El 19 de noviembre algo más de 14 millones de chilenos y chilenas están llamados a las urnas para elegir al que será presidente del país durante los próximos cuatro años. Además, en esta convocatoria electoral se elegirá a los integrantes del poder legislativo (diputados y a la mitad del Senado) y se renovarán los consejeros regionales. La nueva ley electoral amplía la participación en casi 40.000 chilenos que viven en el extranjero, alcanzándose una cifra record en la conformación del padrón electoral. Este hecho se verá deslucido posiblemente por la baja concurrencia a las urnas si, como se espera, se mantiene la tendencia de las últimas elecciones. En esta ocasión las encuestas más entusiastas no otorgan más de un 60% de participación para el conjunto del país.
Detrás del bajo interés por concurrir a las urnas no solo están los escándalos por la financiación ilegal de la política y otros casos de corrupción, aún abiertos, que han contribuido a profundizar la desafección política en el país. También hay que tener en cuenta la liberalización del voto, que pasó de ser obligatorio a voluntario, junto con una anodina campaña electoral que no invita a la participación y que se ha centrado en las presidenciales mientras soslaya el conjunto de la elección de representantes. La nueva legislación electoral ha modificado la geografía de la propaganda electoral al regular tanto su financiación como su uso.
Campaña austera, concentrada en los medios de comunicación tradicionales (diarios, televisión y radio) y muy extendida en las redes sociales a través de Internet, llegando así a los distintos sectores de la sociedad. Será una compleja elección, al registrar el mayor número de candidatos, tantos que en aquellas circunscripciones que convocan las cuatro elecciones se dispondrá de largas y densas papeletas electorales, que en total superaran los 100 candidatos. Parece que el desaliento también se hará presente en estas elecciones.
Otro hecho que no pasa inadvertido es el proceso de selección de candidatos, donde el conflicto en el interior de las formaciones políticas no siempre se resolvió democráticamente a través de las primarias. Así, bajo distintas modalidades, se llegó a conformar una nómina con ocho candidatos presidenciales, de los cuales tres encabezan grandes pactos electorales; cuatro candidatos acuden por sus partidos, y asiste también un aspirante independiente.
Los ocho candidatos han estado lejos de presentar una competencia abierta. El eje electoral ha girado en torno a mantener un modelo político y económico que para la derecha es satisfactorio y propone su continuidad asegurando la distancia entre el Estado y el mercado. Para el sector de la izquierda, con distintos matices pero desde una posición cada vez más crítica, se trata de un modelo agotado que explica su bajo rendimiento en cuanto a igualdad, desarrollo humano y cohesión social.
Esta polarización entre la recuperación del modelo y la transformación del mismo reduce el juego electoral a dos opciones, donde la gran debilidad o incluso el fracaso más notorio sería la ruptura del bloque de centroizquierda. La unión de la derecha y la división de la izquierda puede que contengan la clave de la elección presidencial. Así, la derecha se muestra unida en torno a la figura del expresidente Sebastián Piñera, que tras vencer en primarias consigue aglutinar a cuatro partidos en torno al Pacto Chile Vamos. En este bloque, se sitúa también el independiente José Antonio Kast, exdiputado, militante de la Unión Demócrata Independiente (UDI) y con un fuerte discurso conservador que obliga a su sector a defender el legado autoritario y valores tradicionales.
El tradicional bloque de centroizquierda ha ido adaptándose con el tiempo a los avatares políticos, sociales y económicos de Chile. Primero, como Concertación de Partidos, que acogía desde la Democracia Cristiana al Partido Socialista, entre otros, y que alcanzó en cuatro ocasiones la presidencia, gobernando ininterrumpidamente durante 20 años (1990-2010). Tras ser oposición en 2010, se recompuso como Nueva Mayoría, liderada por Michelle Bachelet, ampliando al Partido Comunista y ganando las últimas elecciones de forma rotunda. La difícil convivencia entre las distintas fuerzas políticas y su posición frente a las reformas impulsadas por la actual presidenta, especialmente la tensión entre Democracia Cristina y Partido Comunista, incidieron en la ruptura de este bloque y en el fraccionamiento de la izquierda política.
Así, la centroizquierda llega a estas elecciones con seis candidatos, con un voto disperso, un acusado conflicto dentro del propio sector y como fuerza centrífuga respecto a la necesidad de cambios políticos que corrijan las desigualdades socioeconómicas generadas por el modelo neoliberal. Gradualmente, se pueden posicionar los candidatos y candidatas: desde la moderada Democracia Cristiana que rechazó someterse a primarias y concurre con la senadora y presidenta del partido, Carolina Goic; con el senador Alejandro Guillier por el Pacto Fuerza de Mayoría, continuador de la Nueva Mayoría/Concertación y con el apoyo de los partidos tradicionales de izquierda (Radical, Socialista, Partido Por la Democracia y Comunistas); con Beatriz Sánchez, figura emergente de la nueva izquierda, que surge de las primarias celebradas por el Pacto Frente Amplio, coalición que concurre por primera vez a las urnas, y en el que conviven una docena de pequeños partidos y movimientos que tienen su génesis en el movimiento estudiantil a través de jóvenes líderes políticos. La papeleta electoral incluye además a Marco Enriquez-Ominami, obstinado candidato que concurre por tercera vez a la competencia presidencial por su partido, el Partido Progresista; al senador Alejandro Navarro (exmilitante del Partido Socialista) por el Partido País; y a Eduardo Artés por el Partido Unión Patriótica.
Las distintas mediciones sobre intención de voto parecen reflejar la consolidación de la ventaja de Piñera, que apuntaría a su victoria. Tomando como referencia la última encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP), Piñera dobla en intención de votos a Guillier, ostentando el primer lugar con un 45% de intención de voto frente a casi el 20% que exhibe el segundo candidato. Sánchez se quedará rozando el 10% y el resto de los candidatos del sector de centroizquierda sumaría alrededor de un 8%. Por la derecha, Kast le podría restar al menos un 3% a Piñera.
Aparentemente, el desenlace electoral parecería estar claro y todo apuntaría al triunfo de Piñera. No obstante, hay que considerar algunos hechos que pueden incidir en el resultado. La división de la centroizquierda, la desafección política y el consiguiente desánimo ciudadano, el bajo respaldo al gobierno de la Nueva Mayoría y la escasa participación electoral llevarían de forma simple a presagiar el triunfo inmediato de la derecha en primera vuelta. El hecho decisivo estará dado por los índices de participación y por el comportamiento de un alto número de indecisos (casi un tercio de los que declaran ir a votar) lo que estaría condicionando la celebración de una segunda vuelta el 17 de diciembre.
Lo más probable a día de hoy es el balotaje entre Piñera y Guillier, escenario que está condicionado por la capacidad de la izquierda de superar sus profundas diferencias, algo que si bien no es imposible no se aventura fácil. En un escenario nacional de fuerte crítica y división social, con la emergencia de nuevas fuerzas políticas progresistas, se vislumbra un germen de cambio y transformación que se deberá concretar en un proyecto político que parece aún por venir.