En noviembre de 2007, el European Council on Foreign Relations (ECFR) condujo una auditoría de las relaciones entre Rusia y la Unión Europea. Clasificó los Estados miembros de la UE en cinco grupos, según su simpatía u hostilidad hacia el vecino ruso. Estaban los nuevos guerreros de la guerra fría (Lituania y Polonia), con una relación abiertamente hostil hacia Moscú, y dispuestos a usar el veto para bloquear negociaciones con Rusia. Luego, los pragmatistas fríos (República Checa, Dinamarca, Estonia, Irlanda, Letonia, Países Bajos, Rumania, Suecia y Reino Unido), centrados en los negocios y con menos miedo que otros a denunciar el comportamiento ruso en materia de derechos humanos u otros campos sensibles. Seguidos de los pragmatistas amigos (Austria, Bélgica, Bulgaria, Finlandia, Hungría, Luxemburgo, Malta, Portugal, Eslovaquia y Eslovenia), que mantenían una relación estrecha con Rusia y estaban dispuestos a poner sus intereses económicos por encima del resto. A continuación, los socios estratégicos (Francia, Alemania, Italia y España), que disfrutaban de una “relación especial” con Moscú que en ocasiones minaba políticas comunes europeas. Por último, los caballos de Troya (Chipre y Grecia), que habitualmente defendían los intereses rusos dentro de la UE y estaban dispuestos a vetar posiciones comunes.
Estos cinco grupos tendían hacia dos grandes políticas contrapuestas. Por un lado estaban quienes veían a Rusia como un socio potencial que podía ser atraído a la órbita europea a través de un proceso de integración “encubierta o paulatina”. Por otro, aquellos Estados miembros que consideraban a Rusia una amenaza, cuyo expansionismo y desdén democrático debían ser combatidos mediante una política de “contención suave”.
Más de siete años después, las relaciones entre la UE y Rusia han llegado a un punto que ni los halcones polacos y lituanos de entonces habrían imaginado. Tras el estallido del conflicto en Ucrania y la posterior anexión rusa de Crimea, la UE no solo ha roto relaciones con Rusia, sino que ha sometido a Moscú a un régimen de sanciones que ha colaborado en la caída en recesión de la economía del país. A la luz de la nueva realidad, ¿sigue teniendo sentido la clasificación antes citada? ¿O cabría calificar a todos los Estados miembros de la UE, hoy día, como guerreros de una nueva guerra fría? ¿Tenía razón George Kennan cuando dijo que Rusia solo puede tener en sus fronteras “vasallos o enemigos”?
El caso griego
El debate ha vuelto a la palestra con la llegada al poder en Grecia de un gobierno que muchos tildan de prorruso. Como explica Javier Morales en eldiario.es, además de vínculos culturales e históricos –cristianismo ortodoxo–, existen importantes lazos comerciales entre ambos países. Rusia es el principal exportador a Grecia, por encima de Alemania, y le suministra dos tercios del gas natural que consume. Las sanciones y contrasanciones entre la UE y Rusia han dañado seriamente a la ya maltrecha economía griega, lo que explicaría, en parte, la oposición de Atenas a nuevas sanciones. Pero “el mayor riesgo de actuar como ‘caballo de Troya’ ruso lo puede representar no tanto Syriza –que ya está mostrándose más pragmática desde que ocupa el gobierno– como su socio de gobierno ANEL: su populismo nacional-patriótico y xenófobo crea un lenguaje común con Moscú”, afirma Morales.
Ese pragmatismo pudo apreciarse en la reunión de los ministros de Asuntos Exteriores de la Unión para tratar las nuevas sanciones a Rusia tras la última escalada bélica en Ucrania. En el acuerdo alcanzado de manera unánime, los griegos al final “borraron algunas palabras, pero eso no es gran cosa”, confesó Linas Linkeviciuis, ministro de Exteriores lituano. Federica Mogherini, la alta representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, explicó que al tiempo que los griegos “se mantenían en sus posiciones, su actitud fue extremadamente constructiva”.
En las tripas del caballo
La propia Mogherini ha estado bajo sospecha, debido a su apoyo durante su estancia al frente del ministerio de Exteriores de Italia al hoy fallido gasoducto South Stream de Gazprom. Pero parece ser agua pasada. No puede decirse lo mismo del gobierno de Hungría, calificado por Joschka Fischer, exministro de Exteriores alemán, como primer “ente putinista” de la UE. Viktor Orban, primer ministro húngaro, no oculta sus simpatías por Vladimir Putin, al tiempo que promueve un “nuevo consenso posliberal” en la UE tomando como referentes a Rusia, Singapur, China y Turquía.
Letonia, que durante este primer semestre de 2015 ejerce la presidencia de la UE, tampoco se libra del abrazo del oso. En las elecciones del pasado octubre, la formación rusófila Armonía volvió a ganar las elecciones. El líder de Armonía y alcalde de Riga, Nils Ushakov, carismático político de etnia rusa, reivindicó su derecho a formar gobierno, pero el presidente letón, Andris Berzins, descartó esa posibilidad por el rechazo que Armonía suscitaba entre el resto de partidos. El gobierno continuó en manos de la coalición tripartita oficialista encabezada por la primera ministra Laimdota Straujuma.
Durante la campaña electoral, Ushakov dijo que acercarse a Putin era “lo mejor que podía hacer Letonia” y prometió convocar un referéndum para convertir al ruso en la segunda lengua oficial del país. La minoría rusófona letona representa casi el 25% de la población, mientras que en Estonia ronda el 26% y en Lituania en torno al 6%.
Debido a que el gobierno letón considera el periodo soviético como una ocupación, los residentes cuyos ascendentes no vivían en el país antes de 1940, la gran mayoría rusos, tienen que aprobar un examen de lengua e historia letona para acceder a la ciudadanía. Lo explica que Letonia tenga unos 282.000 apátridas, más del 10% de la población.
Una tercera parte del medio millón de rusos étnicos no tiene ciudadanía letona –y por tanto comunitaria–, por lo que no pueden votar ni trabajar en la administración pública. Konstantin Dolgov, ministro ruso de Derechos Humanos, ha advertido que la discriminación de los rusos étnicos en Letonia puede tener “consecuencias desafortunadas y de largo alcance”.
Una cosilla, la población etnicamente rusa en Lituania es bastante menor que ese 25% – 30% del que habla el artículo. De hecho, creo que la minoría polaca es más numerosa.
Sí, tienes razón. Corregido, ¡muchas gracias!