífico sur a la costa oriental de África. En Yibuti, su Armada tiene una base naval que se enlazará con otras que planea construir en Tanzania, Camboya y Abu Dhabi como parte de un “collar de perlas” que se extenderá de Hong Kong al estrecho de Ormuz y el Mar Rojo.
En su base de Yibuti, por cuyo puerto pasa la tercera parte del comercio mundial, China ejerce casi plena soberanía territorial. La relación es antigua. África fue el destino final de las expediciones marítimas del almirante Zheng He entre 1405 y 1433, las más grandes realizadas hasta entonces. Sus siete expediciones movilizaron 317 barcos, algunos de hasta nueve mástiles y 135 metros de eslora. En Somalia, Zanzíbar y Madagascar se han encontrado monedas y porcelanas de las dinastías Tang y Song.
«Aunque provistos de la tecnología, la inteligencia y los recursos necesarios para convertirse en descubridores, los chinos se condenaron ellos mismos a ser los descubiertos»
Los viajes mostraron a los emperadores chinos que podían obtener tributos de Estados remotos y exóticos, rendidos a su superior civilización. Pero el séptimo viaje del almirante de los Tres Tesoros fue el último. Edictos imperiales en 1433, 1449 y 1452 impusieron severos castigos a quienes se arriesgaran a viajar al exterior. Los carpinteros de los astilleros desertaron para no ser acusados del “delito de navegación”.
Justo cuando los europeos se lanzaban a descubrir nuevos mundos, en el mar no flotaba una pulgada de madera china. En The Discoverers (1983), Daniel Boorstin escribe que aunque provistos de la tecnología, la inteligencia y los recursos necesarios para convertirse en descubridores, los chinos “se condenaron ellos mismos a ser los descubiertos”.
La última frontera
China aprendió la lección. Su voluntario ostracismo propició lo que los fundadores de la República Popular llamaron el “siglo de humillación” (1839-1949): la intervención imperialista de las potencias occidentales, Rusia y Japón en el antiguo Celeste Imperio (Shénzhou), que se creía la única civilización del mundo y a su emperador (huangdi), único soberano legítimo del tianxia (todo bajo el cielo).
Como en el siglo XV, el Índico y África han vuelto a estar en el centro de la atención del gigante asiático, ávido por ganar posiciones e influencia en el “gran juego” de África, un continente en el que tres de cada cinco personas en sus 54 países tiene menos de 25 años. La media de edad africana es de 19,7 años, frente a los 42,5 en Europa o los 48 de Japón.
Emmanuel Macron, asiduo visitante de la región subsahariana, suele decir que ese “dividendo demográfico” es el principal activo de la región. La telefonía móvil está creciendo a tasas del 5% anual, el doble de la media mundial. De las 30 economías de mayor crecimiento, 21 están en África, según la ONU. En 1990, menos de una tercera parte de los africanos vivía en ciudades. En 2015 eran ya la mitad.
Entre 2000 y 2018, entidades financieras chinas concedieron créditos por valor de 152.000 millones de dólares a 48 países africanos, según el China-Africa Research Inititiative, con lo que hoy el gigante asiático es el mayor acreedor bilateral del continente, si bien sus préstamos representan solo el 20% del total, frente al 35% de instituciones multilaterales como el Banco Mundial.
«China es hoy el mayor acreedor bilateral del continente africano, si bien sus préstamos representan solo el 20% del total»
McKinsey estima que unas 10.000 compañías chinas operan en África, donde han contribuido a crear prósperas zonas económicas especiales en Etiopía, Nigeria, Ruanda y Yibuti. Este julio, el Asian Infrastructure Investment Bank (AIIB), con sede en Pekín, aprobó un crédito de 100 millones de dólares a Ruanda, su primer proyecto en África subsahariana, donde compañías chinas han construido estadios, puertos, aeropuertos, hospitales, carreteras y represas.
Según un sondeo de septiembre de 2020 del Afrobarometer en 18 países, un 59% de los encuestados dijo tener una opinión positiva de China, por un 58% que decía tenerla de Estados Unidos. No en vano, China invita cada año a un millar de periodistas africanos a programas de capacitación profesional.
