Zbigniew Brzezinski acabó su pasmosa vida el 25 de mayo, en Virginia, cerca de Washington, a los 89 años. Abandonó su patria varsoviana, Polonia, tras la llegada al poder en Alemania de un tal Adolf Hitler. Tendría que esperar hasta 1958 para obtener la nacionalidad estadounidense. Años después, ZB hizo su tesis sobre el totalitarismo soviético, una de las marcas que comprometerían su vida. Ese ejercicio de hostilidad le valió, cree Gilles Paris en Le Monde, una marca de halcón, mientras el caballeroso Cyrus Vance representaba a la paloma.
“La crisis del poder global es la consecuencia acumulativa de un cambio del centro de gravedad mundial desde el oeste hacia el este, de la emergencia acelerada del fenómeno del despertar político global, y del dudoso desempeño americano tanto en lo interior como en lo internacional desde su emergencia hacia 1990 como única superpotencia mundial”.
“El mundo es ahora interactivo e interdependiente. Un mundo en el que los problemas de supervivencia humana han empezado a eclipsar los conflictos internacionales tradicionales, [y en el que] la creciente influencia de China y otras potencias como Rusia o India incrementa la probabilidad de conflictos y da muestra de la dispersión del poder geopolítico”.
“La auto-revitalización de América es ahora más crucial que nunca, [pues] únicamente una América dinámica y activamente estratégica, junto a una Europa unida, pueden conjuntamente promover un Occidente más poderoso y vital, capaz de proyectar su visión de los derechos humanos”.
Son solo algunos ejemplos de la clarividencia de este personaje clave de las relaciones internacionales del siglo XX y, por qué no, comienzos del XXI. Con permisa, claro está, de otro de los colosos del siglo pasado, Henry Kissinger. La relación entre ambos comenzó en 1966 y ya no cesaría hasta el día de su muerte. Una amistad intelectual que llevaría dentro de sí su propia fuerza entre dos polos. Hasta que ZB apostó, sin condiciones, por un desconocido, Barack Obama. Por aquellos años ZB ya se había convertido en el pensador del cambio: un liderazgo americano es conditio sine qua non para un orden mundial estable; si falla el primero, falla el segundo.
De la universidad a la política
ZB era aparentemente un señorito de buena familia. Su padre, diplomático polaco, había sido embajador en puestos destacados y el hijo –permítasenos decir– no tuvo vida propia hasta que en la universidad, primero de Montreal, después en Columbia y Harvard como doctor, empezó a destacar rompiendo los techos de varias aulas. Brzezinski fue llamado en 1960 como consultor de política exterior para la campaña presidencial de John F. Kennedy.
En líneas básicas, Zbig, como le conocían los amigos, dominó la escena que tenía ante él durante años tan pronto comenzaron los setenta.
Fundó, con David Rockefeller, la Comisión Trilateral que vinculaba de modo permanente –en el terreno cultural– a Norteamérica, Europa y Japón. El imperio japonés había crecido entre 1975 y 1995 desde un PIB de 500 millones a uno de 5.200 millones: un progreso sostenido y no poco espectacular.
Poco después, Jimmy Carter sería elegido presidente. Carter nombró de inmediato a un consejero de Seguridad Nacional: ZB. Estados Unidos mantenía una complicadísima situación de sobredependencia respecto de la URRS. Washington defendía los derechos humanos, el compromiso con los Estados de Europa oriental y el apoyo a los disidentes soviéticos. Brzezinski chocó desde el comienzo con Vance, secretario de Estado. Zbig era el halcón, Vance la paloma. Zbig sostenía que la distensión había envalentonado a los soviéticos, por ejemplo en Angola y en Oriente Próximo. Washington quería presionar con el arma de los derechos humanos.
Estos cuatro años fueron políticamente los más destacados del gran teórico del binomio repliegue-intervención. Surgió la idea de la fuerza de intervención rápida en el golfo Pérsico y surgió también la creación de un bastión fortificado en España, país básico en el mundo trasatlántico. Rota sería el símbolo de la presencia de los destructores americanos en las aguas ibéricas. A partir de Rota, se extenderían hasta el fondo del mar Negro o hasta los límites orientales del Báltico.
Irán fue otra pieza clave. Fue ZB fue quien durante la crisis de los rehenes de Irán, en noviembre de 1979, defendió ante Carter la necesidad de una misión de rescate. El presidente se inclinó por negociar la liberación de los 53 estadounidenses retenidos en Teherán durante 444 días. Tras la toma de la embajada americana, Vance se oponía a la misión de rescate: pensaba que crearía un choque entre el departamento de Estado y la Seguridad Nacional. Pero al fin Carter lanzó la llamada Operación Garra de Águila, misión que terminaría en un estruendoso fracaso que produjo la dimisión de Vance.