Hong Kong conmemora este año sus bodas de plata bajo soberanía china. Veinticinco años en los que la excolonia británica ha experimentado el poder del gigante asiático y su pérdida de influencia en Pekín. Una evolución que ha convertido prácticamente en papel mojado el acuerdo de “un país, dos sistemas” que Londres y Pekín firmaron para el traspaso de Hong Kong a China a partir del 1 de julio de 1997 y hasta 2047. Desde entonces, las decisiones adoptadas por el gobierno chino han ido cercenado la autonomía y dañando la reputación internacional del enclave.
La celebración de este año gozará de toda la pompa oficial. Contará con la presencia del presidente chino, Xi Jinping, se izarán las banderas de Hong Kong y China y se entonará el himno oficial. Un acto, en definitiva, que responde al deseo de Pekín de impulsar el patriotismo entre la población. La jornada ya no vivirá, en cambio, las manifestaciones que cada 1 de julio protagonizaban los hongkoneses para reclamar más democracia a Pekín y recordar su compromiso de organizar unas elecciones bajo sufragio universal. El gobierno chino las prohibió tras imponer una ley de seguridad nacional en 2020.
El Hong Kong de hoy poco tiene que ver con el del 1 de julio de 1997, cuando se arrió por última vez la Unión Jack, en presencia del príncipe Carlos de Inglaterra y el gobernador Chris Patten, y se izó la bandera china ante el entonces líder comunista Jiang Zemin. Desde aquellos días, la relación entre esta metrópolis y Pekín se ha ido deteriorando a medida que se intensificaba el auge económico de China y se imponía el criterio de sus líderes. Una situación que se ha consolidado en paralelo a la acumulación de poder por parte de Xi y que ha situado a Hong Kong en la vía para convertirse en otra urbe gris del paisaje chino.
«Para las élites financieras locales, resulta especialmente doloroso admitir que sus opiniones ya no son escuchadas como antes en Pekín»
En este sentido, es especialmente doloroso para las élites financieras locales admitir que sus opiniones ya no son escuchadas como antes en Pekín. Si en 1997 la economía de Hong Kong representaba casi el 19% de la china, en 2021 esa cifra se había reducido al 2,1%. Y si, a nivel político, el régimen comunista confió entonces en el rico armador local Tung Chee Hwa para dirigir a la excolonia, ahora Xi ha apostado por el antiguo jefe de la policía y protagonista de la violenta represión del 2019, John Lee Ka-chiu.
La situación de Hong Kong no se puede achacar, sin embargo, solo al auge económico de China y al autoritarismo de sus líderes. También han contribuido unos dirigentes locales incapaces de gestionar las demandas de una sociedad que pedía más democracia y unas élites acomodaticias preocupadas solo porque sus negocios fueran viento en popa. Un panorama que desembocó a mediados de la última década en un creciente malestar social, alentado por unas reformas políticas impulsadas por Pekín que ignoraban el sufragio universal y que subrayaba que la última palabra sobre la autonomía de Hong Kong la tenía el gobierno chino. Esta suma de factores provocó la Revolución de los paraguas en 2014 y las violentas protestas de 2019. La situación de caos dio a Pekín los argumentos necesarios para intervenir, poner orden y silenciar a las voces críticas.
Con su ofensiva legislativa y policial, el gobierno chino propició unos cambios irreversibles en la excolonia que atentaban contra su autonomía. Xi impuso la ley de seguridad en 2020, que ha permitido a la policía arrestar a 10.500 personas, y en 2021 reformó el sistema electoral para permitir que “solo los patriotas” sean elegibles. El resultado es que ahora todos los candidatos, así como todos los funcionarios y los jueces, deben identificarse como “patriotas” y jurar lealtad a la madre patria para poder desempeñar un cargo público.
Estas condiciones hicieron que el 8 de mayo de este año solo hubiera un candidato para suceder a Carrie Lam para liderar Hong Kong, y que los 1.500 miembros del Comité Electoral votaran unánimemente a Lee como su sustituto. Un resultado que el propio Partido Comunista Chino definió como “democracia con características de Hong Kong”.
«El Hong Kong de 2022 es mucho menos libre que el de 1997, más dependiente de Pekín, con libertades ciudadanas más restringidas y unos medios de comunicación críticos silenciados»
El panorama, en definitiva, arroja un balance magro, luctuoso, de los primeros 25 años del retorno de Hong Kong a la soberanía de China, al tiempo que esboza un futuro sombrío. El Hong Kong de 2022 es mucho menos libre que el de 1997, más dependiente de Pekín, con libertades ciudadanas más restringidas y unos medios de comunicación críticos silenciados. Una regresión que será difícil de enderezar dada la influencia del gobierno chino en la gestión de la excolonia y su voluntad de que participe en un vasto proyecto en el sur del país que abarcará 11 ciudades y que requerirá la integración financiera, tecnológica y cultural, además de la alineación política.
Para no ser engullida por el gigante asiático, Hong Kong solo dispone de una baza: ganar la batalla educativa. Un combate desigual porque Pekín ya ha impuesto que la enseñanza sea más patriótica y presiona para que se imparta la historia china y se aprenda a valorar a la madre patria. También ha logrado eliminar un curso de graduación liberal y que se expulsara a los profesores que participaron en las protestas de 2019. A todo ello se suman ceremonias de izamiento de banderas en las escuelas y universidades, así como el canto del himno nacional en los eventos.
Sin embargo, la batalla se presume larga. Doblegar el espíritu liberal de Hong Kong no será fácil. Como advirtió en su día el viceprimer ministro chino Qian Qichen, responsable para asuntos de Hong Kong en los años noventa: “El regreso físico de Hong Kong a China es una cosa, el regreso de los corazones y las mentes de los hongkoneses es otra muy distinta que tomará mucho más tiempo”.