Las calles de Riad rebosaban de júbilo en 1990, cuando las mujeres ocuparon las calles de la capital de Arabia Saudí con sus coches para normalizar el hecho de poder conducir. Por aquel entonces las saudíes no tenían prohibido conducir, al menos formalmente, aunque en la práctica ninguna mujer lo hacía. Como respuesta al acto revolucionario, el ministerio de Interior arrestó a las manifestantes y decidió tipificar la cuestión mediante una prohibición que se reflejó en una fatwa (un pronunciamiento legal en el islam, sobre una cuestión específica que afecta a la comunidad musulmana) y así, una vez más, se invocó la religión para dar validez legal a un tabú social.
Después de 28 años de prohibición tipificada, el rey Salman Bin Abdulaziz anunció en 2017 un decreto por el que se ponía fin a esta injusticia. Arabia Saudí era el único país del mundo donde las mujeres no podían utilizar vehículos con motor, algo que, por otra parte, no sorprende en un país de tradición wahabí donde las mujeres no tienen prácticamente derechos. La pregunta ahora es si el levantamiento de la prohibición significa un verdadero avance en materia de género para las mujeres saudíes o no. La respuesta: no del todo.
Este cambio, que entra en vigencia el 24 de junio, más que suponer un cambio estructural o ser el comienzo de una secuencia de avances en derechos de la mujer, responde a lógicas muy distintas. No, ni Abdulaiziz ni el príncipe heredero, Mohamed bin Salman, han comenzado a identificarse con las luchas feministas y ahora quieren desmantelar el sistema patriarcal: lo que quieren los dirigentes de Arabia Saudí es impulsar la economía del país.
En los últimos años, incluso los países culturalmente más conservadores han comenzado a reconocer que no pueden salir adelante si dejan atrás a la mitad de la mano de obra. En la economía global moderna, eliminar los obstáculos a la participación económica de las mujeres también se ha convertido en una estrategia, pues hay una relación directa entre la participación de las mujeres y el crecimiento económico.
En una economía tan delicada como la de Arabia Saudí, extremadamente dependiente de las exportaciones de petróleo, el empoderamiento femenino es clave si se quiere dinamizar la economía e impulsar otros sectores. Hasta ahora, las mujeres saudíes que trabajan tenían que contratar conductores privados para que las llevasen y las trajesen del trabajo, lo que evidentemente les consumía gran parte de su salario y hacía que disminuyese el incentivo para trabajar.
Conscientes de esto –y sin dejar de alegrarse por lo conseguido–, las saudíes más despiertas consideran que todavía queda mucho por conseguir.
#IAmMyOwnGuardian: la revolución en las redes
Después de muchos años de reivindicaciones frustradas, encarcelamientos y de escuchar a los dirigentes decir cosas tan absurdas como que “conducir daña los ovarios de las mujeres” o “que las mujeres conduzcan lleva al colapso de la familia saudí y genera promiscuidad”, las saudíes han conseguido ganar esta batalla.
Pero la lucha continúa, y lo hace sobre todo en las redes sociales. Ya en 2011, Manal al Sharif, asesora de seguridad informática de 32 años, inició una especie de revolución en las redes tras colgar un vídeo en YouTube que pronto se hizo viral conduciendo, en el que animaba a otras mujeres a hacer lo mismo. Fue detenida al poco tiempo.
Ahora, las saudíes piden que se ponga fin a lo que Human Rights Watch considera «el impedimento más importante para hacer realidad los derechos de las mujeres en el país», el sistema de tutela. Todas las mujeres en el reino tienen un wali masculino, esto es, un guardián oficial, generalmente un padre, hermano, tío o esposo del que necesitan autorización para desempeñar las actividades más básicas: sacarse el pasaporte, hacer un viaje, firmar un divorcio etcétera.
Cuando quieren presentar una denuncia también tienen que contar con la aprobación de su guardián/tutor, lo que hace que en el sistema saudí sea casi imposible denunciar casos de violencia de género o abuso sexual. En muchas ocasiones, de hecho, su maltratador o violador es el propio guardián.
El hastag #IamMyOwnGuardian lleva tiempo poblando las redes en un país donde el movimiento feminista está muy ligado al activismo online. La lucha para la afirmación de los derechos de género encuentra su elemento común en el enemigo a afrontar: la tradición, frecuentemente acompañada de una interpretación equivocada de la religión.
Como feministas, es justo alegrarse por las compañeras saudíes, que podrán por fin conducir su propio vehículo, pero también habrá que ayudarlas para que sus reivindicaciones sigan prosperando en uno de los países más patriarcales del mundo. La lucha continúa en Arabia Saudí.