Una minoría es, según ACNUR, un “grupo étnico, religioso o lingüístico, menos numeroso que el resto de la población, cuyos miembros comparten una identidad común”. Es difícil establecer una definición ampliamente aceptada debido a las diferentes situaciones que viven las minorías. Pero lo que está claro es que el término “minoría” al se refiere la ONU está relacionado con los derechos humanos de estas comunidades.
Se trata de grupos no dominantes en las esferas económicas y políticas de sus países, cuya identidad propia difiere de la de la población mayoritaria. Por ello, su vulnerabilidad es más alta. La historia avala múltiples situaciones en las que las minorías han sido objeto de discriminación, exclusión social o incluso intento de exterminio.
Uno de los instrumentos más importantes que tienen las minorías es la Declaración sobre los derechos de las personas pertenecientes a minorías nacionales o étnicas, religiosas y lingüísticas de la ONU, que busca poner fin a su discriminación mediante la promoción de normas de derechos humanos que las protejan. Existen tres principios a destacar: la no discriminación, la protección de la identidad por parte de los Estados, y la participación efectiva en la vida social.
Peoples under Threat es un ranking que anualmente elabora la organización Minority Right Group, y que señala los países del mundo en los que el riesgo de las minorías es mayor. En 2015, si bien África destaca, en Asia se dan varias situaciones de peligro. La más llamativa es la de Birmania, que ocupa el octavo puesto. Y no sorprende. En las últimas semanas, el mundo ha puesto sus ojos en el mar de Andamán y el estrecho de Malaca, donde miles de migrantes han sido abandonados por sus traficantes en medio del mar.
Minorías étnicas y religiosas en el sur de Asia
El sur de Asia tiene una rica herencia cultural manchada por la violencia política, las tensiones étnicas, la persecución religiosa y las violaciones de derechos humanos. Birmania tiene probablemente la diversidad étnica más rica del continente, tras más de 2.000 años de migraciones y mestizaje. Dos tercios de la población pertenecen a la mayoría bamar, que convive con más de 130 etnias minoritarias. La creciente hostilidad hacia la comunidad musulmana en este país está alimentada por la retórica budista, y ha provocado uno de los mayores éxodos de la región. Los abusos más graves han sido contra la etnia rohinyá, en la provincia de Rakhine. Esta comunidad, no reconocida por el gobierno, está siendo víctima de un apartheid definido por algunos como “limpieza étnica”.
Las tensiones étnicas y religiosas llevaron a Sri Lanka a una guerra civil entre tamiles y cingaleses. Seis años después, todavía no se ha construido la unidad y los tamiles siguen siendo una minoría en riesgo de exclusión. En este mosaico de religiones y etnias, donde la mayoría es budista y cingalesa, ahora hay agresiones hacia la minoría musulmana (un 9%). Filipinas es también étnica y religiosamente variada, con un 90% de cristianos frente a un 10% de musulmanes. Una larga guerra con raíces étnicas y culturales en la isla de Mindanao, de mayoría musulmana, terminaba con un acuerdo de paz en 2014, pero dejaba miles de muertos y refugiados en una de las zonas más pobres del país.
En Bangladesh, las diferencias étnicas han sido fuente de conflictos constantes. Los bengalíes son el grupo étnico mayoritario (98%) frente a otras etnias minoritarias (2%). La trata de personas y la inmigración ilegal es un problema persistente relacionado con la intolerancia étnica y religiosa. Otro drama es el de los hmong en Laos. Después de que el comunismo triunfase en el país, empezaron a ser perseguidos (por haber apoyado a Estados Unidos en la guerra de Vietnam) y tuvieron que reubicarse en diferentes países, un proceso que nunca terminó y que los mantiene como refugiados. Y en el sur de Tailandia, la violencia religiosa entre budistas y musulmanes es un problema que existe desde hace años.
La comunidad internacional empieza a despertar
Los conflictos étnicos del sur de Asia han recibido escasa atención internacional y apenas habían aparecido en los medios. Ha hecho falta un naufragio de cientos de personas para que el mundo comience a prestarles la atención que merecen.
Los rohinyá no son reconocidos como birmanos, sino que se les considera inmigrantes de Bangladesh (por eso les llaman bengalíes). En muchas ocasiones, a los miembros de ciertas minorías se les niega la ciudadanía por sus características culturales, étnicas o religiosas. Esta práctica es contraria al derecho internacional, en concreto a la Convención para reducir los casos de apatridia, de 1961. Apátridas en su propio país, a pesar de haber vivido allí varias generaciones, carecen de libertad de movimiento, derecho a la educación y al trabajo. Su situación desesperada les está llevando a arriesgar su vida para huir a Malasia a través de Tailandia.
También han saltado las alarmas internacionales cuando el caso de los rohinyá se ha relacionado con el genocidio. Human Rights Watch advertía en 2013 a Birmania que pusiese fin a la “limpieza étnica” de esta minoría musulmana. En su informe All You Can Do is Pray, habla de “impunidad de delitos de lesa humanidad y crisis humanitaria” de grupos del estado de Arakan con la indiferencia y complicidad de las autoridades birmanas. Por otro lado, el internamiento forzado, las detenciones arbitrarias e incluso el control de la natalidad que ha impuesto el gobierno a esta comunidad son políticas que violan la Convención sobre el genocidio de 1948. La comunidad internacional debe actuar para prevenir y sancionar este tipo de delito. Aquí entramos en la responsabilidad de proteger, según la cual la comunidad internacional debe adoptar medidas para proteger a la población de un Estado si este no lo hace, ante delitos de genocidio, depuración étnica o crímenes de lesa humanidad, o la incitación a ellos.
Muchas minorías del sur de Asia encuentran grandes dificultades para hacer valer sus derechos, o son víctimas de persecución y discriminación. La crisis de los rohinyá puede ser la antesala de otros problemas futuros, pues la intolerancia religiosa y étnica está alcanzando límites peligrosos. El punto más crítico llega con el descubrimiento de fosas comunes en Malasia, que esconden un negocio internacional de tráfico de inmigrantes. En resumen, mafias que se aprovechan de una crisis migratoria creada por el gobierno birmano con su persecución a los rohinyá, y agravada por la indiferencia internacional, que los responsables de los países más afectados debaten el 29 de mayo en Bangkok.