En su sensacional discurso ante la reunión conjunta de ambas cámaras del Congreso de Estados Unidos, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha reiterado sus conocidas tesis: el acuerdo que se está negociando con Irán le permitirá retener toda la infraestructura nuclear, de forma que podrá producir bombas atómicas sea cuando dicho acuerdo venza a los diez años de su duración, sea violando el acuerdo antes de ese plazo como hizo Corea del Norte, denunciando el Tratado de No Proliferación o escondiendo sus laboratorios como ha hecho con anterioridad. A esto hay que añadir que el supuesto acuerdo permitirá a Teherán continuar el desarrollo de misiles incluso intercontinentales. En cuanto al argumento de que un ataque militar no tendría más efecto que retrasar el programa nuclear iraní, señaló que este supuesto acuerdo conduciría al mismo efecto. En consecuencia, es necesario continuar y reforzar las sanciones económicas con la esperanza de que la vulnerabilidad de la economía iraní les obligue a conducirse “como un Estado normal”. Terminó su presentación con un apocalíptico “aunque nos quedemos solos seguiremos adelante”. No es necesario añadir que también supo reforzar sus argumentos con el recuerdo del Holocausto y citando a Moisés, Ester, el poeta americano Frost y con Elie Wiesel en la galería.
Barack Obama señaló, inmediatamente después, que el supuesto acuerdo aún no existe. Netanyahu se refirió a las noticias que de la negociación han salido incluso en Google. Los israelíes están furiosos porque los americanos se han negado a informarles de los detalles de la misma. Nadie ha negado, sin embargo, los términos sobre los que se basó el primer ministro israelí, como consta además en las mismas declaraciones que periódicamente ha dado el secretario de Estado, John Kerry, a la prensa.
Netanyahu no ha dicho nada nuevo, en realidad, pero su discurso va a tener grandes consecuencias. Al aceptar la invitación de los republicanos, pasando por encima del presidente, ha politizado irremediablemente la cuestión. Ante todo, respecto a las relaciones de Israel y EE UU, al antagonizar de manera tan grosera al mismo Obama, y con él a buena parte de la opinión americana que ha visto mal tanto que trate así a su presidente como que un extranjero venga a ingerirse en su política. Ha puesto además en evidencia la desmedida influencia que tiene Israel sobre la política americana. Por todo ello, ha divido a los propios judíos americanos, con el telón de fondo de las elecciones israelíes del 17 de marzo. Quienes conocen a Netanyahu saben que cree a fondo en sus tesis contra Irán, pero no es menos cierto que ha aprovechado deliberadamente la ocasión para presentarse en Israel como el campeón de los judíos en el mundo entero (los atentados de París y Copenhague le han venido de perillas) y el más valiente defensor del Estado judío (ni una palabra sobre los palestinos).
En segundo lugar, las negociaciones con Irán están ahora a merced del enfrentamiento entre republicanos y demócratas; y más aún, está dividiendo a los mismos demócratas, puesto que muchos tienen las mismas dudas que Netanyahu, como el influyente senador Bob Menéndez, que ha preconizado mayores sanciones, y solo a petición del presidente las ha prorrogado hasta que terminen las negociaciones. Aunque no ha dicho nada nuevo, la sensacionalidad de su discurso ha despertado el interés de una opinión que hasta ahora ni se había interesado mayormente ni conocía los extremos de unas negociaciones secretas y esotéricas. Se puede decir que para una gran mayoría el discurso de Netanyahu ha sido la primera vez que se enteran de lo que está ocurriendo. Los argumentos del primer ministro israelí, presentados con una retórica realmente fantástica, son por otro lado muy del gusto de los americanos: al pan pan y al vino vino, y si los iraníes no se portan bien ¡que les den duro!
Es difícil predecir qué consecuencias tendrá el discurso respecto a las propias negociaciones que se están desarrollando en Ginebra en estos días. Es posible, piensan los optimistas, que estimule a iraníes y a americanos a conseguir un acuerdo que hasta ahora no han podido alcanzar. Pero la mano de los americanos se verá ahora muy restringida respecto a las concesiones que puedan ofrecer, ahora que los “halcones” en Washington han visto tan fuertemente refrendado su bélico escepticismo. Igualmente reforzados se verán los “halcones” en Teherán al ver hasta qué punto está EE UU sometido a la férula de Israel.
Yendo más allá, ¡qué desgracia que EE UU se vea ahora tan identificado con Israel ante el mundo entero, y sobre todo en el mundo islámico! Pocos serán los que comprendan que la realidad es muy diferente, y que el éxito del primer ministro israelí haya sido más bien la consecuencia de un enfrentamiento político de carácter puramente doméstico. También les costará mucho a los países opuestos a Irán, como Arabia Saudí y los suníes del golfo pérsico, aceptar que coinciden en todo con los argumentos israelíes.
Por Jaime de Ojeda, profesor de la Universidad de Shenandoah, Virginia, colabora regularmente en Política Exterior.
[…] También tendrá que hacer frente al contexto regional de inseguridad y extremismo yihadista generado por el ascenso del Estado Islámico/Daesh y por los intentos del Yabhat Al Nusra de hacerse con posiciones en el lado sirio de los Altos del Golán, pero sin permitir tampoco que el vacío de poder sea ocupado por Hezbolá. Igualmente deberá buscar una salida a la crisis permanente que vive la franja de Gaza, que según los analistas podría conllevar la puesta en marcha de una cuarta y definitiva campaña militar contra Hamás (salvo que milagrosamente se imponga la diplomacia). Y por supuesto tendrá que encontrar la estrategia adecuada a seguir en el caso de que el Grupo 5+1 alcance un acuerdo con Irán sobre su programa nuclear, uno de sus principales estandartes de campaña. […]
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