Austria sobrevive, Italia se tambalea. ¿Y Europa? La resaca de las votaciones del 4 de diciembre –elecciones presidenciales austriacas, referéndum constitucional italiano– presenta un cuadro de incertidumbre para la Unión Europea. La extrema derecha cierra un 2016 ascendente con una derrota electoral, pero persistirá la inestabilidad económica y política en la zona euro.
La derrota de Norbert Höfer, candidato del ultranacionalista Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), supone un balón de oxígeno para una UE aún aturdida por el impacto del Brexit y la elección de Donald Trump. Con todo, Austria manda señales mixtas. Aunque ayer el margen de victoria del candidato europeísta y verde Alexander Van der Bellen es mayor que en mayo (53,3% del voto, frente a un 50,3% tan ajustado que el Tribunal Constitucional ordenó repetir los comicios ante la constatación de irregularidades), casi la mitad del país continúa apoyando la agenda de la extrema derecha.
El resultado de este avance ya se hace sentir. El gobierno austriaco, formado por una “gran coalición” entre socialdemócratas y conservadores, ha endurecido sus posiciones en materia de inmigración. Y las desavenencias políticas en el interior de su gabinete podrían forzar al canciller, el socialdemócrata Christian Kern, a convocar elecciones antes de que su mandato expire en 2018.
Italia: el siguiente dominó
Si el domingo Italia amanecía partida en dos, por la noche había tomado una decisión contundente. Con una participación del 65,5% y el 59,1% del voto pronunciándose por el No, el proyecto de reforma constitucional de Matteo Renzi se estrelló contra la voluntad de los electores. El primer ministro italiano admitió su derrota y, consistente con su decisión de atar el resultado de la consulta a su futuro político, presentó su dimisión. Tras tres años de gobierno del Partido Democrático, el país volverá a estar gobernado por un gobierno técnico, como lo estuvo entre 2011 y 2013.
A diferencia de Austria, Italia desafía una lectura simple de un centro político asediado por la extrema derecha. La reforma de Renzi pretendía modificar 47 de los 139 artículos de la Constitución de 1948 para reducir el papel del Senado, que actualmente replica las funciones de la cámara baja. También hubiese recentralizado el Estado, entregando a Roma competencias de infraestructura y energía hasta ahora pertenecientes a las regiones italianas.
El objetivo, en tándem con la reforma electoral de 2014, buscaba reforzar la figura del primer ministro, dotando a la república italiana de un marcado carácter ejecutivo. Un cesarismo que muchos interpretaron como contrario al espíritu antifascista de la Constitución de 1948, al tiempo que afín a las sugerencias de Morgan Stanley. En 2013, el gigante de la banca de inversión criticaba que las constituciones del sur de Europa obstaculizasen la adopción de reformas laborales y políticas de austeridad. Italia, país de parlamentos fuertes, primeros ministros débiles y presidentes que maniobran entre bambalinas, ha estado presidida por 63 gobiernos diferentes desde el fin de la Segunda Guerra mundial.
Renzi logró aunar a la oposición en contra de su proyecto estrella. Tanto el Movimiento 5 Estrellas (M5S) del cómico Beppe Grillo, populista de difícil definición, como las derechas de Silvio Berlusconi y Matteo Salvini (Forza Italia y la Liga Norte), así como gran parte de la izquierda italiana, se posicionaron a favor del No. Salvini ha intentado presentar la derrota de Renzi en una victoria de la ultraderecha.
Viva Trump, viva Putin, viva la Le Pen e viva la Lega! https://t.co/r8FXztp9Am
— Matteo Salvini (@matteosalvinimi) December 4, 2016
Se trata de una lectura oportunista, pero el futuro de Italia no deja de ser preocupante. Entre los tres principales partidos italianos, el PD es el único que no se declara abiertamente euroescéptico. Con Berlín presionando para que Italia no modifique sus políticas económicas, Roma podría reforzar su adicción por los gobiernos tecnocráticos. Una solución que aplaza, pero no evita, una posible confrontación con Bruselas y Berlín. “El 5 de diciembre, Europa podría despertarse ante una amenaza inmediata de desintegración”, advertía Wolfgang Münchau en Financial Times.
Por encima de todo, la inestabilidad política acentúa la vulnerabilidad económica de Italia, que se ve confirmada como eslabón débil de la zona euro. Desde la adopción de la moneda única en 1999, el país ha visto su productividad caer un 5% mientras la de Francia y Alemania crecía en torno a un 10%. La deuda pública italiana representa el 133% de su PIB y el sector financiero está amenazado por un agujero 360.000 millones de euros en activos tóxicos. “Italia lleva tiempo siendo la mayor amenaza para la supervivencia del euro y de la Unión Europea”, apuntaba The Economist en su editorial sobre el euro.