Pocas campañas de primarias prometían tan poco y han terminado por suscitar tanto interés. Aunque Barack Obama no abandonará la Casa Blanca hasta enero de 2017, la precampaña en los Partidos Republicano y Demócrata, que celebrarán sus primarias a lo largo de 2016, se ha caldeado inesperadamente. En ambos casos, los candidatos favoritos del establishment, inicialmente posicionados para ganar, se encuentran amenazados por rivales populistas que despiertan un mayor entusiasmo en las bases de los partidos.
Aunque por las primarias republicanas desfila un inmenso abanico de personas (y personajes), el candidato favorito era, hasta este verano, Jeb Bush. Hijo y hermano de expresidentes, Bush pretendía cultivar una imagen moderna y business friendly, atrayendo al electorado latino con su dominio del español (su esposa es mexicana) y una propuesta de reforma migratoria. Pero su propuesta se ha estrellado contra Donald Trump, el magnate del bolsillo y la melena de oro, que ha irrumpido en la precampaña con la misma sutileza que un elefante (la mascota republicana) en una tienda de porcelana.
Primero vino una diatriba racista contra los inmigrantes, mexicanos a los que calificó de violadores y delincuentes. Después, insultos para las vacas sagradas de su propio partido: John McCain, en su día capturado y torturado por el Viet Cong, “no es un héroe de guerra” (Trump, conviene recordar, esquivó la guerra alegando una lesión en uno de sus pies, no recuerda cuál). Acto seguido, un sinfín de insultos e insinuaciones machistas. Una mezcla de indulgencia e indiferencia cuando, azuzados por su discurso racista, sus seguidores se dedican a pegar a inmigrantes por las calles de Boston. Y, más recientemente, la expulsión del veterano periodista Jorge Ramos, de Univisión, de una de sus ruedas de prensa.
Imagina uno que ha soñado todas estas barbaridades, pero cuando despierta, el elefante todavía está ahí. Trump arrasa en las encuestas de las primarias republicanas. ¿Qué está ocurriendo?
Populismo de derechas, populismo de izquierdas
En las campañas presidenciales estadounidenses, el proceso de primarias siempre empodera al ala más purista del partido, sea este el Republicano o el Demócrata. Como señala Cristopher Ingraham, los republicanos están frustrados y enfadados tras ocho años en la oposición. Y la derecha populista lleva movilizada desde la irrupción del Tea Party en la política americana (principios de 2009). Se junta el hambre con las ganas de comer, y el resultado es este esperpento exuberante.
Las primarias demócratas también se presentan difíciles para Hillary Clinton. La antigua secretaria de Estado y mujer del expresidente Bill Clinton parecía posicionada para arrasar en las primarias, pero se ha encontrado con un obstáculo inesperado en la figura de Bernie Sanders. El senador por Vermont, autodeclarado socialista democrático (lo que en EE UU es sinónimo de herejía), ha sabido contraponer al centrismo de Clinton un discurso de izquierdas crítico con el sector financiero, similar al de Elizabeth Warren.
Aunque Sanders y Trump comparten entre poco y nada a nivel ideológico, ambos han desestabilizado a los candidatos centristas de su partido, y con ello han cuestionando el carácter dinástico al que parecía condenada la política estadounidense (la Casa Blanca ha estado en manos de las familias Bush y Clinton entre 1989 y 2009). Aunque Clinton se mantiene por delante de Sanders en la mayoría de los sondeos, su ventaja se ha acortado a lo largo del verano, llegando a evaporarse en el Estado de New Hampshire, donde, según un estudio reciente, su rival podría ganar las primera ronda de las primarias. Si Joe Biden, vicepresidente desde 2009, se decanta por presentar una candidatura, la campaña de Clinton se encontraría con otro escollo de primer orden, capaz de dividir a los votantes demócratas más moderados.
Sanders no es la única fuerza empujando al Partido Demócrata hacia la izquierda. A lo largo del verano, tanto Sanders como Martin O’Malley, otro candidato demócrata, han visto sus mítines interrumpidos por activistas de Black Lives Matter (BLM), un colectivo dedicado a detener la brutalidad policial en las comunidades negras. Sanders no termina de convencer a las minorías raciales que conforman uno de los principales pilares del Partido Demócrata, y que le exigen un mayor compromiso contra la discriminación racial. Aunque Sanders acumula un largo historial en defensa de los derechos civiles de los afroamericanos, su discurso se centra en combatir las desigualdades económicas antes que el racismo. Tras múltiples escándalos de brutalidad policial perpetrada en comunidades negras, la reforma de los cuerpos de seguridad se ha convertido en un tema difícil de evadir para quien pretenda lograr la nominación demócrata. El partido ha hecho público su apoyo a las peticiones de BLM, pero actualmente el movimiento se niegan a apoyar a ninguno de sus candidatos a la presidencia.
La polarización en las primarias de ambos partidos no es accidental. Las tendencias demográficas y la tensión entre la Casa Blanca y el Congreso, a estas alturas irresoluble, sugieren un futuro en que republicanos y demócratas se atrincheran en posiciones cada vez más demarcadas.