Las décimas elecciones legislativas y municipales en El Salvador después de la firma del Acuerdo de Paz se desarrollaron en un ambiente de tensión, inequidad y fuerte desconfianza hacia los partidos políticos. Los actos de corrupción cometidos por prominentes figuras de los partidos tradicionales han pasado una alta factura al pluralismo político. La poca atención de unos en atender situaciones de desigualdad e injusticias y el descuido de otros al no ser eficaces en la ejecución de programas para disminuir la pobreza e inseguridad constituyeron factores que minaron la confianza de los ciudadanos y alimentaron el hartazgo hacia la clase política. Esta democracia sin resultados abrió las puertas para el inicio de un proyecto en el que la ideología y el marco referencial de análisis se han intercambiado por la figura de un líder fuerte.
El giro de la dinámica política del 3 de febrero de 2019, con la irrupción histórica de Nayib Bukele y su llegada al poder, empezó a dibujar un mapa distinto al que se vivió en los últimos 30 años. Desde el 1 de junio de 2019, con la toma de posesión de Bukele como presidente, este inició el camino para ampliar el poder logrado y llevarlo hasta el órgano legislativo y los gobiernos locales. En este sentido, la campaña de los comicios de 2021 arrancó hace 21 meses, a pesar que el banderillazo oficial fue el 27 de diciembre de 2020. Y con solo dos actores en contienda: Bukele, su partido Nuevas Ideas y sus aliados, y el resto de los partidos políticos en la oposición.
En la contienda, los candidatos del partido oficial no desempeñaron un papel determinante en la formación de las preferencias electorales. La consigna de Nuevas Ideas fue lograr más diputados para apoyar los proyectos del gobierno. “Vota por la N de Nayib Bukele” fue el slogan para influir en la intención del votante. Incluso los aliados más cercanos, GANA y Cambio Democrático, se sumaron al uso de la figura presidencial para captar votantes. El posicionamiento de la marca y no de sus aspirantes fue la estrategia a seguir. Los partidos tradicionales hicieron lo contrario, privilegiaron los rostros, especialmente los nuevos, y se alejaron de los símbolos y colores partidarios. La intención fue desmarcarse de una imagen desgastada que arrastra problemas de desprestigio y confianza.
El magnetismo del mandatario, su capacidad de dominar la agenda pública, un oportuno engranaje comunicacional y la disponibilidad de fondos permitieron que la campaña se inclinara a su favor. Una importante inversión de recursos mostró un claro desequilibrio a la hora de cuantificar la propaganda electoral. De acuerdo con un informe de Acción Ciudadana, durante el período oficial de campaña el 71% del gasto en propaganda electoral correspondió a Nuevas Ideas. Esto se agudizó por la falta de entrega de dinero público a los partidos políticos, por decisión del ejecutivo a través del ministerio de Hacienda. La justificación de dicha acción fue la priorización del gasto público debido a la pandemia del Covid-19. Los partidos tradicionales también se enfrentaron con problemas de liquidez y sostenibilidad financiera, acarreando deudas anteriores, lo que limitó su capacidad de promoción y difusión de sus mensajes. Todos estos elementos configuraron una de las campañas más desiguales desde la firma del Acuerdo de Paz.
Un proceso electoral cuestionado desde arriba
El debilitamiento de la institucionalidad electoral fue uno de los factores más críticos durante la campaña. Este se basó en la construcción de una narrativa que ponía en duda la transparencia e imparcialidad del proceso y de la actuación del Tribunal Supremo Electoral. Apoyados en la ventaja que estimaban todas las encuestas, el presidente, su partido y sus funcionarios más cercanos adelantaron una victoria arrasadora a favor de Nuevas Ideas, explicando que solo se vería frenada por un escenario de fraude.
El 28 de febrero, la jornada se desarrolló con normalidad y sin connatos de violencia. Pero sí se registraron aspectos que dificultaron el proceso. La apertura de los centros de votación sufrió retrasos, en algunos casos por más de dos horas. Los problemas se relacionaron con dificultades en la entrega de credenciales para algunos miembros de la mesa. Una vez superada la instalación de las Juntas Receptoras de Votos, en el proceso específico de ejercicio del sufragio se observó el cumplimiento de los protocolos de bioseguridad por Covid-19. Además, se facilitó el voto a mayores, mujeres embarazadas y personas con alguna discapacidad, con el objetivo de reducir su tiempo de exposición ante un posible contagio por coronavirus. Sin embargo, se observó poco distanciamiento social a la entrada de los centros de votación.
Durante la tarde, la conferencia de prensa de Bukele terminó en una solicitud del presidente a votar por los candidatos del partido oficial. Su aparición ante los medios fue similar a lo que sucedió en 2019, cuando siendo candidato pidió el voto. El llamado, que violaba el Código Electoral, fue denominado por el presidente #OperaciónRemate. El Tribunal Supremo Electoral (TSE) ordenó el inicio de un proceso sancionador por presunta infracción de difusión de propaganda electoral fuera del período de campaña.
Más de cinco millones personas estaban habilitadas para ejercer el sufragio. Los centros de votación a lo largo del país mostraron largas colas. Al cierre de la jornada, el TSE estimó una participación electoral del 51%, un dato similar al de 2019 y superior en cinco puntos porcentuales al proceso de 2018. De confirmarse la tendencia observada, se habría roto un comportamiento de retroceso en el indicador de participación electoral registrado desde hace cinco elecciones. Esto plantea una lectura posterior más profunda sobre los factores que movilizaron al electorado bajo una pandemia en donde el distanciamiento físico no favorecía la afluencia a las urnas.
Fuente: El Mundo
Al cierre de este artículo y con el 90,36% de actas escrutadas para las elecciones legislativas, Nuevas Ideas logró el 58% de los votos válidos, más el 8,5% producto de la coalición con GANA; Arena alcanzó el 12,2% (incluidos los votos en coalición); el FMLN, el 6,9%; GANA, el 5,4%; el PCN, el 4% (incluidos los votos en coalición); el PDC, 1,7%; Nuestro Tiempo, 1,7%; Vamos, 1%, y los otros contendientes suman el 0,7%.
Los datos muestran una estrepitosa caída de la base de electores de los partidos tradicionales. Nuevas Ideas se consolida como primera fuerza política, con mayoría dentro de la Asamblea Legislativa.
El período electoral 2021-24 confirma así el inicio de un nuevo ciclo en El Salvador, con importantes repercusiones dentro del sistema de partidos y del sistema político. Mientras que el capital político de Bukele le ha permitido ampliar su poder y asegurar la gobernabilidad durante sus últimos tres años de gestión, los partidos tradicionales, a pesar del deterioro de su caudal electoral, siguen sin escuchar el reclamo de sus bases, sin reconocer errores y sin replantear su futuro.