El interés chino por la región no es una excepción. Entre 2010 y 2016, según el proyecto Diplometrics de la Universidad de Denver, se abrieron en África más de 320 nuevas embajadas y consulados. Solo Turquía abrió 26. India, por su parte, va a abrir 18 más. En marzo de 2019, Nueva Delhi participó en sus primeros ejercicios militares con 17 países africanos, entre ellos Kenia, Tanzania y Suráfrica.
Herencia anticolonial
En 2006, EEUU, China y Francia eran, en ese orden, los tres primeros socios comerciales de África subsahariana. Pero entre ese año y 2018, sus intercambios comerciales con China aumentaron un 226%, con India un 292%, con Turquía un 216%, con Rusia un 335% y con Indonesia un 224%. El que mantiene con la Unión Europea, todavía su mayor socio comercial, subió solo un 41%. Con EEUU se redujo. En 2018, China ya era el principal socio comercial de África, seguido de India y EEUU. Francia hoy es el séptimo.
India y China explotan, con mayor o menor fortuna, los viejos agravios africanos con sus antiguas metrópolis europeas. Entre 2008 y 2018, dirigentes chinos visitaron 79 países africanos. El primer ministro indio, Narendra Modi, visitó ocho en sus primeros cinco años de mandato. No es extraño. Los países africanos suman la tercera parte de los miembros del Asamblea General de la ONU y habitualmente ocupan tres de los 15 puestos rotatorios del Consejo de Seguridad.
China tiene más cascos azules desplegados en misiones de la ONU que cualquiera de los otros cuatro miembros permanentes del Consejo de Seguridad, la mayoría en República Democrática del Congo, Malí, Sudán del Sur y Sudán.
«La presencia de China en África genera recelos por la degradación medioambiental de sus industrias extractivas, la corrupción de sus empresas y su estrecha relación con regímenes autoritarios»
China, sin embargo, genera recelos por diversas razones, entre ellas la degradación medioambiental que causan sus industrias extractivas, los escándalos de sobornos y licitaciones opacas en los que se han visto implicadas sus compañías y su estrecha relación con regímenes autoritarios, como el de Zimbabue. En 2013, Sanusi Lamido Sanusi, por entonces presidente del banco central nigeriano, publicó un artículo en Financial Times en el que acusó a China de “colonialismo” por extraer materias primas en países africanos para venderles después productos manufacturados.
África tiene casi tantos habitantes como China, pero repartidos en 54 países, por lo que la relación vis a vis es esencialmente asimétrica. En Kenia, que recibió préstamos chinos por valor de 9.800 millones de dólares entre 2006 y 2017, un tren de 500 kilómetros entre Nairobi y Mombasa terminó costando 3.200 millones de dólares, cuatro veces la cantidad originalmente presupuestada por los contratistas chinos de la obra.
Ofensiva india
India se ha centrado en África en el desarrollo de recursos humanos, telecomunicaciones, educación y servicios médicos. A ello suma la ventaja del inglés, lingua franca en los países de la Commonwealth, la afinidad cultural y la proximidad geográfica. Hoy el 8% de las importaciones indias provienen de África y el 9% de las africanas de India.
La diáspora india en el continente africano suma hoy unos tres millones de personas. Uno de sus más ilustres miembros fue Mohandas Ghandi, que tras graduarse como abogado en Londres se mudó en 1893 a Natal (Suráfrica), donde luchó con la desobediencia civil contra las leyes que discriminaban a indios y negros.
Por el momento, el “gran juego” africano entre las potencias no es un juego de suma-cero, en el que lo que gana uno lo pierde otro. África, cuya población se duplicará en los próximos 30 años, necesita todas las inversiones y ayudas internacionales posibles para crear empleo. En Yibuti, donde gobierna desde 1999 Ismail Omar Guelleh, el 70% de sus jóvenes están desempleados.
La siguiente fase de la rivalidad se librará en la diplomacia de las vacunas. Solo un 1% de los africanos ha recibido alguna dosis. Europa y América Latina están vacunando a su población a un ritmo 20 veces mayor que África. Al ritmo actual, incluso el modesto objetivo de la Unión Africana de vacunar al 20% de la población a fines de 2021 parece lejano. China ha vendido la mayor parte de sus vacunas en África a Egipto, Zimbabue y Marruecos, y donado solo una pequeña parte del total.
Muy interesante artículo, gracias. Lástima que el autor haya metido con calzador el lío de las vacunas