Ahora que el virus se toma un respiro, este artículo va a plantear algunas cuestiones que han ido surgiendo los últimos meses en la política exterior de la Unión Europea. Por ahora, solo el planteamiento. Anticipar en tiempos de crisis es, a la vez, indispensable e imposible. Indispensable porque la crisis entraña cambios o acelera cambios preexistentes para los que hay que prepararse. Imposible porque la volatilidad asociada hace muy difícil discernir qué oscilaciones no tendrán efectos y cuáles tendrán consecuencias estructurales a medio y largo plazo. En cualquier caso, sigue siendo fascinante cómo el ser humano se aplica a pensar, meditar, tratar de anticipar, cuando la naturaleza le golpea con dureza. Es, en definitiva, lo que le distingue de otras especies.
El coronavirus no ha sido una excepción. Al contrario. Toda la capacidad de reflexión de la academia, en su sentido más amplio, multidisciplinar, ha echado el resto en este empeño. Casi todo lo que se escribe es, por tanto, inevitablemente, redundante. También la perspectiva, más limitada, de cómo va a salir la UE de ésta, y en particular, su política exterior. Y la verdad es que puede salir muy mal. Pero podemos, mal que bien, pensar, también debemos actuar. En último extremo, en nuestras manos está. El problema es que los intereses apuntan en direcciones divergentes.
«Saldremos de esta crisis como de una especie de agujero de gusano a lo que hubiera debido ser 2030»
Parece haber un acuerdo general en que el coronavirus no cambiará el mundo, sino que acelerará las tendencias preexistentes que lo han ido conformando. En otras palabras, saldremos de esta crisis como de una especie de agujero de gusano a lo que hubiera debido ser 2030. Desde mi primera juventud no había vuelto a ver tantas veces repetida la frase de Lenin “hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas”. No es la menor paradoja del confinamiento la sensación, la percepción personal, de que el tiempo se detiene mientras que, en realidad, al otro lado de los cristales, se está acelerando.
Si las tendencias van a acelerarse, más vale identificarlas correctamente. En lo que se refiere a la política exterior, de nuevo parece haber un acuerdo bastante generalizado en señalar una cierta reversión de la globalización, una competencia más aguda entre China y Estados Unidos, un reforzamiento del llamado capitalismo autoritario, un debilitamiento de los foros multilaterales (paradójicamente) o una toma de conciencia de la necesidad de reforzar considerablemente la seguridad. Aquí no hablamos de terrorismo o conflictos armados, sino de ciber-seguridad, bio-seguridad y seguridad alimentaria.
De una forma u otra, frente a la mayoría de estas tendencias preexistentes fue para que lo que se intentó definir una Europa geopolítica o, en palabras del alto representante Josep Borrell, una Europa que hable el lenguaje del poder.
Sistema multilateral
Identificar las tendencias previas es solo la primera parte. La segunda consiste en analizar, y a veces tener que anticipar, los cambios introducidos por la crisis en el comportamiento de los Estados y de otros actores internacionales. Estos cambios se acumularán, se traducirán en cambios en el entorno, en el sistema multilateral, en las alianzas. China es quizá el actor global que más ha cambiado, en comportamiento y en percepciones sobre ella, en estos meses.
Finalmente, deberemos ver las respuestas, las políticas adoptadas tanto para combatir la pandemia como para abordar el colapso económico y, en último extremo, resituarse en el mapa que nos deje el virus. Las respuestas tendrán, a medio y largo plazo, mayores consecuencias que la crisis misma. Si los errores se pagan siempre, situaciones como la actual hacen la factura mucho más alta. Uno de los fenómenos más fascinantes de la pandemia es la rapidez con que se han ido aceptando medidas y políticas que hasta este momento parecían poco razonables, cuando no directamente una locura. Las ha habido en libertades básicas, en materia económica o en libre circulación y conectividad. Algunas han sido provisionales, pero otras han venido para quedarse un tiempo todavía indefinido. La primera consecuencia que podemos extraer es que debemos esperar más medidas radicales tanto en esta crisis como en las que inevitablemente suscitará: económica, de política interna en muchos países y, posiblemente, geopolítica. Dicho de otra manera, si siempre debemos esperar lo inesperado, ahora estamos en lo inesperado.
La respuesta de la UE en política exterior solo ha comenzado. Ha ido de lo más urgente, la repatriación de cientos de miles de turistas europeos varados en los destinos más diversos, a lo más evidente en un mundo todavía muy interconectado: el diseño de un plan ambicioso de ayuda a los países más vulnerables. Y ha tenido que ocuparse, también con cierta urgencia, de un fenómeno que ya era una línea más de actuación exterior pero que con el coronavirus ha adquirido magnitudes llamativas: la desinformación.
El fenómeno de la desinformación
La pandemia ha intensificado en efecto una competición geopolítica, una guerra de narrativas entre modelos políticos autoritarios y democráticos. El objetivo es socavar la legitimidad de estos últimos pegando donde más duele en una situación de emergencia, en un mundo en el que, súbitamente, los ciudadanos se sienten profundamente inseguros: la eficacia en protegerlos. La torpe respuesta inicial, en casi todos los países democráticos, fue una vela desplegada para este viento del este. Estamos todavía en plena batalla, pero el descaro, el grado aberrante en algunos casos de desinformación ha parecido ya volverse en contra de sus autores. Lo que, sin duda, queda es la conciencia definitiva de que esto supone un riesgo existencial y la necesidad de invertir más recursos humanos y materiales en combatirla.
