Las dos regiones anglófonas de Camerún desafían desde hace cuatro años y medio al Gobierno presidido por Paul Biya, al que acusan de su marginación cultural y económica y de la represión de sus protestas. El conflicto, iniciado en octubre del 2016 con las primeras manifestaciones de maestros, abogados y universitarios, ha causado unas 3.000 muertes, según la organización ACLED, y la huida de sus hogares de unas 700.000 personas, refugiadas y desplazadas internas, según ACNUR.
Biya, que en 2022 cumplirá 40 años en el poder, se enfrenta a un conflicto interno que se ha ido degradando con el paso del tiempo. Lo que comenzó con unas protestas ha derivado en una insurrección con aspiraciones secesionistas, a la que un presidente casi nonagenario (nació en febrero de 1933) ha respondido con el envío del Batallón de Intervención Rápida (BIR) y la organización de un diálogo nacional, que se encuentra en un punto muerto. Pero este no es su único frente abierto. En el norte, en las zonas fronterizas con Chad y Nigeria, Biya afronta otro conflicto, de más trascendencia regional: la presencia de la milicia islamista de origen nigeriano Boko Haram. Para combatir a dicha organización, Camerún participa en la Fuerza Multinacional Mixta, al lado de Nigeria, Níger, Chad y Benín, con el apoyo diplomático de la Unión Africana y financiero de la Unión Europea.
Al igual que en otras crisis en África, la de las regiones anglófonas camerunesas tiene su origen en la descolonización. En este caso es necesario remontarse a la derrota de Alemania en la I Guerra Mundial en 1918, y el posterior reparto en el Tratado de Versalles de su vasto imperio colonial. El mandato de la Sociedad de Naciones concede África del Suroeste (actual Namibia) a la Unión Surafricana, Ruanda-Urundi a Bélgica, Tanganyka al Reino Unido y Togo a Francia. El Camerún alemán (Kamerun) es repartido entre el Reino Unido y Francia. Una quinta parte, la occidental, será administrada por los británicos, que tienen en Nigeria a su joya colonial en dicha región del continente. Las restantes cuatro quintas partes se convertirán en una colonia francesa más en África occidental y central.
Los cuarenta años de colonización dejan la huella de dos modelos coloniales, con notables diferencias. Si Francia impone el centralismo, copia del practicado en la metrópoli, que mantiene en los países africanos de su espacio colonial; el Reino Unido gobierna con el apoyo de las elites y los jefes tradicionales (indirect rule). En la parte británica, en la práctica una extensión de Nigeria, se utiliza el inglés como lengua vehicular, se forman dirigentes locales y se permite el pluralismo político. En la parte francesa, menos desarrollada, se practica la asimilación cultural, con el francés como pilar fundamental.
Camerún accede a la independencia el 1 de enero de 1960 bajo la tutela de Francia, que no ha podido acabar con la insurrección de la Unión de los Pueblos del Camerún (UPC, marxista), encabezada por Ruben Um Nyobe hasta que fue abatido por las tropas coloniales en 1958. La rebelión la liquidará el primer presidente Ahmadou Ahidjo, con el apoyo francés. De los máximos dirigentes de la UPC no quedará ninguno vivo: el médico Félix Roland Moumié será envenenado en Ginebra en 1960 por un agente de los servicios secretos franceses, el economista Osende Afana será ejecutado tras su captura en 1966, mientras que el maestro Ernest Ouandié será condenado a muerte por un tribunal militar y ejecutado en 1971, cuando la guerra ya había terminado.
En la parte británica, las Naciones Unidas organizan un plebiscito, en febrero de 1961, en el que las dos zonas, Northern Cameroons y Southern Cameroons, deben optar entre unirse a Nigeria o a Camerún. A pesar de que las elites reclaman la independencia, dicha opción es rechazada por los británicos. El resultado será dispar: así mientras Northern Cameroons vota a favor de su integración en Nigeria, Southern Cameroons decide formar parte de Camerún, que se convierte en un estado federal el 1 de octubre de 1961.
En la constitución de 1961, redactada sin la participación de representantes de la parte anglófona, se recogen algunas concesiones: el inglés y el francés son lenguas oficiales de la república federal, y se acepta la educación y el derecho británicos (Common Law) y el papel de los jefes tradicionales. No obstante, a las tres semanas de la incorporación del sur anglófono, el presidente Ahidjo limita los poderes del Estado federal al crear seis regiones administrativas, bajo el mando de un inspector general, que manda más en la región del sur que el propio primer ministro. La decisión, que choca con la letra de la constitución, es percibida como una humillación por los dirigentes sureños. A la política centralista le acompañan medidas económicas que afectan a dicha región, como la introducción del franco CFA, y la limitación de libertades, con la excusa de combatir a la guerrilla de la UPC.
