Vuelve el Informe PISA, y este año trae sorpresas. Los resultados del estudio, que mide la competencia en lectura, matemáticas, y ciencias de estudiantes de 15 años en países desarrollados, no han resultado catastróficos para el nuestro. España progresa ligeramente en ciencias, pero permanece estancada en lectura y matemáticas, siendo esta última disciplina en la que se centró el informe de 2012. El país se mantiene ligeramente por debajo de la media europea, todo un logro teniendo en cuenta nuestra exigua inversión en educación: 5.1% del PIB, reducido tras los recortes a un 4.7 y por debajo del 5.3% de media en la Unión Europea. Añádase a esto la falta de consenso en materia educativa, inevitable cuando uno de los dos grandes partidos se dedica a reformar la educación de forma unilateral.
Si hay una región inquieta con los resultados es sin duda Escandinavia. En Suecia, una serie de reformas destinadas a reforzar la enseñanza concertada mediante cooperativas entre padres y profesores se puso en práctica en 2006. Desde entonces el país, que se mantenía en el puesto 14 de 68, se ha desplomado al 38. También Islandia presenta una importante disminución de puntuación, cayendo, junto con Suecia y Noruega, por debajo de la media de la OCDE. Sólo Finlandia permanece por encima, pero su caso es aún más sorprendente: acostumbrada a liderar de forma sistemática los rankings internacionales gracias a su excelente modelo educativo, se ha visto relegada al puesto 12 de la lista. La noticia ha conmocionado al país.
Aunque el empeoramiento de los resultados en Escandinavia es preocupante, su posición en el ránking lo es menos. Los primeros puestos de la lista los copan países y regiones asiáticas: en primer lugar Shangai (con una puntuación media un 25% por encima de la de la OCDE, y un 55% de alumnos de alto rendimiento, casi cinco veces el número de la UE), seguido de Hong Kong, Singapur, Japón, y Taipéi. Corea del Sur desbanca a Finlandia como –valga la ironía– alumno modélico. Lichtenstein, que ocupa el octavo puesto en la lista, es el primer país europeo –en realidad una finca gobernada por un príncipe– que figura en ella.
Antes de entonar una elegía por la civilización occidental conviene realizar algún que otro matiz. En primer lugar los informes PISA no dan una medida absoluta del estado de la educación en cada país, al estar su resultado fuertemente ligado a los coeficientes intelectuales medios de las regiones en que se lleva a cabo. Ésta es una crítica recurrente del indicador, y el motivo por el que países de Europa del este superan a Finlandia en otros medidores, como los TIMSS, a pesar de su supuesta inferioridad en el PISA.
En segundo lugar, y a pesar de la indudable importancia de la educación en cualquier sociedad, los resultados del informe no se pueden imitar. El legado cultural chino es, en lo que respecta a la educación, diferente del español. Los alumnos japoneses pasan la mayoría de su tiempo extraescolar encerrados en escuelas juku para mejorar su rendimiento académico. Las exigencias a las que se ven sometidos los estudiantes surcoreanos se traducen en una elevadísima tasa de suicidios, en un país en el que el índice per cápita es el mayor del mundo desarrollado. En líneas generales, la presión que ejercen los padres sobre sus hijos es muy superior en Asia que en Occidente –tanto que, mientras aquí cunde la percepción de que los padres pecan de indulgentes, allí es al revés.
Ante estos datos surge la necesidad de cuestionar la utilidad del informe. Es indudable que la calidad de la educación es esencial para lograr una sociedad tanto sana como competitiva. Pero arruinando una infancia para aprender a derivar e integrar más deprisa se logra lo segundo en perjuicio de lo primero. Y eso carece de sentido, aunque lo exija el modelo económico imperante.
No se trata de defender los mediocres resultados de España, sino de constatar que la forma en que valoramos y evaluamos la educación deja mucho que desear. Uno de los medidores más seguros del futuro éxito académico es la cantidad de libros a los que un niño se ve expuesto en el entorno familiar. Más libros significa mayor capacidad de lectura y comprensión, pero también un fomento de la imaginación, la creatividad, y el pensamiento crítico. Por desgracia en España esto tampoco es prioridad –ni entre los gobernantes, ansiosos de erradicar cualquier matiz humanista en nuestra educación, ni entre la ciudadanía, que antes que leer un libro abre el Marca o el Hola!. Ya lo dijo Manuel Azaña: en España la mejor forma de guardar un secreto es escribir un libro.