La confusión que reina actualmente acerca de la política internacional tiene muchas causas; probablemente la más importante sea la obstinada subvaloración del papel que desempeñan las ideas políticas en la configuración de los conflictos mundiales. En el ámbito de lo que se conoce con el nombre de “relaciones internacionales”, las ideas se consideran como elementos extraños, intempestivos o perturbadores. La expresión “relaciones internacionales” es habitual en el medio universitario, que todavía contempla la política a través del prisma del siglo XIX, cuando los Estados nacionales emprendían sin tregua maniobras y manipulaciones para crear un “equilibrium”, siempre más favorable para los “intereses nacionales” de una o más de las partes. En este mundo viven y respiran los profesionales de la diplomacia cuando desempeñan su trabajo.
Algo hay de verdad en esta concepción de la política internacional, pero en el siglo XX se trata de una verdad marginal. Este modelo puede servir para comprender el conflicto entre Grecia y Turquía, o el contencioso entre Argentina y Chile, pero no puede explicar, sin embargo, el conflicto entre Israel y el mundo árabe, porque los Estados nacionales árabes subordinan sus derechos territoriales a la fe islámica. Tampoco podría explicar la política exterior iraní del “ayatollah” Jomeini. Esta visión a la vez académica y diplomática del mundo reviste un carácter totalmente secular; pero resulta confusa e inútil en cuanto las ideas religiosas pasan a ser un factor decisivo en la política exterior. Su fracaso resulta lógico, porque el concepto moderno de “relaciones internacionales” surgió como una reacción contra las guerras religiosas en la Europa de los siglos XVI y XVII.
Lo mismo sucedió con la noción del “interés nacional”. En su momento de máximo esplendor fue una idea constructiva, ya que tuvo más fuerza que las pasiones religiosas y las ambiciones dinásticas para elaborar la…