La economía del cambio climático: el informe Stern
Si Al Gore le puso rostro al problema del cambio climático, Nicholas Stern le puso un precio. Hay que agradecerle a quien a punto estuvo de ser presidente de Estados Unidos que hiciese llegar al gran público las líneas maestras del desafió climático, primero gracias a un documental, luego en formato de libro. Una verdad incómoda le valió a Gore en 2007, junto al Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, en inglés), el premio Nobel de la Paz. A Stern hay que agradecerle que consiguiese algo quizá más difícil: que el mensaje llegase con claridad a los líderes políticos, además de a sus colegas los economistas.
Un año antes de que Gore se llevase el Nobel, en Reino Unido el gobierno de Tony Blair comisionó el primer gran estudio sobre los aspectos económicos del cambio climático. El director del proyecto fue Stern, execonomista jefe del Banco Mundial. The Economics of Climate Change se convirtió, desde el primer día, en una referencia clave en la materia. Y como le sucedió a Gore, a obra no se libró de la polémica. Uno de los párrafos que provocó más controversia fue: “Las emisiones son claramente una externalidad y, por ello, un fallo del mercado. Pero su impacto es distinto al de, por ejemplo, la congestión o la polución local en cuatro aspectos fundamentales: la externalidad es a largo plazo, es global, implica mayores incertidumbres y se produce potencialmente a gran escala. Las emisiones de gases de efecto invernadero son el mayor fallo del mercado que el mundo haya visto”.
Muchos economistas de la vieja escuela, apegados al análisis coste-beneficio tradicional, carecían de las herramientas conceptuales con las que entender la complejidad (y gravedad) del problema. Seguían aplicando las mismas herramientas analíticas utilizadas para decidir, por ejemplo, entre diferentes proyectos de inversión. “Stern sacudió hasta los cimientos ese acercamiento miope y contribuyó a mantener la reputación de la profesión”, explica Atxon Olabe en el último número de Política Exterior.
Stern calculó que los costes de no hacer nada, el business as usual, reduciría el PIB global en un 20% para finales de siglo. Evitar ese escenario, por el contrario, costaría un 1% del PIB al año, siempre y cuando se empezasen a aplicar las medidas de inmediato. En 2008, el economista se corrigió: su informe había infravalorado el impacto del cambio climático, por lo que recomendaba aumentar el gasto al 2% del PIB global.
La Cumbre del Clima en Copenhague en 2009 resultó un fiasco y durante cinco años el asunto del cambio climático desapareció del primer plano. En 2014, EE UU y China llegaron a un acuerdo histórico para atajar el problema; por primera vez en casi dos décadas, se vislumbraba una luz al final del túnel. La Cumbre de París está a punto de terminar y el análisis de Stern cobra más sentido que nunca. Según el economista, un fracaso en esta materia devalúa las vidas de las generaciones futuras y supone una “discriminación inaceptable según la fecha de nacimiento”. No solo es la economía, estúpidos, viene a decirnos Stern: es también la moral.