Asia a un lado, al otro Europa

 |  29 de enero de 2014

¿Pertenece Turquía a Europa o a Asia? La respuesta varía dependiendo de a quién se plantee la pregunta. Para un geólogo carece de relevancia, al formar tanto Europa como Asia parte de la misma masa continental. Para un cartógrafo pertenece a ambas, pues el país se extiende a ambos lados del Bosfóro. Para un ciudadano de la Unión Europea, sin embargo, la pregunta es espinosa. Turquía y Europa comparten una larga historia común, pero el proyecto europeo no deja de ser una construcción social en la que, al menos de momento, el Islam es un símbolo de otredad. Ni siquiera en Turquía abunda el consenso: en el país existe una profunda división entre los llamados turcos blancos (las élites urbanas y militares kemalistas, laicas y occidentalizadas) y negros (el campesinado de Anatolia, profundamente musulmán).

Estas contradicciones quedan plasmadas cada vez que Turquía trata de ingresar en la UE. El país es miembro fundador de la OTAN, pertenece Consejo de Europa y a la Unión para el Mediterráneo, y desde 1963 se mantiene como estado asociado a la (por aquél entonces) Comunidad Económica Europea. En 1999, cuatro años después de firmar una unión aduanera con la UE, la candidatura de Turquía fue admitida de forma oficial. Pero la oposición de Francia y Alemania pronto convirtió su ingreso en una quimera.

Al menos hasta ahora. El 27 de enero, y en la primera visita presidencial a Turquía en 22 años, François Hollande anunció que Francia apoyará la candidatura turca si la iniciativa es apoyada en un referéndum popular. Aunque el cambio de actitud de Francia es clave para el acceso a la UE, la viabilidad del proceso continúa estando en entredicho.

El ingreso cuenta con varias bazas a favor. Europa representa el principal mercado de exportaciones e importaciones turcas, mientras que Turquía es el séptimo mayor importador de productos europeos. A la mencionada presencia en  instituciones occidentales se une una década de crecimiento que ha convertido al país en una economía dinámica y pujante. Turquía es además un referente de islamismo moderado en Oriente Medio, lo que le confiere considerable poder blando en la región. Es de suponer que el laicismo del que tradicionalmente ha hecho gala facilitaría la integración de sus 74 millones de habitantes en Europa.

Lamentablemente son mayores los escollos que debilitan la candidatura turca, al menos en el corto plazo. El primero es la enemistad con Grecia. Mientras Ankara no renuncie a su protectorado en el norte de Chipre, es poco probable que las negociaciones progresen. Un segundo problema lo constituye el tratamiento de las minorías en el país. Persisten las tensiones étnicas con los kurdos, que constituyen más de un 20% de la población nacional. La negativa de Ankara de reconocer el genocidio armenio de 1915 como tal supone otro constante motivo de fricción con Europa. Hollande, cuyo país intentó penalizar la negación del genocidio armenio en 2012, se vio obligado en su visita a pasar de puntillas por la cuestión. Y la deriva autoritaria del Primer Ministro, Recep Tayyip Erdogan, convierte en persona non grata al que hace tan solo unos años era visto como un hombre de Estado. Con los medios de comunicación recurrentemente censurados, el estado de la democracia en Turquía es alarmante.

El mayor obstáculo al ingreso de Turquía es, sin embargo, la inmigración. Con 74 millones de habitantes y un PIB per cápita de 10.600 dólares (en torno a la mitad de la media europea), la noción de una oleada de inmigración musulmana se ha convertido en motivo de inquietud. Es por eso que el referéndum de Hollande está destinado al fracaso: el partido que parte como favorito de cara a las elecciones europeas en Francia es el ultraderechista (e islamófobo) Frente Nacional, que con toda seguridad optaría por el “no”.

La iniciativa francesa, por lo tanto, difícilmente prosperará. Más relevante es el referéndum que tendrá lugar en la propia Turquía con respecto al ingreso en la UE. Anteriormente un punto de consenso de la sociedad turca, el ingreso cuenta ahora con el respaldo de tan solo el 36% de la población. La posición del gobernante AKP es especialmente ambigua: aunque Erdogan empleó el ingreso en Europa como zanahoria contra un ejército receloso de su islamismo y con tendencia a dar golpes de Estado, la política exterior turca, de la mano de Ahmet Davutoğlu, ha dado un viraje hacia Oriente Medio. Es por eso que un “no” podría ser recibido por el gobierno con los brazos abiertos. Para Europa este desenlace supondría una oportunidad perdida –o mejor dicho, malgastada intencionadamente. Pero ante la crisis de la Zona euro, tal vez sea razonable priorizar la integración de la unión sobre su expansión.

 

 

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