La deriva autoritaria de Ahijdo, que cuenta con el apoyo de los sucesivos gobiernos franceses, culmina con la prohibición de las formaciones políticas en 1966 y la creación de un partido Estado, la Unión Nacional Camerunesa (UNC). Acalladas las voces críticas, el presidente Ahijdo acaba con el federalismo en 1972, al convocar un referéndum que aprueba convertir el país en la República Unida de Camerún. El centralismo se agrava con su sucesor, Paul Biya, quien divide la región en dos provincias, la Noroeste y la Suroeste, y pocos meses después, en 1984, cambia el nombre del país a República del Camerún y elimina de la bandera a la estrella que representaba a la parte anglófona.
Con la adopción del multipartidismo en diciembre de 1990, las elites anglófonas, que bien se habían mantenido en silencio o bien se habían adherido al partido único, como fue el caso de John Ngu Foncha y Solomon Tandeng Muna, levantan la voz. Nace el Frente Social Democrático (SFD), encabezado por John Fru Ndi, con vocación de partido nacional, que reclama el federalismo; y se organiza el All Anglophone Congress, que rechaza el referéndum del 1972 y aboga por la secesión.
A pesar del resurgimiento del “problema anglófono” en los 90, el presidente Biya se muestra intransigente. En las elites francófonas, tampoco se acaban de entender las reivindicaciones anglófonas, como pone de manifiesto un intelectual de referencia, Achille Mbembe, quien en una tribuna en el diario Le Monde reconoce la marginación pero arremete contra el proyecto secesionista “identitario”, formulado “en el interior de un paradigma puramente colonial”.
Aunque en la Constitución de 1996 se concede un cierto margen de autonomía a las diez regiones, “colectividades territoriales descentralizadas” (dos anglófonas), el “problema anglófono” se encuentra enquistado cuando los maestros, convocados por la Cameroon Teachers Trade Union van a la huelga en octubre del 2016. Como escribe la profesora Nadine Machikou, del “problema anglófono” se pasa a la “crisis anglófona” por la represión y la negativa del Gobierno a negociar.
La brutal actuación de la Batallón de Intervención Rápida, denunciada por las organizaciones de derechos humanos, y la inacción gubernamental radicalizan un movimiento anglófono que presenta divisiones, tanto étnicas, entre el norte y el sur, como políticas, entre federalistas y secesionistas, de acuerdo con International Crisis Group. El Frente Social Democrático, cuyo candidato Fru Ndi obtenía buenos resultados electorales en las regiones francófonas, pierde protagonismo por su moderación mientras que los secesionistas, alentados por la diáspora instalada en Nigeria, ganan fuerza, y dan un paso simbólico: proclaman la independencia de Ambazonia el 1 de octubre de 2017. Al mismo tiempo, muchos jóvenes, que se llaman a sí mismos “ambaboys”, atacan edificios del Estado, cometen excesos, también denunciados, e incluso llegan a retener por unas horas al propio Fru Ndi y a Christian Tumi, arzobispo emérito de Duala.
Ante la insumisión generalizada de las dos regiones (una quinta parte del territorio), Biya no propone más que un diálogo nacional, inoperante, y la creación de la Comisión Nacional para la Promoción del Bilingüismo y Multiculturalismo. A pesar de que atenaza a la oposición –el candidato que se le enfrentó en las presidenciales de 2018, Maurice Kamto, ha pasado por la cárcel–, Biya cuenta con el apoyo de las capitales occidentales, sobre todo de París y Washington. En el conflicto “anglófono”, recibe el respaldo de Nigeria, cuyos dirigentes le entregaron en enero del 2018 a Sisiku Julius Ayuk Tabe, “presidente” de Ambazonia. Una vez en Camerún, Ayuk Tabe fue condenado a cadena perpetua. Incluso el Fondo Monetario Internacional (FMI) le elogia por la contención del gasto público. Camerún, la mayor economía de la Comunidad Económica y Monetaria del África Central (CEMAC), produce unos 95.00 barriles de petróleo al día, en gran parte en las regiones anglófonas.
Pese al fracaso de una anterior mediación de Suiza hace dos años, el Vaticano lo intenta, al enviar a finales de enero a Bamenda, la capital rebelde, al secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin. Una muestra del apoyo a las gestiones del arzobispo de Bamenda, Andrew Fuanya Nkea, muy respetado, tanto por los secesionistas como por el Gobierno camerunés.
En realidad los paises africanos hace mucho que tienen problemas creados por ellos mismos, por su endemica corrupcion y luchas fratricidas, muchas de ellas anteriores a la era colonial y al comercio de esclavos que organizado por arabes y occidentales pero tambien por los propios africanos. Culpar al pasado colonial de los males actuales solo encubre la incompetencia de muchos gobernantes africanos y sus desafortunadas aventuras economicas algunas socialistas y otras pro occidentales, pero en ambos casos con rampante corrupcion y dinastias familiares o tribales. Culpar en Africa de 2021 al pasado por sus calamidades actuales solo perpetua a los autocratas y el victimismo esteril.