Una vez al año, el mundo musulmán cambia por completo. Durante un mes la vida cotidiana se transforma, las calles se ven distintas e incluso la gestión política cambia de rumbo. Treinta días dedicados a la oración, a la fe, al ayuno. Un movimiento que se ha expandido por todo el globo impulsado por casi 2.000 millones de personas. Es el Ramadán.
Las claves del Ramadán
Según la tradición musulmana, los primeros versos del Corán fueron revelados a Mahoma el noveno mes del calendario musulmán, guiado por los ciclos lunares. Se convierten así estas semanas en una época de purificación y reencuentro con Dios. El mes del ramadán comienza cuando aparece la última luna del octavo mes, shaabán, y concluye a los treinta días. Al ser un calendario lunar, suelen existir diferencias horarias e incluso de días en el comienzo entre los países que lo celebran. Ocurre además que al tener el calendario musulmán menos días, cada año empieza once días antes según el calendario gregoriano.
Entre la primera y la última luz del día, se debe guardar ayuno, uno de los cinco pilares del islam: no se debe comer, beber o tener relaciones sexuales. Ni siquiera está permitido perfumarse y las palabras y los gestos tienen que ser moderados. La celebración del ramadán es obligatoria para cualquier musulmán adulto, hombre o mujer, que se encuentre sano. Existen excepciones. Enfermos mentales, ancianos o mujeres embarazadas no deben hacer el ramadán aunque pueden compensarlo posteriormente o con donativos. Está prohibido que la mujer durante la menstruación ayune por lo que deberá alargar el ramadán. No es obligatorio para los menores de edad, pero sí recomendable para que adquieran la costumbre.
El ayuno o sawn significa purificación, reencuentro. En el Corán se recoge que “cualquiera que ayuna durante el ramadán con imán (fe) y busca su recompensa de Allah solamente, tendrá sus pecados pasados perdonados”. Para compensar las malas acciones durante el resto del año, el ayuno debe ser exigente y debe entenderse también como un ayuno moral: se debe producir la abstención de cualquier acto, palabra o pensamiento que no sea moral. Aquel que siga el ramadán debe aumentar su generosidad durante el mes y dedicar más tiempo a la lectura del Corán. El ayuno es, por tanto, religioso, mental y moral. Al finalizar el mes se celebra el Aid el Fiar, con una oración de ruptura de ayuno y la limosna a las personas más necesitadas.
No solo religión
El Ramadán, y su principal cimiento, el ayuno, tiene grandes implicaciones en la vida diaria. Especialmente cuando su celebración coincide con el verano, como está ocurriendo estos años. En 2016, las horas sin sol suponen menos de siete horas, donde los musulmanes se dedican a romper el ayuno y vivir en comunidad. Esto, unido a la dificultad del ayuno a temperaturas tan altas, supone un descenso de la productividad y muchos asuntos de gobierno se paralizan. Excepto centros comerciales y tiendas de alimentación, la mayoría de establecimientos permanecen vacíos y modifican sus horarios para poder estar con sus familias al llegar el iftar (la primera comida que rompe el ayuno).
Paradójicamente, los niveles de consumo aumentan en estos días. Se compra casi el doble de alimentos pues, al contrario que por el día, no está bien visto que el musulmán pase hambre por la noche. En el Corán se recoge “comed y bebed hasta que a la alborada pueda distinguirse un hilo blanco de uno negro”. El consumismo es ya una característica del Ramadán –segunda fuerza consumista tras la Navidad– e incluso se mueven grandes campañas de publicidad. Se adapta incluso la televisión, donde se reservan contenidos para esta época, dado que su uso bate récords.
La dimensión política es muy importante para algunos países, como puede ser Pakistán, creado en 1947 en el mes del Ramadán. Además, estas semanas pueden agudizar las crisis económicas y resultar completamente inmanejables para los gobiernos.
Aunque el Ramadán sea ahora un movimiento mundial muy potente, lo cierto es que adquirió esta importancia durante los años setenta, gracias a la expansión que vivió Arabia Saudí tras la crisis del petróleo. La observancia estricta del Ramadán era voluntaria hasta entonces. Sin embargo, en los últimos años, en Egipto se ha llegado a penar a los que rompieran el ayuno durante días e incluso en Indonesia se ha castigado con flagelación. Esta expansión tiene otras consecuencias negativas casi inevitables. Se proclaman la solidaridad y la paz pero la guerra ha sido un eje más. Como ejemplo, la guerra contra Israel de 1973 es conocida en muchos países árabes como la guerra del Ramadán. En Irak, la violencia sectaria aumenta durante este mes. Por supuesto, puede ocurrir lo contrario. Como en la batalla de Tora Bora, cuando los afganos solicitaron poder romper el ayuno con sus familias.
Lo más preocupante, sin duda, es que el Ramadán sea utilizado por los grupos yihadistas. Estos se han beneficiado del aumento de la solidaridad en esta época, sin que los donantes sean conscientes de ello. Además, al crecer el sacrificio religioso por parte de los musulmanes, resulta más fácil conseguir voluntarios para unirse a las filas terroristas. Sin olvidar, que su forma de “celebrar” el Ramadán consiste en llevar a cabo un mayor número de ataques.
El Ramadán en Occidente
Existen casi 50 millones de musulmanes viviendo en occidente, donde una cultura completamente distinta dificulta la correcta celebración del Ramadán. En España, donde habitan alrededor de 1,8 millones, ya en 1992 se permitió la flexibilización de horarios. Otros países europeos así como Estados Unidos también permiten acabar la jornada laboral antes. En lugares con gran latitud, como pueden ser Alaska o Finlandia, se permite que los musulmanes sigan el horario de ayuno de la Meca.
Los musulmanes no son los únicos ni los primeros en establecer periodos de ayuno en sus doctrinas. Pero sí se ha convertido en la mayor religión que lo establece como un firme pilar. El Ramadán es una época de reconciliación y purificación que mueve a un gran porcentaje de la población cada año. Sin embargo, su enorme dimensión y su falta de control podrían convertir un momento de celebración en lo contrario.