La ciudadanía en Ucrania ha demostrado que está cansada. Cansada de la corrupción, de las promesas incumplidas, de los oligarcas y las zarinas del gas, del que todo cambie para que todo siga igual. Alrededor de diez millones de ucranianos de un total de 26.770.419 demostrando su hartazgo frente al inmovilismo de la clase dirigente.
El ganador de esta primera contienda ha sido el payaso Volodimir Zelenskiy con cinco millones de votos: un 30% del total. La candidatura de Zelenskiy es un golpe de aire fresco a una clase política paralizada y acomodada en unos privilegios mantenidos desde la independencia del país. Con un discurso populista sostenido sobre la promesa de la regeneración democrática y la lucha contra la corrupción, similar al esgrimido por Beppe Grillo en Italia, este actor cómico ha conseguido atraer a una parte importante del electorado que salió a votar. Apuesta por algún tipo de democracia directa, por la supresión de la inmunidad para la clase política y la puesta en marcha de reformas de los sistemas fiscales y de pensiones. Más allá de esto no hay nada concreto.
Se podría hablar de que la ola populista ha llegado a Ucrania, si no fuera porque este es el tipo de política al que están acostumbrados en el país. La principal diferencia es que el sector de procedencia del candidato no es la propiedad industrial ni tampoco es un millonario, aunque las malas lenguas señalan la existencia de una suerte de “mecenas” o “patrocinador” de la candidatura. Un oligarca exiliado, Kolomoyskyi, rival directo del presidente Petro Poroshenko en el control de los medios de comunicación.
A la segunda vuelta electoral del 21 de abril pasa también Poroshenko, con el 17,8%: 2.707.483 votos. Desde 2014 ha perdido la friolera de 7.149.825 votos. Hace ya meses que se conoce la falta de apoyo popular por su propuesta: la construcción de un Estado-nación fuerte atendiendo al lema “ejército, idioma, iglesia”. Es decir, un proyecto nacional basado en el rechazo de todo lo que tuviera que ver con Rusia. De ahí las leyes de autonomía religiosa por las que la Iglesia ortodoxa ucraniana se independizaba del patriarcado de Moscú a principios de 2019; la legislación en materia educativa y lingüísticas implantadas recientemente, que impiden la enseñanza de cualquier otra lengua distinta al ucraniano; o la impostación de un recrudecimiento del conflicto con Rusia en el mar de Azov durante el mes de noviembre. Ninguna de estas tácticas para atraer el voto ha conseguido darle la primera posición, aunque es cierto que ha remontado en relación a lo que predecían las encuestas durante los últimos meses. Es significativo que las circunscripciones en las que ha conseguido ser el candidato más votado sean las occidentales y nacionalistas: Lyviv, Ivano-Frankivsk o Ternopil.
La gran derrotada, la que nunca ha conseguido ganar unas elecciones en Ucrania pese a haberlo intentado en, al menos, tres ocasiones, es Yulia Tymoshenko. No lo consiguió en 2004, en 2010 ni en 2014. Ahora vuelve a fracasar, obteniendo apenas el 14,2% y 2.199.690 votos, prácticamente el mismo resultado que en 2014, cuando llegó a los 2.310.130 pero con un porcentaje menor del voto emitido, 12,8%. Sin duda tiene un electorado fiel, pero no atrae al resto. Su discurso de confrontación con Moscú, su denuncia de los Acuerdos de Minsk y sus continuas y cansinas denuncias de fraude ya no convencen ni a propios ni a extraños. Buena muestra de ello es que no ha conseguido el triunfo en ninguna circunscripción electoral. Tampoco ha tenido un buen resultado el candidato más prorruso de los cuatro en cabeza, Yuri Boyko. Aunque ha incrementado de manera sustantiva sus apoyos y ganado las circunscripciones de Lugansk y Donetsk, se queda con el 11.5% del voto.
De estas elecciones se pueden extraer varias conclusiones. La primera, el cansancio de los ucranianos ante el gatopardismo: “que todo cambie para que todo siga igual”. La segunda, la búsqueda de opciones alternativas y diferentes. Y la tercera: los discursos radicales y polarizados no están prendiendo en el electorado medio y, por tanto, no hacen ganar elecciones. En la segunda ronda, todo dependerá de las distintas alianzas que se tejan entre los 37 candidatos que han quedado fuera de esta primera.