¡Espléndida la ofensiva del presidente Barack Obama! En su discurso sobre el estado de la Unión, entró al ataque como si hubiese ganado las elecciones legislativas del pasado noviembre. Desde diciembre ha estado anunciando que iba a intentar hacer desde el ejecutivo todo lo que prometió en 2008 y que los republicanos no le han dejado hacer, empleando las prerrogativas que la Constitución de Estados Unidos le otorga para la puesta en marcha de las leyes. Como ahora, en el año y medio que le queda, no tiene nada que perder, Obama está dispuesto a emplearse a fondo. Y lo que no pueda alcanzar le servirá al Partido Demócrata como el “credo” de las elecciones de 2016.
El Partido Republicano ha aumentado su representación en la Cámara de Representantes y ganado escaños en el Senado, donde le falta aún los 60 votos necesarios para superar un filibusterismo. Dominan, por tanto, los presupuestos del Estado y aunque cerrar la administración, como han hecho en ocasiones anteriores, les ha demostrado que va en contra de su popularidad, pueden ciertamente cerrar la espita de las diversas ramas de la administración para derrotar las iniciativas del ejecutivo. Lo van a intentar ahora en febrero, cuando vence el presupuesto de la secretaría de Seguridad Nacional, de la que depende el cumplimiento de la Ley de Inmigración, para ver si pueden obligar al presidente a retirar las medidas que ha tomado para impedir la deportación de inmigrantes indocumentados que son padres de hijos de nacionalidad americana.
En diciembre los republicanos todavía emplearon el señuelo de una posible cooperación con el presidente, cuando le ofrecieron la aprobación de un presupuesto parcial que permitiría el funcionamiento de la administración durante un año, siempre que Obama aprobara la abolición de la regulación bancaria de los derivados financieros. El presidente aceptó el envite y la gran furia de sus correligionarios demócratas en el Congreso, porque al mismo tiempo los republicanos aceptaban aumentar el presupuesto de la agencia reguladora (que anteriormente se habían propuesto asfixiar presupuestariamente) y porque el sistema regulador se mantenía para otros sectores.
Esos paños calientes se han acabado. El discurso sobre el estado de la Unión fue precedido de filtraciones evidentemente gubernamentales para conseguir mayor impacto. Obama lanzó una serie de bombas, proponiendo un programa legislativo que se centra en cuestiones que incluso los conservadores e independientes consideran necesarias, aunque no les gusten: la reforma de la Ley de Inmigración, la reforma de la legislación fiscal, castigando a los paraísos fiscales y las exenciones injustificadas de los más ricos, la elevación del salario mínimo, la extensión del seguro médico, la igualdad de salarios para la mujer, la superación del estancamiento de las rentas de la clase media, la continua renovación de la economía mediante grandes inversiones en infraestructura, la investigación y la conservación del medio ambiente, aunque supongan le elevación de los impuestos sobre las actividades financieras de las rentas del 1% de la población.
Al mismo tiempo, Obama ha anunciado su firme resistencia, mediante el empleo del veto presidencial, a cuantos esfuerzos realicen los republicanos por enervar o reducir el seguro médico universal o la regulación de las emisiones contaminantes. El denominador común de sus propuestas es un llamamiento a la enorme masa de las clases medias, para que se den cuenta de cuánto los republicanos perjudican sus intereses y para que vean hasta qué punto los demócratas representan la verdadera unidad de la nación, por encima de la división de partidos. Obama ha logrado así plantear el debate político sobre sus propios términos y, aunque los republicanos podrán vencer con éxito en lo que les queda de la legislatura, los ha colocado contra un programa demócrata que será mucho más popular en 2016 que el perene “no”, que ha sido su única posición política en los últimos seis años.
Ante un embate tan certero, los republicanos se van a cebar en el talón de Aquiles de los demócratas: su debilidad en política exterior. Ya lo han iniciado al invitar al presidente de Israel, Benjamin Netanyahu, a exponer las tesis sobre Irán y los conflictos en Oriente Próximo ante el pleno del Congreso, y a proponer legislación destinada a elevar las sanciones contra Irán, pese a las advertencias y al ruego que ha hecho el presidente para que esperen unos meses para ver si las negociaciones con Teherán dan algún fruto en la próxima ronda prevista para junio. Los republicanos esperan, con bastante razón, que en estos asuntos se verán respaldados por una opinión nacional que no espera nada positivo de las negociaciones con los iraníes, ni en el desastre iraquí, la incertidumbre afgana y la tragedia siria.
Por Jaime de Ojeda, miembro del consejo asesor de Política Exterior.