Bitcoin: ¿revolución o burbuja?

 |  11 de diciembre de 2013

“Todo lo sólido se desvanece en el aire.” Karl Marx podría haber estado refiriéndose al dinero convencional frente a Bitcoin, la moneda virtual lanzada en 2009 y cuyo uso no hace más que ir en aumento. Se calcula que su número actual de usuarios está entre 100.000 y 500.000, y ya se emplea, con mayor o menor eficacia, en un creciente número de servicios: desde pizzas a viajes al espacio.

Al ser una moneda descentralizada, Bitcoin sobrepasa a cualquier institución nacional o internacional. Diseñada por el usuario o colectivo anónimo Satoshi Nakamoto, la moneda se emite a partir de la “minería” informática: la extracción de bloques de monedas a través de complejas operaciones matemáticas, llevadas a cabo en un entorno cooperativo en el que otros usuarios comprueban la veracidad de las respuestas. Sin duda un proceso fascinante para los amantes de la criptografía o los genios matemáticos en busca de tesoros virtuales, aunque de difícil comprensión para el común de los mortales, empezando por el autor de este artículo. El caso es que la producción de Bitcoins sigue un patrón deflacionista: está ligada a algoritmos de acceso público, y disminuye a medida que crece la demanda. Alcanzará un máximo de 21 millones de unidades en 2040. La moneda virtual permite transacciones inmediatas, seguras, y relativamente anónimas entre sus usuarios, evitando la mediación de cualquier banco central. Es por eso que Bitcoin y su competencia (Ven, Litecoin, y Minichip, entre otros) constituyen la moneda perfecta tanto para libertarios como para criminales.

En estos últimos se centra la atención de los gobiernos americano y europeos en sus investigaciones sobre el uso y futuro de la moneda. El Senado estadounidense analizó en noviembre las promesas y riesgos de Bitcoin. Las primeras incluyen su función como reserva de valor; el lado oscuro consiste en su utilidad para financiar en internet todo tipo de actividades ilícitas, desde la pornografía infantil al tráfico de drogas. El caso más emblemático es el Silk Road, el portal de venta online de drogas que fue cerrado por el FBI en octubre –y abierto poco tiempo después. Ross William Ulbricht, su creador, acumulaba medio millón de bitcoins cuando fue detenido. La suma equivale a 26 millones de euros, el 5% de la circulación total de la moneda virtual.

También la Autoridad Bancaria Europea alertó, el pasado 13 de diciembre, de los peligros que conlleva la inversión en esta moneda. La razón es la volatilidad de su valor: la moneda, valorada en 7 dólares hace dos años, alcanzó los 266 en abril de 2013, y loa 1.200 a principios de diciembre.  Su valor total sobrepasó los 1.000.000.000 dólares, y llegó a utilizarse como un sustituto del euro durante la crisis financiera de Chipre en marzo de 2013. Pero su precio cae con la misma facilidad con que sube. Las advertencias europeas, la prohibición de su uso a los bancos chinos, y un breve fallo en su sistema operativo han causado desplomes de hasta el 50% de su precio.

A pesar de las especulaciones de que algún día pueda desplazar al dinero tradicional y usurpar el poder de los bancos centrales del mundo, Bitcoin aún está verde. Alan Greenspan, antiguo presidente de la Reserva Federal, considera la moneda una burbuja –aunque no sea el más indicado para calificarla como tal. Existen dudas sobre la viabilidad del proceso de extracción de bloques, potencialmente vulnerable a que un grupo de mineros se juntan para amañarlo. Por encima de todo, y como señala Matthew O’Brien, la tendencia deflacionista de Bitcoin la convierte en una inversión antes que una moneda eficaz. Es decir, en oro virtual. Pero al carecer de la estabilidad que caracteriza al metal precioso, Bitcoin resulta aún más inútil.

 

 

 

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