Más allá del horizonte inmediato de gestión de la crisis sanitaria y sus efectos (des)informativos colaterales, la UE ha puesto en marcha un proceso de reflexión sobre el mundo que viene y su papel en él. Una reflexión tanto global como por regiones. Hasta ahora, tres “reuniones virtuales” de los 27 ministros de Asuntos Exteriores se han dedicado a la vecindad Oriental, la Sur y la región de Asia-Pacífico, incluyendo una sustancial discusión sobre el futuro de la relación con China.
En cada una de estas regiones parece confirmarse el diagnóstico de aceleración de tendencias previas más que salto en el vacío. En el caso de la vecindad Sur, el análisis no deja de ser preocupante. Salvo excepciones muy determinadas, desde la llamada Primavera Árabe, la región se ha visto inmersa en una crisis permanente salpicada de conflictos sangrientos. Los efectos económicos de la pandemia introducen un factor de riesgo añadido, tan grande como imposible de medir en estos momentos.
Estos dos capítulos, desinformación y trabajar con una previsiblemente más vulnerable vecindad Sur aparecen como elementos necesarios de cualquier estrategia de la UE para el futuro después del coronavirus. Pero hay otros campos de actuación que, poco a poco, irán adquiriendo más importancia.
El primer lugar, la forma en que se aborde la más que probable depresión económica. En Europa y globalmente. La Gran Recesión de 2008 casi hace saltar por los aires el proceso europeo. Dista de estar claro que las insuficiencias estructurales del euro como divisa se hayan corregido. Pero, además, el coronavirus ha revelado una de las principales debilidades de la Unión Monetaria: la ausencia de un presupuesto con capacidad de estabilización para toda la zona euro.
En segundo lugar, gestionar la creciente confrontación entre China y EEUU. El elemento de catalizador de tendencias de la pandemia se ha mostrado aquí en toda su carga vírica. Un mundo cuyo principal elemento definitorio sea un enfrentamiento global entre dos superpotencias ha sido siempre el peor escenario para la Unión. Ahora que estamos llegando ahí es el momento de definir una política exterior para mantener la autonomía estratégica de la UE. No es un cambio menor que lo que debía ser un instrumento se convierte ahora en un objetivo.
Si a esto añadimos la apuesta por un multilateralismo posible y el empeño de seguir favoreciendo el Estado de Derecho y la protección de los derechos humanos, tendremos un plan de trabajo, una hoja de ruta para el futuro. Un plan exigente y una ruta minada.
Las instituciones europeas se renovaron apenas hace unos meses. Si releemos su programa de investidura da la sensación de que hace años. En efecto, los hace.
Es una visión común entre la dirigencia de los países ricos, ver muchos de los conflictos «sangrientos» en países del Sur como fenómenos propios de la falta de desarrollo, sean esos Venezuela, Cuba, Irak, Yemen y otros. Se invisilibizan las intervenciones provocadas por los intereses de las grandes potencias. Los refugiados y los «actos terroristas» que hoy rechazan, son resultado en su mayoría, de la intervención política y armada de las naciones ricas. Es probable que en la era post pandemia, esa tendencia se fortalezca.
En primera instancia, el tema ¿Camino de una nueva Política Exterior Europea? no plantea los insumos necesarios del abordaje de que por parte de la Unión Europea tenga una nueva política exterior al respecto, mas bien parece un anticuado recetario metido en un cuento de hadas, o acaso, hemos visto a una Unión Europea fuerte y vigorosa últimamente: No, y en el entendido de que son más los desaciertos que los aciertos en materia de política exterior. No es comprensible que una Unión Europea como su nombre lo indica con brazos fuertes de unión empieza ya a sentirse fragmentada con la salida de Gran Bretaña, es decir esa Superestructura de unidad hace que no coexista la unidad de criterios válidos para formular en la totalidad de países miembros una genuina y real agenda de Política Exterior, pues aquí no se trata de meros turistas por el Covid 19, se trata es de los migrantes que por oleadas han llegado a Europa y estarán por llegar porque en sus países de origen no ven tan ni siquiera expectativas de vida, debido a conflictos internos, hambruna, entre otros, o sea, el balón rodó por toda Europa y su solución apenas son pañitos de agua tibia y así se pueden enumerar muchos más casos. No era acaso, la Unión Europea, una unidad monolítica que en tiempos tormentosos debía de actuar al unisono con sus principios de unidad en cualquier frente, incluso, como la Pandemia. No, algunos Estados durante la Pandemia quedaron a la deriva y no hubo principio de solidaridad, sino el «sálvese quien pueda» con lo que tenga: personal médico e insumos. Entonces, ahí dónde quedó la Política Exterior de cada Estado Miembro de la Unión Europea en materia solidaria? Acaso fue la Unión Europea una Unidad Previsora y de Mutua Ayuda en materia de cualquier contingencia dentro de su limite territorial? Más bien pareciera que la Unión Europea no cambia, no es autónoma y es más bien dependiente tanto de intereses mezquinos foráneos como de Estados dizque supranacionales que le dictan sus políticas de amenaza y sanciones económicas, políticas, sociales y culturales contra países pobres, débiles o en construcción de nuevas nacionalidades, así que la Unión Europea debe es más bien reinventarse e innovarse con una Política Exterior independiente, soberana y audaz en Mutua Ayuda , no ambigua, sin injerencias, sino amplia en Derechos y libertades, pensamiento, respeto, solidaridad y libre autodeterminación de todos los Pueblos.